De mente abierta y lengua grande: El soldadito guapo
Chef Juan Angel | @chefjuanangel
Toc toc… Toc toc
-¡Valentín, hijo, buen día!-
-¡Aquí estoy, sigo vivo!-
Valentín tenía 23 días en su cuarto, salía una vez al día para tomar alimento, y solo se había cambiado con ropa limpia en 3 ocasiones; junto a su cama tenía unas jabas de madera con dos picheles de agua y un vaso con dibujos de los Pica Piedras. -¡Valentín, hijo, ¿vas a desayunar?- gritó su madre junto a la puerta, ante la falta de respuesta acercó su oreja y escuchó un llanto contenido junto a unos gritos que deseaban lo peor para sí mismo. -¿Matarse? ¡Cómooo!- se dijo su madre a sí misma; Felipa era madre de 4 varones, Valentín, el más pequeño de apenas 8 años estaba sumido en algo que él llamaba “una tristeza muy fuerte”. Felipa era viuda, trabajaba de 6 de la mañana a 6 de la tarde, al llegar a casa debía encargarse de lavar, preparar comida y hacer tortillas de harina, “deben estar recién hechas para cenar” decía Sara, la madre de Felipa, fallecida algunos años atrás.
Cuando Sara cocinaba, gritaba “¡la receta está en su geta!”. Invitando así a Felipa y sus hermanas a que observaran y aprendieran; ahí, Felipa construyó un gran recetario en su mente, mismo que diariamente seguía poniendo en práctica, desde la sabrosa salsa de chiltepín hasta el caldo de albóndigas, un platillo que la abuela Sara siempre preparaba; ese era el favorito de su nieto Valentín, “aquí tiene su plato mi soldadito guapo”, decía la orgullosa abuela cada vez que le ofrecía este manjar.
Después de que Felipa escuchó a su hijo deseando la muerte, pidió dos días de permiso. -Valentín, mijito, ¿vas a desayunar?- preguntó Felipa la mañana siguiente; a través de la puerta se escuchaba un silencio total -¡Mijo! Víctor, ¿vas a desayunar?- cuando Felipa estaba a punto de empujar la puerta -¡Caldo de albóndigas!- gritó Valetín con la voz ronca de tanto llorar. Valentín no había vuelto a comer el caldo desde el fallecimiento de su abuela.
-En el nombre del Padre, del Hijo…- dijo Felipa y comenzó a picar cebolla, jitomate, tostó algunos chiles y molió un trozo de pescuezo en un molino rojo dispuesto junto a la hornilla. En un par de minutos, las albóndigas hervían desprendiendo un sabroso aroma a yerbabuena y ajo -¡Valentín, ya está el caldo de albóndigas!- Felipa observaba cómo los ojos de Valentín se fueron llenando de lágrimas que después rodaron a cántaros por sus mejillas.
Hace apenas unos meses, Valentín volvió a encontrarse con su madre Felipa en Sinaloa, después de trabajar en diversas encomiendas de la Guardia Nacional, ese día sirvieron y disfrutaron rebosantes platos de albóndigas -Aquí tiene su plato mi soldadito guapo- dijo Felipa a Valentín, tal como le decía su abuela, y le propinó un beso en la frente.
Creo firmemente en la historia que me envió Felipa, hay emociones que son exclusivas del proceso de comer, emociones que están conectadas como ningunas otras a los momentos más importantes de nuestra vida.
Chef Juan Angel – Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.