De mente abierta y lengua grande: La última comida

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Chef Juan Angel | @chefjuanangel

-¡Abre la puerta! Ahí está muy tranquilito- dijo Carlos, el vigilante.

Empujé la puerta y de inmediato caminó dos pasos hacia atrás, se sentó y me miró fijamente a los ojos.

-¿Tienes hambre?-

Sus ojos brillaron, bajó la mirada y guardó silencio.

Fui por un poco de agua y le serví, la bebió en pocos segundos y levantó de nuevo la vista.

– Carlos, cuídalo por favor, en 30 minutos salgo de la oficina y lo llevaré conmigo para averiguar qué le pasó –

Mis papás estaban de viaje, celebrando 25 años de casados, en aquel recorrido que le regalamos mi hermano y yo, y para el que solicitamos un préstamo que finiquitamos cuando cumplieron 30.

Durante la segunda semana del tour falleció Gepetto, mi hermano y yo decidimos postergar el aviso para que siguieran disfrutando el paseo. Y a menos de 24 horas de regresar, había aparecido este nuevo personaje.

Cuando salí de la oficina, Carlos me dijo que el invitado se había subido al carro de un compañero, así que tomé el teléfono y le pedí que me lo regresara. A la mañana siguiente ahí estaba de nuevo, sentado, detrás de la puerta de cristal, con su mirada puesta sobre el pequeño árbol de naranjas que estaba en el patio.

-¡Hola!- Lo saludé efusivamente, sus ojos brillaron y se puso de pie –¡Vámonos!- le dije, y de inmediato se encaminó a la salida, abrí la puerta del carro y se subió en el asiento del copiloto y me dio un beso en la mejilla. Su lengua la recorrió entera, embarrándome con saliva espesa y pegajosa.

-¿Cómo te llamas?- Abrió los ojos y giró la cabeza a su derecha -¿No tienes nombre?- y la giró a su izquierda – ¡Muy bien, te llamarás Rufo!- Sacó la lengua y se acomodó en el asiento. Puse el carro en marcha y nos fuimos a casa.

Cuando mis papás estuvieron de regreso en la Capital del Mundo, invité a Rufo a conocer a sus nuevos tutores; llegamos, bajó del carro, entró sin miramientos hasta el comedor, se sentó y miró a los ojos a mi mamá, quien estaba desconsolada por la muerte de Gepetto -¿Cómo se llama?- dijo papá, se llamará Rufo, respondí, le puse así porque su cara se parece a la del Padre Arnulfo, un sacerdote muy querido que era mi compañero de trabajo en la radio. Acto seguido, Rufo se acostó a los pies de mis papás y no volvió a despegarse por casi 11 años. El veterinario dijo que ya
debía tener 3 años cuando apareció, según la valoración que le hizo.

A los pocos meses, Rufo ya bailaba en dos patas a cambio de una galleta; unas semanas más tarde, iba solito a la tienda de la esquina. Mi mamá le ponía un hueso de plástico en el hocico y dentro de él una nota con las compras; el Güero, encargado de la tienda, tomaba el hueso y surtía la nota según lo indicado, mientras Rufo esperaba de pie, luego le colocaba todo dentro de una bolsa, la sujetaba al hueso y se lo ponía en el hocico de vuelta; así, tomaba camino de regreso y entregaba el mandado a mi mamá, a su nueva mamá. Lo mismo hacía con un puñado de galletas
que diariamente le llevaba a mi papá a su taller.

Antes de que su estancia cumpliera un año, Rufo ya era parte de la cocina, desde temprano tomaba asiento en una esquina esperando las primeras tortillas de maíz, y sí, era él quien calificaba el desayuno de mi mamá cada mañana.

En otoño, cuando papá traía los primeros cacahuates de la cosecha del pueblo, era el mismo Rufo quien evaluaba el maní saboreándolo con singular alegría. Después, tuvo la oportunidad de viajar un par de veces a Guadalajara y probar otro tipo de tortillas y uno que otro platillo de contrabando.

La vida pasó muy rápido, nos hizo felices 14 años con su presencia. Aún corría tras el gato del vecino a pesar de tener metástasis y un grave problema cardiaco. Al final, fue más consentido que nunca, se alimentó de verduras con arroz,

descubrimos que le encantaban las lentejas y tenía una predilección por las carnes frías. Su última comida fue un plato de chicharrones de res, los disfrutó como si no tuviera un solo dolor; después, solo tomó una siesta que lo inmortalizó en nuestros corazones, confirmando la sabía frase de mi padre: lo único que nos vamos a llevar al cielo, es la comida.

Chef Juan Angel – Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.

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