La perinola: Un nuevo paradigma
Por Álex Ramírez-Arballo
¿Cómo fue que hemos llegado hasta aquí? ¿En qué punto de nuestro camino fue que nos perdimos? ¿Hubo alguna vez, de verdad, un sentido cierto para todos nuestros pasos? Estas son preguntas muy difíciles de responder por varios motivos, pero son absolutamente necesarias si queremos entrar en un proceso de liberación. Si hay algo que podemos llamar “la verdad” ha de ser un estudio cuidadoso de los procesos de causas, efectos y anomalías que van conformando la evolución histórica de la materia y las relaciones humanas. En este marco es donde el autoanálisis nos aproxima a comprender el mundo, y lo que es mejor, a comprendernos a nosotros mismos en él.
Los Gen Xers fuimos engañados por una inercia que nuestra humanidad venía arrastrando durante los años posteriores a la segunda guerra mundial: años de crecimiento, expansión y bonanza sobre los que pudo constituirse una estabilidad que hoy sabemos bien no era sino una anomalía; un ejemplo de esto es la noción de un empleo estable con prestaciones atractivas y posibilidad de desarrollo. Para los “equis tardíos”, los primeros en darse cuenta de que todo aquello ya no era para nosotros, la frustración fue la condición natural de nuestros años de adolescencia y primera juventud; pero sobre nuestras cabezas revoloteaban las voces de nuestros mayores exigiendo de nosotros respuestas a preguntas que habían dejado de existir. Nuestra verdadera patria fue la indefinición, la incertidumbre, el miedo curioso siempre; no es un misterio que nuestros ídolos fueran todos suicidas y desesperados.
¿Qué devino de todo aquello? ¿Qué fue lo que finalmente se consolidó como modelo de una nueva sociedad? Y bueno, el nuevo milenio nos trajo dos noticias, una mala y una buena; la mala fue que con la irrupción del terrorismo global toda la inocencia y la ilusión globalizadora de los años noventa se fue por el caño; la buena era que la tecnología de comunicación e información despertó hermosa y violentamente, poniendo a nuestra disposición una cantidad increíble de prodigios que hasta hacía muy poco tiempo habían pertenecido a las páginas de la ciencia ficción. Gran paradoja, la expansión cultural comenzaba a retroceder, indicando el advenimiento de la contracción nacionalista que vivimos hoy y, por otro lado, la tecnología volvía realidad un escenario de interacción interplanetaria sin precedente.
No se piense que estoy planteando un escenario de pesadilla. Todo lo contrario, estoy describiendo lo que ha pasado pero tratando de puntualizar aquellas zonas de posibilidad, que las hay. Entiendo esto: estamos viviendo tiempos de mestizaje o lo que es lo mismo, de posibilidad. Eso es algo que los más jóvenes han sabido comprender rápidamente para sumarse al flujo de la nueva realidad. A nosotros, los Gen X-ers, nos ha costado más trabajo, tironeados por el conflicto con el padre: en nuestras cabezas sigue resonando su voz, demandando siempre lo imposible. Hasta que no seamos capaces de ir y cortarle de tajo la cabeza, seguiremos atrapados en la angustia caduca de una adolescencia incurable. Ser libre entraña aceptar que podemos ser siempre otro, el que queramos ser.
Vivimos en un escenario de profesiones híbridas. Es muy difícil encontrar hoy en día a alguien cuyo trabajo posea bordes definibles. No es casualidad que en el mundo de la academia se haya puesto de moda de un tiempo a la fecha la idea de la multidisciplinariedad. De esto se trata todo esto, por lo menos para quienes no aceptamos la vida a secas, como todos aquellos que se refugian en la mansedumbre y la obediencia. No somos así, no podemos serlo; y me refiero a quienes nos atrevemos a preguntarnos a la cara por lo que somos, por lo que vamos siendo.
