De mente abierta y lengua grande: La comida del choque

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Chef Juan Angel | @chefjuanangel

-¡Ve nomás, hasta los calzones se le están saliendo del carro!-
-Nooo, sí que estuvo bueno el “guamazo”-
-Ay, pobreees mujereees, miraa, son de Sonora-

Toc toc…
Toc toooooc…
¡Juan Angel, despierta, abre la puerta!

Era medianoche, me había quedado dormido; a final de cuentas, a mí no me gustaba Luis Miguel, por lo que había decidido dormir en el hotel mientras mis amigas regresaban de cantar “Sol, arena y mar”.

-¡Juan Angel, vámonos, solo traete la cartera con alguna identificación!- dijo Israel mientras me sacaba adormilado guiándome con su mano en el hombro hasta el carro -Mira Juan Angel, no te asustes, todo va estar bien, tranquilo- en cuanto mi amigo terminó de “tranquilizarme” empecé a temblar como chihuahua -¡Hospital Santa María! ¿Por qué venimos a un hospital?- grité mientras me bajé corriendo del carro; en la recepción había dos mujeres llorando -¿Dónde están Rocío y ¿Araceli, qué les pasó?- grité, mientras me limpiaba las lágrimas que brotaban a borbotones.

-¡Tranquilouu, mister Vásquez, ¿cuál de dos mujeres ser su wife, esposa?- dijo la recepcionista a medio español, yo me quedé pensando: pues voy a escoger a la más cuerda -Soy esposo de Araceli- dije con la seguridad de un soldado inglés; de esa manera tuve acceso a expedientes, ingresé a la sala de emergencias y hasta pude tomar decisiones respecto a sus tratamientos…una mentira piadosa que nos libró de muchos problemas.

-Ay, me duele el cuello- dijo Rocío mientras salía en silla de ruedas del hospital, la subí a un taxi y nos fuimos a casa de una familiar de mi supuesta esposa, Araceli. Teníamos que rescatar el carro con todo y calzones que ya estaban encerrados en el corralón; además de terminar los trámites del seguro.

-Bienvenidos, pasen por favor, con cuidado- dijo Martha (quien vivía al sur de Tucson, Arizona) -Tomen asiento, ya casi termino de hacerles comida para que se les baje el susto y puedan seguir con las vueltas; Martha se fue a la cocina, tomó una porción de masa, le agregó queso y empezó a formar una bola que después aplastó sobre una hule, la dispuso en un comal y una vez dorada por ambos lados, nos sirvió dos piezas a cada uno, eran pupusas salvadoreñas -Encima le pueden poner este encurtido de repollo y un poco de salsa roja- indicó la anfitriona. Con cada mordida, los rostros desconsolados de las accidentadas fueron cambiando, en pocos minutos ya estábamos riéndonos de la situación -Dicen que las penas con pan son menos- dijo Araceli; y con el mismo ánimo salimos a buscar el corralón -Que les vaya bien, recuerden que son pupusas de la buena suerte- nos despidió Martha, quien continuó haciendo más para vender afuera de su iglesia.

-Good afternoon (buena tarde)- grité a través de un cerco alto de alambre.
-Sí hablamos español- contestó el encargado; después de una larga explicación, nos dijo que podíamos sacar el carro hasta el lunes, ya que cerraban sábado y domingo -O apenas que vayan a la agencia donde le van a revisar el golpe a ver si pueden venir por él- nos alentó el gringo.

Nos subimos al carro que nos había prestado Martha y le aceleramos hasta la agencia.

-¿No es ese tu carro, Araceli?- dije sorprendido mientras veía, a través del cristal de la agencia, una grúa jalando un Chevy dorado; salimos corriendo a preguntar al encargado quién lo había traido para poder agradecer -Pues el hombre que lo trajo no traía uniforme, ni dijo su nombre; era alto, delgado, cabello largo, dejó el carro y se fue- contestó el vigilante del estacionamiento. En ese momento supimos que las pupusas de Martha habían sido acompañadas con una oración.

Se dice que las gorditas mexicanas son las precursoras de las pupusas, con la diferencia de que las primeras se rellenan ya cocidas.

Chef Juan Angel – Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.

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