domingo, mayo 12, 2024
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Ludibria: Árboles de piedra, de Alex C. Oliver

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Por Ramón I. Martínez
Ramón I. Martínez. La Chicharra

He entendido la mirada colina abajo y he visto el vuelo
de dios en las razones por las que trabaja el árbol
dios ama el reparto súbito de las hojas
comparte el amor de las frondas,
sabe que el árbol que corre tras el asombro del hombre
es el árbol de la poesía.
Julio César Arciniegas Moscoso

Con este epígrafe abre Alex C. Oliver (Cuernavaca, 1984) la plaquette que hoy nos ocupa, Árboles de piedra (2018). Da la tónica de estos poemas que Alex tenía inéditos desde hace más de diez años. Son poemas de adolescencia donde se muestran las obsesiones que desarrollará el poeta en los años de subsecuentes, años de juventud. Son arborescencias del pedagogo, catedrático, editor, terapeuta y gestor cultural, donde se fía de las capacidades catárticas o terapéuticas de la poesía, como lo ha declarado ya en otras ocasiones, siguiendo a su maestro Alejandro Jodorowsky, “el arte ha de servir para curar”.




Y, en cordial semejanza,
buen árbol, quizá pronto te recuerde,
cuando brote en mi vida una esperanza
que se parezca un poco a tu hoja verde…
Antonio Machado

Estas palabras abren la sección inaugural, “Oraciones temblorosas”, desde donde se ancla la visión totalizadora de muchos de estos poemas. Pongamos por ejemplo, el primer poema de este apartado:

Un poema que explique mi vida
Un día lluvioso,
bajo los árboles,
es el poema
que podría explicar
mi vida.




La lluvia que, según Jorge Luis Borges, siempre ocurre en el tiempo pasado. Se ve desde este primer texto breve la vocación de melancolía que transitan los versos de Oliver. Un corazón a la intemperie, un entregarse a los elementos de la naturaleza. La segunda sección se titula “Arborescencia pétrea” y la apertura un breve epígrafe:

Sólo la poesía puede crecer
como un árbol en el cielo
Jorge Dávila Vázquez

Conformada por ocho poemas, esta arborescencia pétrea es la que da título a la plaquete, y habla en efecto, de las piedras y de los árboles, como símbolos de la vida contemplativa y de la poesía, árbol de la esperanza que vive solo en el campo, aunque acompañado de otros árboles.

Silencio sabio
Admiro la paciencia
de los árboles y las piedras,
transpiro su alma
como quien en sabio sosiego
su silencio espera,
depurando en su interior
la esperanza.




El viaje inmóvil de la poesía del que hablara José Gorostiza en sus “Notas sobre poesía” se ve aquí y el yo lírico se lo plantea como un ideal de vida al cual aspirar. El árbol y la piedra están inmóviles a no ser que una fuerza extraña los saque de su sapiente silencio y quietud. Toda una rebeldía en estos tiempos de agitación constante y ausencia de reposo.
La tercera y última sección, cierra el libro con una “Lluvia de árboles”. Profundo observador de la naturaleza, Oliver nos regala en estas páginas un poderoso caleidoscopio donde la mirada se regocija y es llamada al mencionado viaje interior.



*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.


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