El paradigma de las profesiones híbridas es apasionante, sobre todo para aquellos que tenemos experiencia de vida sobre nuestras espaldas; todo eso que algunos consideran una maldición es para mí capital en el sentido más estricto de la palabra, es decir, habilidades que podemos convertir en dinero contante y sonante. Fuimos educados pésimamente en el campo de las finanzas personales; es hora de cambiar eso si es que queremos recomponer el rumbo y evitar una vejez de pobreza y abandono.
Estoy tocando un punto sumamente importante y conflictivo: el modelo mental de mis contemporáneos suele ser reacio a aceptar esta realidad, incluso cuando se encuentren hasta el cuello de la frustración. Siguen ahí, esperando como idiotas que la realidad se ajuste a sus prejuicios. No sucederá y ellos morirán ahogándose en sus propias frustraciones. Quizás esta sea tu última llamada, atiéndela. No estás predeterminado para vivir de una cierta forma, eso es un mito. Reclama tu derecho a construir tu propia existencia.
Tengo esposa e hijos, por lo que la idea de tomar una mochila e irme a caminar por el mundo sale del horizonte de mis posibilidades. Mañana no sé qué sucederá. Además, tengo un trabajo que por el momento se plantea estable; gracias a esto es que cuento con un flujo de recursos que me permiten mantener el “circo” rodando mientras yo sigo estudiando posibles escenarios de acción. Invoco siempre la valentía, que no debe confundirse con la temeridad; tengo junto contigo el alto deber de la prudencia si no es que quiero caer en más torpezas. Creo que con las que he cometido hasta el día de hoy son suficientes.
Esta libertad responsable es limitante, es verdad, pero de un modo positivo. El tiempo que “perdemos” debido a nuestra cautela se transforma en precisión. La pasión furiosa de antes se ha sosegado, se ha convertido en voluntad regida por el pensamiento dirigido. Hacemos cosas, y no pocas, pero todas ellas tienen un común denominador: apuntan en una misma dirección, abonan a una misma causa.
El talento no es escaso, lo que realmente falta es disciplina. Y cuando hablo de disciplina estoy pensando sobre todo en la capacidad luminosa de contener nuestros propios impulsos. Disciplina para no perder el tiempo, para reconocer errores, para escuchar a los demás, para volver a empezar una y mil veces, para aprender, para escuchar con atención a los más jóvenes, para ser honestos hasta la médula, para reinventarnos, para vencer el demonio más feroz de todos: el miedo. De todo esto hablo.
Escribo de madrugada, como siempre. Aquí todos están durmiendo y yo ya me he preparado mi café; doy uno o dos sorbos lentos y me demoro disfrutando el sabor. Luego tomo la pluma, coloco mi bloc de papel rayado bajo el cono de luz de mi pequeña lámpara de banquero y comienzo a escuchar mis pensamientos, luego lo transcribo. Eso es todo y es para mí la mejor manera de comenzar el día. En realidad, no sé lo que escribiré, pero eso poco importa, ya lo iré descubriendo. Lo mismo sucede con todo los demás; cada día que comienza es único, absolutamente irrepetible, y yo lo recibo como el más precioso de los regalos.
El mundo comienza con cada amanecer. No es casualidad que cada mañana, con independencia de los demonios que nos han martirizado en nuestra mente, sentimos un renacimiento de nuestras fuerzas; aparece de pronto una puerta entreabierta donde todo era la ciega uniformidad del muro. Renovamos un pacto de lucha que responde a la naturaleza resiliente de nuestra especie. Es una auténtica maravilla.
Si fuimos engañados es nuestro deber darnos cuenta del engaño. Aunque veo a muchos a mi alrededor abrazando ese engaño; besan las manos de su propio verdugo. Es absurdo. Pero para los otros, los que supieron escapar de las cadenas que les fueron impuestas desde pequeños, todo el tiempo por vivir ha de plantearse como un escenario de posibilidades. Queda todo por vivir, todo por hacer.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com