domingo, abril 28, 2024
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Ludibria: El ajedrecista, el otro

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Ramón I. Martínez
Ramón I. Martínez. La ChicharraMuy interesante resulta recordar que uno de los principios de la modernidad que inicia con la Ilustración es el reconocimiento del otro, de la otredad, de la diferencia. Esto en el siglo XVIII, el siglo de Voltaire. Ahora, ya en los inicios del siglo XXI, es igualmente curioso cómo pervive el rasgo premoderno de no reconocer la otredad: la resurrección de la intolerancia, el chauvinismo más rancio, el racismo más obtuso, el sexismo más hediondo, los comerciales simplones del INE, por mencionar algunas manifestaciones.

De las manifestaciones posibles de no reconocimiento a la otredad, es la que padece la figura del ajedrecista en nuestro país, México el antiintelectual. Muy curioso que nuestro país, lugar de nacimiento del célebre campeón Carlos Torre Repetto, manifiesta indiferencia frente al ajedrez y lo que le rodea cuando no la más completa repulsa, pasando por diversos matices, como considerarlo un juego apto sólo para genios y seres sobrenaturales -como la muerte que juega una partida de ajedrez contra un caballero en la película El séptimo sello de Ingmar Bergman o sólo adecuado para autistas y otro tipo de seres excéntricos.

En De Buda a Fischer y Spassky. Más de dos mil años de ajedrez, el gran poeta Eduardo Lizalde –un apasionado del juego-ciencia- nos hace una crónica de la historia de este juego tan magnífico como para ser considerado simplemente humano. En 1972, fecha de la publicación de el libro en cuestión se llevó a cabo el enfrentamiento por el campeonato del mundo en Rejkiavic, Islandia, en lo que ha sido considerado “El match del siglo”. Nos relata Lizalde que con tal motivo apareció en la revista Times un repaso de las biografías de los principales campeones hasta entonces, pero de tal manera amañado que hacía pasar a éstos como una runfla de orates, oligofrénicos, paranoicos, enfermos mentales.

Reproduce Lizalde parte de este repaso en su libro De Buda…, por considerarlo una curiosidad, y llega a una conclusión que no por sencilla deja de ser menos válida: la incidencia de enfermedades mentales no es menor entre las personas “normales” que entre los jugadores de alto nivel. A pesar de ello, después de treinta y seis años perduran estos prejuicios absurdos que, como ya señalé arriba, marcan al ajedrecista. Muestra de ello es un comercial patrocinado por algunas de las excesivamente numerosas secretarías de gobierno federal. En el dichoso comercial, se observa un graderío donde un grupo de señoras contempla una partida de ajedrez con tanta discreción como si estuvieran viendo un partido de football. En eso la voz de un locutor como si anunciara un gol del equipo local: “¡¡jaque mate!!”. Una señora mira a la otra e incrédula le cuestiona –palabras más, palabras menos: “¡¿Cómo le haces?!, tu hijo es un genio”. Contesta la otra muy oronda: “Es que lo alimento con pescado”. Ah pero qué caray. En publicidad estúpida se desperdicia el dinero de nuestros impuestos. En primer lugar, el ajedrez no es sólo para genios ni el jaque mate una proeza inasequible a niveles escolares. Y en segundo, si quiere el gobierno que comamos el pescado, que lo subsidien en vez de malgastar el dinero en spots que ofenden nuestro desarrollado sentido de las lógicas sutilezas. Vaya este reclamo al gobierno que nos considera idiotas.

Insisto: el ajedrez, ni exclusivo de genios ni sólo para los que comen pescado.

El ajedrez es el más democrático de los deportes. Que me perdone Spassky, que como otros grandes campeones han considerado al ajedrez “un juego de príncipes”. No: si acaso la única nobleza que se requiere es la del espíritu. El ajedrez es un deporte (o juego) democrático: lo pueden jugar niños o ancianos, damas o caballeros, niños o niñas, ciegos, discapacitados, pobres o ricos. Sus reglas son sencillas: se puede en diez minutos explicarlas a un niño y éste comprenderlas sin necesidad de ser genio. El material para jugarlo es barato, se puede comprar en cualquier mercado ambulante. No necesitas ser alto como Yao Ming ni rápido o fuerte: basta con pensar. No por nada la tercer organización deportiva más grande del mundo es la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE, por sus siglas en francés).

