Basura celeste: Lenguaje viviente y materia precaria
Por Ricardo Solís
Hoy día, las redes sociales han posibilitado que alcancen la esfera pública muchos debates que, muchos años atrás, no habrían pasado de una simple conversación y sus limitada difusión; así, se hacen patentes filias y fobias de numerosos escritores respecto de la obra de otros, sea por simple animadversión (justificada o no) o diferencias de orden técnico o doctrinario de solían (décadas antes) importar solamente a unos cuantos. El espectáculo, por supuesto, es ridículo, porque exhibe la calidad moral de los participantes que, por otra parte, no parecen darse cuenta de lo que reflejan sus propias palabras.
Ahora, hay quien dice que detrás de todo esto hay vanidad, soberbia, altanería. En ese sentido, recuerdo que en una de sus últimas entrevistas, el narrador y periodista mexicano Ricardo Garibay dijo: “Soy humilde ante mi oficio, nada más. Ante los demás y ante mí mismo soy soberbio y desdeñoso”; y cualquiera que haya visto sus programas de televisión o le haya conocido en persona da cuenta de su personalidad. Pero el asunto es que sólo ante la escritura, ante el acto de colocar palabras en un espacio en blanco, uno es (o debería ser) nadie.
Las palabras de Garibay al respecto son claras, en esa misma entrevista, precisa que en el momento de estar escribiendo se sentía “sumamente inferior”; y es esa inferioridad –creo– a la que debe el escritor aspirar como condición esencial de sí mismo. De poco vale convencerse de modo simple, llegar a “sentirlo” debería ser un deber pero no es algo que se consiga por pura y llana voluntad; y “sentirlo” implica no estar del todo consciente sino permitir que suceda, si es posible. Esta inferioridad es la que posibilita la necesaria anulación del escritor ante su escritura, el desvanecimiento del autor dentro de la obra.
Sospecho que a esta clase de búsqueda se refería Mallarmé cuando escribió una de sus frases más conocidas: “La destrucción fue mi Beatriz”; una sentencia que funciona como pesquisa y guía, como la doble faz de un mismo propósito y necesidad. Y ante la destrucción ¿cabe otra actitud más lógica y sencilla que la tan tarareada humildad? Pero no estamos hechos para ella, es claro, y no hay mejor prueba que asomarse a Twitter o Facebook para comprobarlo.
Con todo, a pesar de ampararnos con frecuencia en el anonimato y la impunidad que conceden las colectividades (virtuales o no), sería de utilidad recordar las palabras del escritor y cineasta serbio Dušan Veličković que, en su libro Amor Mundi (Ediciones del Bronce, 2003), afirma que “la literatura está disponible para todos y todos tenemos derecho a ella, hasta aquellos que van a escribir siguiendo unas normas arcaicas o expresando sus puntos de vista o intereses políticos. Incluso creo que el eterno predominio de la mala literatura es lógico y beneficioso. Sirve como plataforma de frustración que despierta la necesidad de buscar una obra valiosa, motivando así la creatividad y la receptividad”.
Si las cosas son así ¿de dónde tanta molestia? Qué contesten los especialistas. Yo me quedo con las sabias palabras de Ernesto Sábato cuando asegura (en su libro Heterodoxia, de 1951) que “el único lenguaje del artista es el viviente, el lenguaje en que se vive, se ama y se muere; ya que en los instantes esenciales de nuestra existencia todos mostramos estar hechos con idéntica materia: modesta, precaria, popular”. Entretanto, sigamos disfrutando del espectáculo.
Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.