sábado, abril 20, 2024
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Urantia: Gastromítica

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Miguel Manríquez Durán
Miguel Manríquez1: Las aceitunas negras tienen el poder de invocar dioses proscritos por la cristiandad. Cada vez que abro una lata tomo la mitad de estos frutos sagrados y los trituro mientras murmuro: “Y ahora decidme, Musas habitantes del Olimpo, pues ustedes son diosas que, presentes en todas partes, saben todo, mientras que nosotros no escuchamos más que un ruido y no sabemos nada. Díganme quienes eran los guías, los jefes de los dánaos” (Ilíada, Canto II). No tirar la salmuera en la que vienen las aceitunas para no ofender a Cloto, Láquesis y Átropos porque estas moiras son implacables y cabronas para aquellos que vierten ese jugo. Ellas son dueñas de nuestro vulgar destino terrestre.

Es una verdadera lástima que las invocaciones hayan sido sustituídas por la observación más propia de la racionalidad que del mito. Tómese una sartén sopera y vierta un poco de oliva, medio kilo de tocino finamente picado y, cuando dore, agregue un poco de aceite, un poco –casi nada- de sazonador y una cucharada de ajo picado. Cuando todo esté frito, agregue los 150 gramos de aceitunas que previamente trituramos y una medida igual de arroz (taza de aceitunas por taza de arroz). Sofreír un poco. Si es una taza de arroz, entonces agregamos dos medidas: una de agua y una de salmuera en donde venían las aceitunas (para venerar a Afrodita –espuma blanca- que, según Plutarco, refiere a “la nacida de la salmuera.

Ya entrados en eróticas veneraciones, ponemos una pizca de sal que, como dijo Pitágoras, “surge de las fuentes más puras, el sol y el mar” (Diógenes Laercio, VIII, 35) y porque la sal es un afrodisíaco conectado precisamente con Afrodita, Diosa del Deseo, que es “salada y picante” pero tiene encanto y provocación. Seguramente la prohibición de sal que los galenos imponen es también porque el deseo congela el impulso religioso. Más que nada, el deseo es retomar un camino de liberación muy lejos de los dioses. Prohibir la sal es comprensible: los egipcios, según Plutarco, “lo convierten en un punto de religión de abstenerse completamente de sal”. Por si fuera poco, es la única roca que los humanos se comen.

Cuando el arroz esté a punto del último hervor, incorporar una medida de pasas (si son de Corinto, mejor), un pimiento rojo (ἐρυθρός) que recuerda la sangre del sacrificio a los dioses y el resto de las aceitunas rebanadas. Moverlo de vez en cuando para que se cocine bien. Va bien con un trozo de carne de cordero con menta, un buen filete o, para acabar pronto, con gemisti supia que en cristiano son calamares rellenos de queso feta con salsa de tomate.

Sólo entonces puedo invocar el gran significado de la boda de Cadmo y Harmonía: La liviandad del amor constituye por sí misma una entidad compleja regida por dos principios: la complementariedad y la sustitubilidad. Tal vez porque el amor no es sólo un modo de estar en el mundo, sino una profunda resonancia que convierte y subvierte sin más finalidad que estremecer y diluir la noción de lo absoluto en el mar de lo contingente: “es el fuego que fluye/ sin cesar hacia el este. Bajo su fiel/ solar/ te pienso” (dice Coral Bracho): “Detrás de la cortina hay un mundo de calma,/ detrás del verde espeso/ el remanso,/ la profunda quietud./ Es un reino intocado, su silencio/ Desde el espectro líquido/ de otro mundo/ desde otra realidad de sonidos dispersos; desde otro tiempo/ enmarañable, me llaman”.

Separador - La Chicharra

2:Un toro enloquecido por el dolor de la fusta, mató al bello Ampelo, el primer amor de Dionisio. A su muerte fue convertido en vid tan sólo porque este lúbrico adolescente provocó el llanto de un dios. La uva brotó entonces del cuerpo de ese mortal, amigo de todas las fieras, que hechizó a Dionisio, el preferido de Zeus. En su duelo, estrujó las uvas para sentir una vez más el cuerpo del jovenzuelo. El dios saboreó la dulzura de las uvas. Recordó el aroma y el sabor del vientre desnudo de Ampelo: “Incluso muerto, no has perdido tu color rosado”, musitó anegado en llanto. Se desplomó ebrio de amor. Era lo que le faltaba al mundo: la ebriedad que las uvas provocan. Para calmar su dolor, Dionisio marchó al Atica y a su regreso descubrió que el olvido no existe para los amantes. El vino, cuenta el mito, es la sangre de Ampelo. Si la diosa Démeter reveló el pan a los mortales, Dionisio les compartió la sangre del amante.

El vino –me cuentan- puede despertar y puede adormecer, acallar los dolores del cuerpo que, casi siempre, son momentáneos, pasajeros. El dolor del alma es permanente y sólo puede ser acallado con el vino. Los dioses nos engañan con la uva. Bien dice Eratóstenes que cuando los mortales bebieron de las vides “los habitantes de Icario danzaron entonces por vez primera alrededor del macho cabrío”. Fue el inicio de la tragedia (τραγῳδία: tragoidia) : “canto al macho cabrío”.

En eso radica la tragedia humana: enfrentarse inevitablemente a sus dioses una y otra vez a través de todos los tiempos todos. Esquilo, Sófocles y Eurípides no olvidaron el sentido religioso de la tragedia: representar (re-presentar: volver a hacer presente) el sacrificio de Dionisos. Es la divinidad protectora de la vida y símbolo del placer, el dolor y la resurrección. Durante la época de la vendimia en su honor se cantaban a coro distintos himnos ditirámbicos (διθύραμϐος: dithýrambos: “descender de dos puertas”) entonados por “sátiros” u “hombres cabrones” (seres mitad hombre, mitad cabra) que lamentaban la muerte de Dionisos: “el hijo de la puerta doble”: “el que nació dos veces”. Los mejores vinos se daban en la isla de Clío y en Lesbos.

Separador - La Chicharra

3: Hasta entonces la epifanía está completa: estuvimos en el paraíso por un instante: “hacer eterno el instante/ ¿es hacer eterno el cuerpo? La luz del cuerpo/ ¿nos hará eternos?” (Pere Gimferrer, dixit). El poeta José Hierro escribiría: “Por qué no perpetúas el instante/ antes de que en tus manos se deshaga”.

 

Miguel Manríquez Durán. Poeta.

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2 comentarios en "Urantia: Gastromítica"

  • Un sándwich clásico con aceitunas negras y chilito amarillo morita, es de lo más rico. Lo servían así en el Mulato. Pero ya no.

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  • Casi pude oler el arroz y el sabor a mar del calamar relleno… La comida, la bebida, paroxismo de placer, resabio de recuerdos, pecado que lleva su propia penitencia…

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