Ludibria: Es mejor tener un mal plan que no tener ninguno

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Por Ramón I. Martínez
Ramón I. Martínez. La ChicharraLa frase que encabeza el presente texto es más cierta que brillante, muy socorrida por los ajedrecistas y muy parecida a lo que ocurre en la vida real, fuera de las sesenta y cuatro casillas del tablero. Cuántas veces no hemos experimentado la terrible desazón de sentir que nuestro país (¿nuestra propia vida?) no parece tener un rumbo sino tumbos y golpes de timón al estilo del político típico: holgazán y acomodaticio.

Pocas personas encarnan con tanta divinidad el éxito como el campeón más joven de la historia del ajedrez: Garry Kasparov, verdadero Mozart del Juego de Reyes. Divinidad en el sentido de un emperador que vino, vio y venció en una trayectoria ascendente: todo obstáculo vencido con una astucia y una voluntad de triunfo inquebrantables. ¿Cuál es el secreto de su éxito? ¿Existe un secreto para el éxito? Tal vez sí, pero no en el sentido en que nos lo anuncian con bombo y platillo la plaga terrible de libros de autoayuda, que nos ofrecen un optimismo banal basado en “fórmulas” de simplismo increíble.




No basta con la fuerza de voluntad. Es necesario (además de esa cosa tan elusiva llamada talento) estrategia y táctica, amén de otros conceptos afines, tales como material, tiempo y calidad, aplicables no sólo al ajedrez, sino a los negocios, a la política, a la vida personal. Tal es la idea central de uno de los más recientes libros del legendario Kasparov: Cómo la vida imita al ajedrez.

Así nos lo anuncia el subtítulo: el mejor ajedrecista de la historia nos enseña a ver la vida como un juego de estrategia. Con sabiduría y estilo directo, el autor reflexiona a lo largo de diecinueve capítulos acerca de aquel verdadero secreto del éxito, el que está en cada uno de nosotros esperando a ser encontrado: la capacidad de aprender a decidir.

Esta capacidad la ejemplifica Kasparov no sólo a partir de su propia y brillante trayectoria personal (ajedrecística y ahora en la política) sino también aborda la intrigante historia de otros campeones, así como episodios memorables en la historia, en los negocios, en la diplomacia.

No hay fórmulas precisas para la capacidad de decidir, pues cada quien “tiene su propio estilo, su propia manera de resolver los problemas y de tomar decisiones. Una clave para desarrollar estrategias de éxito es ser consciente de las propias fuerzas y debilidades, saber lo que uno hace bien” (p. 45). No es indispensable saber mover las piezas en el tablero para poder leer con provecho este libro, pero igualmente saber jugar ajedrez no estorbaría.

 

Cada quien tendrá un camino distinto, imitar a otros sin sentido crítico es el principio del abismo. Es necesario calcular las variantes de nuestras decisiones y entender no sólo las consecuencias, sino aprender cómo es nuestro estilo para decidir y cómo se puede ver modificado, pues no siempre lucharemos en el campo de batalla que más nos agrada: requerimos la capacidad de adaptación no sólo para sobrevivir sino para existir y encontrar sentido (estrategia) a la vida.

De ello nos da ejemplo el “Ogro de Bakú” al hablarnos de su experiencia con programas computacionales: ¿Las máquinas juegan ajedrez mejor que los humanos? No: carecen de creatividad, basan su fuerza en la potencia del cálculo variante, pero flaquean frente a un gran maestro de ajedrez en la evaluación de posiciones y, aunque resulta paradójico, su ausencia de emociones la incapacita para este juego tanto como para el póker. De cualquier modo, en esta ocasión como en otras, la incisividad del autor dio con una pregunta: ¿y si reuniéramos lo mejor de la computación con lo mejor del ser humano en el tablero? Así promovió varios torneos de “súper-ajedrez”, donde grandes jugadores se auxiliaban con su software favorito en el cálculo de variantes –precisamente aquello en que las máquinas son infinitamente superiores a los simples mortales.

Este libro está poblado más de preguntas que de respuestas; aunque el autor nos da un panorama analítico bastante completo de su estilo de toma de decisiones, es sólo un apoyo para que cada interesado encuentre el propio, buscando ante todo el sentido y la fantasía. 

Garry Kasparov, Cómo la vida imita al ajedrez. El mejor ajedrecista de la historia nos enseña a ver la vida como un juego de estrategia. Grijalbo, Barcelona, 2008 (trad. Montse Roca)




*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.


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