sábado, abril 20, 2024
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De mente abierta y lengua grande: La cooperativa ilegal

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Chef Juan Angel | @chefjuanangel

En punto de las 10 de la mañana, la profesora Reyna (si, con y griega) salía del salón dejándonos solos para terminar cierta lectura, dibujo o tarea pendiente. En el salón contiguo, transformado en bodega de mesabancos incompletos, cuarto de limpieza y resguardo de libros de textos sobrantes (no porque faltaran niños, sino porque eran muchos los que repetían grado), había un pequeño espacio pegado a la ventana que daba al patio, donde se disponían: paletas de mango con chile, dulces de fresa, duvalines, bolsitas de “Miguelito,” sobresitos multicolores de “Brinquitos”, tiritas plástico con polvito agridulce marca “Pórtico” mejor conocido como “Ticos”, que también tenían su versión líquida en pequeños contenedores de plástico, no podían faltar los “Cachitos”, las “Cachetadas” y los “Frutsi” que acompañaban las bolsitas de cacahuate japonés empacados en bolsitas de plástico selladas a la perfección con un encendedor. La profesora Reyna era la encargada de la cooperativa escolar, en su poder estaba la tapa de la caja de duvalines, que le otorgaba el poder decisorio de fiar a quién ella quisiera, obviamente de cobrar al inicio de cada de semana y de bloquear a quien pagara (así es, entonces ya se podía bloquear, pero no se hacía desde una red social, sino con una mirada de indiferencia que ignoraba al niño “mala paga” cuando se acercaba a la ventana a pedir fiado).

Con el tiempo las cosas cambiaron, las escuelas lanzaron convocatorias para que los mismos padres o algún habitante de la Capital del Mundo, se registraran y concursaran para tener la concesión de la cooperativa escolar. En ese momento vi una oportunidad de oro y negocié con mi mamá la suspensión de mis “domingos” a cambio de que entrara a la convocatoria, y de ganar, yo la apoyaría en la operación de la misma, obviamente con la mayor parte de ingresos para mí; y así, a los 12 años, tuve mi primera responsabilidad formal, en un inicio con la vigilancia de mis padres, pero a la vuelta de dos semanas, ya negociaba con los venderores de dulces y botanas que llegaban al pueblo, obviamente mis negociaciones, en un inicio, iban en el sentido de tener acceso prioritario a las cajas de sabrimágicos (los vasos que cambiaban de color con el frío) para escoger los que me hacían falta antes de que llegasen a los demás abarrotes; después, se me ocurrió la idea de comprarles a mayoreo a cambio de bolsas gratis de producto. Los onerosos ingresos fluctuaban entre los $ 200 y $ 300 pesos diarios; que a final de cuenta me dejaban $ 200 pesos libres a la semana, (100 % más de lo que valía mi domingo), ya estando en la secundaria, usaba el dinero para comprar en la cooperativa de la misma; donde había una variedad distinta de productos, los cuales eran diferentes de lunes a viernes respecto al menú del sábado; sí, también había clases los sábados, a falta de maestro de educación física, el profesor Marcos que nos daba inglés de lunes a viernes también nos instruía en los deportes en fin de semana, y precisamente ese día, la cooperativa se ponía de manteles largos y servia los sándwiches más deliciosos que he probado: dos rebanadas de pan blanco untadas con mayonesa, una rebanada de bolonia Rosarito, lechuga, jitomate y varias rajas de chiles jalapeños; era un manjar de los dioses (sobre todo porque solamente los que trabajábamos o “los de la crema y nata” podían comprarlos) cada emparedado estaba envuelto en una delgada y traslúcida servilleta de papel que era parte de alimento más que protección del mismo, y para maridar tan fino bocadillo un frío refresco de cola en botella de cristal.

En estos momentos de contingencia, seguramente hemos vuelto a disfrutar, con la misma intensidad de antes, los pequeños placeres que nos alegraban el día hace algunos ayeres: una gelatina, un pastel de galletas Marías, una paleta de hielo, unos duros con salsa y limón. Ahora, la tarea es: no quitar la vista de esos momentos, que conectados con el recuerdo y la nostalgia, son chispas de alegría como dijera una buena amiga.

Chef Juan Angel – Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.


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