jueves, abril 18, 2024
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Basura celeste: Un entramado de apariencias

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Por Ricardo Solís
Ricardo SolísSuiza es considerada, de forma tradicional, como el país que ha brindado a la humanidad algunos famosos psicofármacos, ser el lugar donde nació el secreto bancario y en el que se “inventó” la neutralidad política; ahora, todo ello nos permite de igual manera apreciar el necesario complemento de este retrato nacional, una nación que se distingue –como muchas– por su doble moral y una hipocresía de siglos. Como en la mayoría de los casos, los escritores son quienes descubren ante nosotros estas cuestiones, por medio de la ironía, para que notemos esa “verdad” que da cuenta de lo frágil de la fachada de las sociedades modernas y, para el caso suizo, bastaría hablar un poco de la novela Justicia (Tusquets Editores, 2013), del narrador y dramaturgo Friedrich Dürrenmatt (1921-1990), una historia que tal vez puede considerarse su obra maestra y que, tras comenzarla a fines de los cincuenta, terminó de escribir en 1985.

Lo primero que debemos destacar es que Dürrenmatt, destacado autor de obras teatrales, ha escrito también notables novelas policiacas pues, todo indica, este género particular le brinda la posibilidad de construir con precisión tramas cuyo trasfondo refleja a la perfección la situación de su país. Ahora, aunque la “justicia” ha sido un tema sobre el cual gira su obra completa, en esta novela en específico lo enfrenta de modo directo, desde el primer párrafo, gracias al cual nos enteramos que un alto funcionario y reputado intelectual de Zúrich –el doctor Kohler– asesina sin miramientos a un destacado humanista en un sitio público concurrido.

Lo curioso es que, tras este crimen, el asesino regresa al coche oficial en el que acompaña a un ministro inglés que visita la ciudad y lo lleva al aeropuerto, luego de eso va a un concierto y, una vez concluido, lo apresan. Por supuesto, es condenado poco después a una larga pena de prisión y, con todo, Kohler no parece agobiado, deja la dirección de sus empresas a su hija, construye para sí una fama inmejorable en la cárcel y evade con delicadeza los escándalos.

Sin embargo, todo comienza a torcerse en unos años. Kohler es consciente de que para su caso en particular no hay duda, él es culpable aunque bien sabe que no hay móvil para justificar su conducta, la víctima –el profesor Winter– era su amigo y no tenían conflicto alguno ni existe motivo aparente para lo que sucedió. De este modo, buscando “revisar” su proceso judicial, contrata dos personas para eso: un académico célebre y un abogado principiante (quien se convierte en el narrador fundamental de la novela).

Así, bajo la implacable tesis de que “lo real no es más que un caso de lo posible”, el asesino indudable invierte su dinero en financiar una investigación paralela que “descubra” la posibilidad latente de que alguien tuviera motivos reales para matar a Winter. De hecho, la historia la conocemos porque el mediocre abogado que contrata se ve obligado a aceptar los cheques de Kohler pero destruye su carrera profesional, no sin lograr que otro colega suyo aproveche la “reapertura” del caso y la, ahora así, inevitable liberación del asesino (y el suicidio de un inocente).

Lo que llega hasta los lectores es, en primera instancia, el informe detallado que prepara el joven abogado –Felix Spät– y que acabará en manos de un editor que lo recibe del fiscal a quien se dirigió en primera instancia; este editor es quien nos narra el último tercio explicativo de la historia, en el que nos enteramos como, tras pasar años viajando por el mundo como un hombre libre, Kohler regresa a Zurich para que Spät intente asesinarlo porque, supone, matarlo será “la única forma” de hacer justicia.

Todo lo hasta aquí referido corresponde a líneas generales y no traiciono los detalles de una trama sorprendente que hará las delicias de cualquiera; conforme se nos cuenta esta historia, parece siempre que damos con puertas falsas o entramos en realidades paralelas que corresponden a hechos falsos que por su sola probabilidad cuentan en un proceso judicial en el que, por mucho que la realidad se oponga, aquello que “pudo ocurrir” se toma como hecho incontrovertible.

Es claro que Justicia no es, para nada, una típica novela policial, es mucho más que eso y, ante los ojos de los lectores, quedan al descubierto algunas caras ocultas de lo que consideramos como “verdad” y, asimismo, se desnudan las apariencias que permiten a muchos creer que una sociedad corrupta es “equilibrada” o que un farsante probado puede pasar por una persona distinguida.

Finalmente, ¿por qué no sería malo buscar esta novela? Porque nuestro país no se aleja mucho del retrato de Suiza que elabora Dürrenmatt y porque el caso que nos plantea puede parecer absurdo pero se trata de algo que sucede hoy día, y con frecuencia. No es difícil recordar casos en los que se “arresta” a ciertos personajes corruptos que, una vez condenados y en prisión, permiten que la opinión pública quede tranquila (pues se supone que se aplicó la justicia) mientras que nadie, prácticamente, conoce lo que en realidad ocurrió, las características del proceso judicial o las bases para la aplicación de una condena que, seguramente, no se cumplirá del todo y nadie le importará.

¿Por qué funciona Justicia como una gran novela? Porque sin excesiva pretensión nos demuestra que en cualquier país, en este mundo de hoy, ocurren historias que son ejemplo del entramado de apariencias que nos oculta los privilegios de aquellos que logran vivir ante la ley con la mayor impunidad y que, con lujo de falsedad, se nos presentan como intachables ejemplos de decoro y ciudadanía. ¿No les recuerda nada todo esto? Sería extraño que no.




Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.


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