De mente abierta y lengua grande: La procesión de San Judas

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Chef Juan Angel | @chefjuanangel

En medio de la oscuridad de la noche, en plena madrugada, se divisaban decenas de luces al fondo de la calle, poco a poco se iban moviendo, caminaban lento, como si aguardaran pacientemente para enfrentarse con el inicio de una nueva vida, quizá un viaje sin retorno, o uno de reencuentros. Eso sí, todos estaban formados ordenadamente, avanzaban lento pero seguro, a lo lejos se divisaba lo que parecía ser un pequeño vehículo de cuatro ruedas y junto a él, se escuchaba una serie de alabanzas; a contraluz se veía un conjunto de picos que salían alrededor de un bulto, y en lo más alto, una figura de rasgos humanoides que no se dejaba ver debido a la penumbra – ¡Mira, es San Judas Tadeo! – Aquel carrito fabricado a la medida, que parecía un gran estante con varios entrepaños, se movía con la fuerza de un hombre que lo sostenía y empujaba gritando alabanzas: -¡Refrescantes “gueiroreds”, Cocas bien heladas, sabrosos duros con chamoy!- En lo alto estaba una figura de yeso de San Judas Tadeo; abajo, otra de la Guadalupana, enseguida un cuadro del Ángel de la Guarda y a la derecha, decenas de rosarios con cuentas de madera colgados en los mismos cordones de donde se suspendían bolsas de churrumais, duros, Doritos Nachos, papas fritas, Snickers y chicles de menta.

Aquella procesión estaba cargada de sorpresas, a pocos metros los simbolismos cambiaron, las pequeñas estatuas pasaron a segundo término y se dejó apreciar un aroma que invadía cada rincón de la noche fría y nublada. Enseguida, un vehículo de tres llantas, soporte amarillo de hierro y dos grandes cajas de cristal iluminadas y apiladas a lo largo. Desde lejos solamente se veían destellos dorados en su interior -¡Rajaaas, pepperoni, jamón, queso!- el segundo integrante de la procesión era un triciclo repleto de empanadas doraditas, grandes empanadas de harina de trigo, recién horneadas y aun calientes -¡Llévelas, 3 por 100, 1 por 30!-

Desde una portezuela, a un costado de aquella multitud, empezaron a salir hombres y mujeres cargando bultos en sus manos, entre la oscuridad se les veía correr en diferentes direcciones, eran ya las 4 de la mañana. Cerca de donde estábamos pasó una señorita que amablemente nos interceptó -¡Buen día señores, ahorita mero llegan, no se me desesperen!- Con signo de interrogación en la frente nos volteamos a ver y de inmediato se acercó un hombre con una gran hielera blanca, la puso sobre una mesita de plástico y empezó a sacar envoltorios de aluminio para meterlos en bolsas de plástico -¡Hay de huevo con bolonia, frijoles, deshebrada, machaca con papas!- Eran unos burritos calientes, preparados en tortillas recién hechas, de esas que aún conservan restos de harina en su exterior, doraditos, empacados individualmente y acompañados con un chile serrano fresco por cada 2 que comprabas.

Después del “gueirored”, comimos duros con chamoy, luego probamos una empanada de cada sabor y rematamos encimando un burro de frijol y otro de deshebrada para morderlos juntos, todo bajo la bendición de San Judas que nos observaba mientras hacíamos fila en la frontera de México para cruzar a los Estados Unidos.

La procesión de antojitos, figuras religiosas y bebidas es una actividad que existe en nuestro país desde la época prehispánica: en el tianquiztli, mercado de la sociedad azteca donde se inició el comercio ambulante.

Chef Juan Angel – Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.

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