martes, mayo 7, 2024
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Celuloide: Triángulo de la tristeza

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“No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”.
Karl Marx

Separador - La Chicharra

Por Jesús Ricardo Félix
Jesús Ricardo FélixCuando Luis Buñuel encerró a un grupo de burgueses en su película El ángel exterminador, jugaba a ser un científico social contemplando la conducta de un grupo de conejillos de indias en el laboratorio. La idea era plasmar como los integrantes de la clase alta podían desprenderse, poco a poco, de los modales más arraigados al verse involucrados en una situación de supervivencia. De pronto no hay manera de salir del encierro, en la medida que escasean los recursos más básicos, como el agua y la comida, van aflorando los rasgos más primitivos de su humanidad. La caballerosidad, los modales, las formas quedan atrás cuando la lucha por el poder se hace presente y hay que competir con el otro por sobrevivir.

En su novela de El señor de las moscas, William Golding traza una ruta parecida al realizador Aragonés: un grupo de adolescentes han naufragado sin que los adultos puedan guiarlos para sobrevivir. La mitad del grupo parece ser conciliadora, razonable, civilizada, mientras la otra, la de los cazadores, lucha por el liderazgo utilizando el recurso de la fuerza y la agresión. Más que la lucha de clases, lo que los autores parecen querer abordar es el tema de la condición humana, descarapelar la cebolla de la identidad hasta encontrar la pura esencia. Desprender la falsedad, la moral, las costumbres y rituales sociales hasta desnudar al hombre. Es por eso que esta semana en El Celuloide hablaremos de El triángulo de la tristeza, de Ruben Östlund.

Östlund es un director de cine sueco conocido por películas como The Square (2017), al realizador le gusta provocar a la audiencia con ideas poco convencionales y escenas que te hacen querer apartar la vista hacia un lado. En una entrevista confesó que el título se refiere a esa pequeña arruga que se nos forma en el entrecejo, cuando manifestamos alguna preocupación.

La película está dividida en tres segmentos, en el primero de ellos exploramos la vida en pareja de los modelos Carl y Yaya. Estos influencers están a punto de adentrarse en una situación que cambiara sus vidas para siempre. En la segunda parte Östlund nos invita a pasear en un yate de lujo donde un grupo de burgueses conviven y se dan vida de reyes. Hay que poner ojo en la servidumbre, al igual que en la película de Buñuel y los Parásitos de Bong Joon-ho, su participación resulta clave para entender la propuesta del filme. En la última parte asistimos al laboratorio donde ocurre el experimento del realizador, no puedo decir mucho acerca de este segmento ya que cualquier descripción me hundiría en el fangoso terreno del spoiler.

Definitivamente recomendable, es verdad que hemos visto el tema desarrollado en otras películas y novelas pero vale la pena por la calidad de las actuaciones y el guion. Woody Harrelson desempeña un buen papel como el capitán del barco aunque se extraña en estos casos a un actor como Bill Murray. La película va tejiendo su hilo cuidadosamente hasta llevarte a escenas que simplemente te explotan en la cara, vemos a rusos con ideas capitalistas y a gringos críticos con tendencia hacia la izquierda, sirvientes emancipados, burgueses que juegan el rol de la servidumbre, y entonces imaginamos a Östlund riendo como un niño cuando no vemos venir la siguiente escena. Por momentos escatológico, luego filósofo, luego buñueliano, el sueco parece divertirse descarapelando las capas de la cebolla de nuestra más recóndita humanidad.

 

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