Basura celeste: Mucho más que una novela de aventuras

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Por Ricardo Solís
En la edición de 2009 del Premio Nacional de Primera Novela Juan Rulfo resultó ganador el escritor de origen colombiano –pero radicado en México– Jaime Panqueva (Bogotá, 1973), pero aquel libro con el que ganó se editó hasta dos años después bajo el título de La rosa de la China (Planeta, 2011), un relato que a través de múltiples voces busca mostrar y desentrañar la serie de sucesos relevantes alrededor de la vida de una figura histórica que, asimismo, se ha convertido en un personaje legendario cuyo rastro y tradición es posible “seguir” hasta nuestros días. ¿A quién nos referimos? A Catarina San Juan, por si el nombre le evoca algo.

En este sentido, Catarina San Juan es un personaje que, de acuerdo con los datos históricos, llegó a ser conocido como la “china poblana” en la actualidad –pero que, claro, se trata de una figura que fue retomada y reivindicada por el nacionalismo de la primera mitad del siglo XX–; además, aunado este relato a la primera intención del autor, esto es, que se tratara de una novela “de samuráis” (pues una de las narraciones adyacentes es una versión de la llegada y estadía en la Nueva España de un cuerpo de embajadores nipones que desembarcó en Acapulco), el destino de quien en su vejez sería considerada como “una santa” se liga con el de un ronin que habrá de adquirir notoriedad al convertirse en un salteador de caminos que busca venganza.

Con anterioridad, Panqueva ya había referido –al periodista Ángel Vargas, de La Jornada– que su formación no es la de historiador, pero que los elementos que tomó de los archivos históricos existentes le permitieron, partiendo de lo que “no nos dice” la documentación, tomarse “la licencia de llenar esos huecos con la imaginación”, lo que produjo una historia “nueva” donde la realidad se entreteje con la ficción.

Quizá por ello, el género elegido por el autor es la “novela de aventuras” que, en su opinión, resulta propicio para la “iniciación” de lectores jóvenes porque reúne características de frescura, viveza y es, también, “altamente visual”. En estos términos, parecería que nos halláramos frente a una de muchas historias que suelen invadir el mercado editorial en esta época para hacer dinero pero, lejos de eso, La rosa de la China resulta una experiencia de lectura que representa complejidad y el hallazgo de personajes cercanos a la dimensión humana del conflicto y la sana ambigüedad.



De esta forma, la protagonista, aunque se trate de una mujer nacida en un continente lejano (India), raptada en Filipinas y luego afincada en la Nueva España, añade a ello los propósitos de búsqueda espiritual que desembocan en dos dimensiones: una erótica y otra de tipo ascético, sin dejar de lado –en esta última– cierta dosis de sobrenaturalidad que, al suceder al amparo de los eventos y sin apoyo de explicaciones, confieren atractivo a un personaje ahora famoso, también, por su belleza y el nivel social que le distinguió en su época (distante de su pasado como esclava o cautiva).

Ahora bien, en realidad, para un lector medianamente atento, no era necesario aclarar que la novela tomó años para escribirse porque resulta evidente si se consideran los resultados; esto es, Panqueva no teme a la experimentación formal ni a la inserción del lenguaje “antiguo” en los giros discursivos que acercan el pasado ficcional a la contemporaneidad y sus esquemas de intriga y precariedad en los datos o la revelación probable de los hechos.

He ahí la mejor virtud de La rosa de la China, convertirse en una novela donde se intercalan las voces de un atribulado guerrero que se debate entre la pérdida del honor y la sed de venganza, la de una belleza particular en quien se fusionan los dones no pedidos de la adivinación y la virtuosa salacidad, la de un inquisidor cuya visión se transforma con los años y gracias a la experiencia del amor para, finalmente, eslabonarse con una tercera persona que, aunque no interviene, permite que las perspectivas anteriores se hilvanen.

No es exagerado decir que el debut novelístico del colombiano fue uno muy prometedor pues, bien mirado, no sólo es destacable en esta historia la construcción de los personajes o la propiedad histórica con la que se pone de relieve la particularidad con que se vivió en la Nueva España un periodo en el que la Contrarreforma convivió con los rasgos multiculturales de una sociedad que, desde entonces, ha significado un crisol donde (no sin conflicto) pueden confluir y hacer vida diferentes razas, sociedades, individuos, costumbres.

Lo que Panqueva consigue sostener de modo admirable es la complejidad cambiante de una estructura que, también, echa mano de registros múltiples; es decir, al lado del relato convencional que prefigura los hechos que se contarán, se encuentran los diarios, los informes inquisitoriales, las cartas, la toma de distancia que confiere cualidades “visuales” a la prosa y la imaginería que se despliega de la confesión que, para cada personaje, evita la traición de su humanidad para conferirle dotes de una muy verosímil condición con la que no discrepan los eventos fantásticos (moderados con acierto, hay que decir) ni la volubilidad de espíritu que puede caracterizar a cualquier persona.

Sí, no dudo que Jaime Panqueva haya logrado su cometido inicial con este libro pero, a juzgar por lo que su lectura evidencia, no sería atrevido agregar que La rosa de la China va mucho más allá de ser una simple novela de aventuras y, por otra parte, a nadie le vendrá mal asomarse a la cronología histórica que se ha colocado al final de esta edición, casi como un ancla que confirmará o corregirá las presunciones de un lector de verdad interesado.




Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.


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