jueves, abril 18, 2024
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Imágenes urbanas: Las medias de Janeth

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Por José Luis Barragán Martínez
José Luis Barragán
Gregoria creció rápido, espigadita y desde muy niña todos alababan sus ojos, su boquita y su nariz.

Gregoria, por el rumbo de la populosa colonia Jacinto López; estuvo muy atenta a una tía radicada en Tucsón la que una vez que visitó Hermosillo le dijo:

– Mi niña, eres muy linda y de seguro encontrarás buen partido cuando seas grande.

En aquella ocasión Gregoria tenía diez años y desde entonces cultivó la idea de un verdadero Príncipe Azul.

Y así fue que llegó a los quince con la firme idea de que se merecía lo mejor, por eso presionó a su padre, modesto velador de  ferretería, para que a como diera lugar le hiciera su fiesta de cumpleaños.

Sucedió que no hubo chambelán, ya que tanto el “Tili”, como el “Machi” y el “Jorongo”, eternos pretendientes del barrio, le parecieron poca cosa a la festejada.

Y cumplió los diecisiete, los comentarios por dondequiera: “Qué hermosa”, si no fuera por la soberbia”, “se cree la Reina del Nilo”.

Fue en esa época que volvió la tía de Tucsón, la cual quedó sorprendida  de que Gregoria no tuviera novio y le dijo:

– Ay Gregoria, te has dormido en tus laureles; en primer lugar te cambiarás de nombre, de hoy en adelante serás “Janeth”, ya ves, mi nombre es Rosario pero en Tucsón me hago llamar “Katerin”.

– En segundo lugar las piernas; tienes piernas muy bien torneadas, debes lucirlas y con medias te van a caer pretendientes como abejas al panal.

“Janeth” empezó a trabajar en una tienda de regalos del centro y empezó a comprar medias, las usaba hasta cuando ayudaba a alzar la casa: “Nadie sabe cuándo el Príncipe Azul tocará a la puerta”, reflexionaba.

El tiempo transcurrió, se hizo tan adicta a las medias que en lugar de tirarlas las fue juntando, haciendo almohadas con ellas: “De recuerdo para cuando me case”.

Pero nada que se casó, al contrario, salió “premiada” de un “junior” de vacaciones por Hermosillo, fue entonces que el “Cochambre”, pretendiente de los últimos tiempos, vecino de la  colonia Insurgentes, tuvo su oportunidad.

Y entonces sí se casó; pero no fueron tan felices ya que el “Cochambre” siempre le echaba en cara que hubiera sido de otro antes que de él,  para colmo “de un Junior burlador de mujeres pobres y mensas”, le decía.

El “Cochambre” se ganaba la vida vendiendo tacos en las cantinas, tacos que “Janeth” le preparaba y siempre le llegaba medio borracho, a veces ni tan medio y sin dinero.

Ayer por la tarde “Janeth” estaba abrumada por las deudas y el chisme que le habían llevado, hasta las puertas de su casa, de que el “Cochambre” andaba con “Chabela la de Tijuana”, cantante del centro botadero de moda. Arrullaba al más pequeño de los niños, la recámara semi oscura. Entró el Rigo, de seis años, el del pecado original y le pidió una bolsa con ropa que ya no sirviera para usarla como pera de boxeo.

Con tal de seguir a solas con su depresión, le dio una de las almohadas que tanto cuidaba, de las que había hecho con medias de su época color de rosa.

El tiempo transcurrió, a lo lejos se escuchaba la gritería de los chamacos.

A las diez de la noche salió para decir a sus hijos que ya era hora de dormir, quedando paralizada ante el cuadro espectacular:

La calle envuelta en una nube de polvo; algunos niños se perseguían jugando “a las guerras” con medias llenas de arena a manera de rehilete, varias de las cuales colgaban de los alambres de la luz mientras que otros, usándolas como máscaras, jugaban a los “Sicarios” o la  “Gallinita Ciega”, entonces el pequeño Rigo se le acercó, agitado y con la cara iluminada le dijo:

– ¡Mami, mami, dame otra almohada para seguir jugando, al cabo que tienes muchas!

“Janeth” se quedó mirando al pequeño, sorprendida.

 

 

*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador


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