viernes, abril 19, 2024
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Basura celeste: Procesos e inversiones

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Por Ricardo Solís
Para el niño que fui a los ocho o nueve años de edad, ver en televisión una película como La agonía y el éxtasis (The Agony and the Ecstasy, 1965), protagonizada por Charlton Heston y Rex Harrison bajo la dirección de Carol Reed, fue una experiencia perturbadora. No hablo de la cinta completa, que me resultó entonces muy aburrida, me refiero concretamente a la primera secuencia de imágenes en la que se aprecia el asedio de un ejército a un castillo (que supuse medieval) que, tras un lógico y gráfico baño de sangre, es tomado por los invasores que lidera un caballero aguerrido de armadura dorada y refulgente quien, antes de cualquier otra cosa, al concretar su victoria se dispone a oficiar una misa. Se trataba del Papa Julio II (Harrison) y en ese momento es cuando, puede decirse, comienzan a escucharse de verdad las palabras en la película. Ese inicio me movió el tapete porque, acostumbrado a los sermones de antaño en la parroquia de mi natal terruño, lo que aprecie en la cinta resultaba por lo menos contradictorio (¿Era el pastor de la Iglesia capaz de asesinar con tal saña y denuedo? Hay que recordar que yo apenas era un chamaco no falto de devoción y al cual, por suerte, no le impedían ver esta clase de producciones).




Algún tiempo después, supe que el largometraje estaba basado en una novela (publicada en 1961) del norteamericano Irving Stone, un escritor seguramente famoso, y busqué ese libro en las bibliotecas que estaban a mi alcance, pero apenas encontré un título que me llevé a casa para leer. A mediados de los ochenta, cuando cursaba la preparatoria, leía casi todo lo que caía en mis manos y, al repasar Anhelo de vivir (Lust for Life, 1934), lo que me quedo claro fue que a Stone lo apasionaban la historia y las biografías de seres infortunados, porque en esta ultima su personaje central era el pintor Vincent van Gogh y, por lo que toca a La agonía y el éxtasis, el protagonista era el artista italiano Miguel Ángel Buonarroti y el conflicto lo marcaba su cambiante actitud ante el trabajo que le encomendó Julio II, nada menos que pintar el techo de la Capilla Sixtina (quizá su obra más conocida y celebrada).




No niego que, como novela, La agonía y el éxtasis me defraudó (la leí en 1996), pero Anhelo de vivir me había encantado una década atrás, y más todavía cuando pude ver la película Sed de vivir (1956), basada en el libro de Stone y dirigida por Vincent Minnelli, una cinta estelarizada por Kirk Douglas (como Van Gogh) y un estupendo Anthony Quinn (quien personifica al pintor Paul Gauguin, una actuación que le ganó un Oscar) que no desmerecía la manera en como el escritor había imaginado al atormentado y singular artista pelirrojo.

Lo que me queda, después de todo, es esa evidencia de que son las historias (sin importar en formato en que se presentan y damos con ellas) las que nos llevan a los libros y, con el tiempo, puede invertirse este proceso. Por supuesto, sobra decir que las paradojas y contradicciones que se vuelven determinantes en la vida de todos pueden convertirse en un primer impulso que nos conduzca a perseguir la satisfacción de una curiosidad o tratar de resolver una duda.




 

Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.


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