Pero de cualquier manera: en México, el ajedrecista es el otro. Es visto como el extraño, estrambótico, raro, freaky, ajeno, vicioso, jocker. ¿Cómo sobrevive un ajedrecista de alto nivel en este país, donde no hay una adecuada política de promoción cultural y deportiva?

El Gran Maestro Internacional Marcel Sisniega (qepd) representó dignamente a nuestro país en justas internacionales, como el Torneo Interzonal en Toluca 1985 –fase preliminar inmediata al enfrentamiento entre aspirantes al título mundial. Lleva años retirado de los torneos. ¿Posibles motivos?: falta de apoyo de un gobierno que prefiere invertir en spots, gobernar con spots, hacer “consultas” por spots.

Igualmente,  Carlos Torre Repetto (1904-1977). El Gran Maestro yucateco desarrolló a principios del siglo xx su gran talento como atacante en las 64 casillas. ¿Motivo principal?: emigró cuando niño con sus padres a Nueva Orleans –la tierra del gran Paul Morphy. ¿Se hubiera desarrollado si se hubiera quedado en México, hubiera sido capaz de vencer de forma espectacular en 1925 al excampeón mundial Lasker? Sinceramente lamento decirlo: no. Ignacio Helguera en Peón aislado (un excelente y poliédrico libro póstumo de este malogrado escritor mexicano) dedica un extenso apartado a analizar las biografías escritas acerca del ilustre Torre. Una cosa queda en claro: su vida hubiera sido muy diferente de haber permanecido en México. Cuando regresó a México, ya se había retirado (¡a los veintiún años) del ajedrez, dada su quebrantada salud emocional. Nunca regresó a los torneos, aunque había recuperado la salud; ¿hubiera podido hacerlo? Tal vez, si hubiera regresado a Estados Unidos. Hay eriales donde no crece tan siquiera un chamizo, donde duelen los ojos y dan ganas de llorar por la arena en el fuerte viento.

En los colegios de la antigua URSS el ajedrez era materia obligatoria en la educación básica. Los resultados saltan a la vista: gran nivel educativo, pues este juego desarrolla múltiples facultades (analizar, organizar ideas, priorizar, entender causas y consecuencias, concentrarse) utilísimas para el auge de la ciencia y cualquier disciplina del espíritu. ¿Y en nuestro México? Bien, gracias: la titular de la SEP ha propuesto no el ajedrez como materia obligatoria, sino algo que ella ha considerado “más importante”: las finanzas. Creo que alguna potencia mundial requiere mayor número de lacayos.  Como bien dijera el expresidente (que se cree presidente) Fox: “¿para qué queremos científicos mexicanos?, ya hay muchos científicos extranjeros”. Viva la dependencia y el sometimiento al extranjero. ¿Qué sería de nosotros si no dependiéramos de logros ajenos, si nos esforzáramos? Comentario aparte: en Rusia no ven a los ajedrecistas como si fueran marcianos.

Ya lo ha dicho el excampeón Garry Kasparov: el ajedrez es una forma muy eficiente y económica de educar al pueblo. Nos dice Kasparov en su libro  Cómo la vida imita al ajedrez: “En muchas naciones occidentales, el estereotipo del jugador de ajedrez es a menudo sinónimo de un enclenque desnutrido o un empollón inteligente aunque misántropo. Esa opinión sobre el jugador se mantiene, pese a la imagen positiva sobre el ajedrez que utiliza con regularidad Hollywood y Madison Avenue”. Incluso nos recuerda la secuencia inicial de la película Desde Rusia con amor, en la que el villano Kronsteen pasa a planear el caos mundial inmediatamente después de vencer en un torneo de ajedrez. James Bond es advertido por alguien: “Estos rusos son grandes jugadores de ajedrez. Cuando pretenden ejecutar un plan, lo hacen con brillantez. La partida está planeada al minuto, tienen previstos los gambitos del adversarios”. Algo hay de eso.

También Kasparov (al igual que el artículo citado por Lizalde) hace un repaso (en varios de sus escritos) de “personajes reales del ajedrez”. Para variar, tenemos el alcoholismo de Alekhine, el antisemitismo y la paranoia de Fischer, el fetichismo de Morphy, la aparente esquizofrenia de Steinitz.  De hecho, llega a una conclusión importante: “Pero esos casos excepcionales tanto en la ficción como en la realidad propician que se ignore a una inmensa mayoría de jugadores absolutamente normales, aparte de su capacidad para jugar bien al ajedrez” De nueva cuenta, el ajedrecista es el otro, casi un alien. Pero, en el fondo, ser distinto a la mayoría tiene inmensas ventajas, ser “el otro” es una inmensa virtud: entre tantas voces, la poesía es la otra voz. Octavio Paz dixit.

El ajedrecista es siempre el otro, el distinto. Cito a Kasparov nuevamente: “En realidad (…)  hay muy pocas pruebas de que los maestros ajedrecistas posean cualidades más allá de las obvias para jugar al ajedrez. Ello ha llevado a generaciones de investigadores a intentar averiguar por qué algunas personas juegan bien al ajedrez y otras no. No existe el gen del ajedrez, no hay ningún patrón de infancia común y, sin embargo, igual que en la matemáticas y en la música, en el ajedrez hay auténticos prodigios. Niños que se convierten en estrellas a los cuatro años, que aprenden a jugar simplemente observando a sus mayores y que a los pocos meses derrotan a los adultos”. Como el genial cubano José Raúl Capablancia, como Samuel Reshevsky, sin contar otros prodigos no tan precoces pero sí igualmente sorprendentes: Bobby Fischer, Judit Polgar, Magnus Carlsen. Pero ésas son excepciones. El grueso de los jugadores de élite han de pasar años de estudio, sudor, lágrimas, dolor, alegría, antes de alcanzar un primer nivel. No todo mundo es Mozart.

¿Un ajedrecista es un artista (como el músico) o un científico (como el matemático)? Las dos cosas.  Aunque los que no son jugadores de ajedrez tienden a privilegiar el aspecto científico sobre el artístico, el cálculo sobre la inventiva.  Un jugador enérgico y entregado como Marcel Duchamp puede decir que si bien no todos los artistas son ajedrecistas, lo cierto es que todo ajedrecista es un artista. Por otra parte, Emmanuel Lasker afirma que “el ajedrez es por encima de todo una batalla”, por lo que no importa cómo lo definas: lo importante es vencer. El ajedrez como un Arte de la Guerra. No en balde fue el divertimento preferido de Napoleón y de otros grandes genios militares.

Aunque ello no impide que pueda ser el divertimento de cualquiera. Sin ser un simple juego. Caissa, la Diosa del Ajedrez, admite a quien quiera adorarla. Al igual que la divina Atenea. Cita Kasparov el siguiente párrafo de Novela de ajedrez, de Stefan Zweig:

Pero ¿no es una descripción insuficiente hasta lo ofensivo llamar juego al ajedrez? No es también una ciencia, una técnica, un arte; algo que fluctúa entre esas categorías, como el ataúd de Mahoma fluctúa entre el cielo y la tierra; algo que aúna todos los conceptos contradictorios: antiquísimo y eternamente joven; mecánico en la ejecución y, sin embargo, eficaz sólo gracias a la imaginación; limitado en un espacio geométrico y a la vez ilimitado en sus combinaciones… como prueba la evidencia, el ajedrez existe y ha perdurado más que todos los libros y las hazañas…

Quizá para finalizar, debo decir unas breves palabras concisas acerca de cómo el ajedrecista es un otro, el otro, que vive en México como un desterrado, como un albatros de los que describió Baudelaire. Concluyo: Pobre México, tan lejos del ajedrez y tan cerca de la televisión.

 

 

*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.


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