Basura celeste: Un autor, dos novelas, mismos ejes

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Por Ricardo Solís
Hace más de una década, el escritor Alejandro Ramírez Arballo compartió un texto conmigo en el que apuntaba esta frase: “el narrador, si bueno, habrá de producirnos un arrobo irrenunciable, un abandono del cuerpo, un estado que es siempre un anticipo del tiempo sin tiempo de los sueños”. Si estas palabras sirvieran de punto de partida para tasar algo de la prosa del narrador francés (y Premio Nobel de Literatura en 2008) Jean-Marie Gustave Le Clézio, no mucho favor harían, en especial si se revisan dos de sus más conocidas novelas que se han publicado en español, y me refiero a La cuarentena (Tusquets, 2008) y El pez dorado (Tusquets, 2008).

Para comenzar, La cuarentena es una novela que, aunque no sea estrictamente “polifónica” como se ha dicho de ella en otras publicaciones, sí consigue una complejidad estructural bajo el imperio de una voz que persigue el rescate de un pasado donde se alberga la memoria familiar y los misteriosos puntos o lagunas donde se manifiesta borrosa o llanamente invisible.

Entre sus puntos atractivos, destaca la importancia de dos encuentros que los personajes principales sostienen con el poeta francés Arthur Rimbaud, uno en la juventud y otro cerca del fin de sus días, en un puerto africano, postrado en cama y sufriendo por la pierna enferma que lo llevaría a la tumba tras años de haber abandonado la escritura.

Pero, fiel a lo que ya se puede identificar como parte de las “obsesiones” del autor, la novela no deja de convertirse en una larga exposición de motivos “en contra” de las consecuencias funestas de la historia colonial en las regiones más alejadas del orbe mental de Occidente (en este caso, la isla de Mauricio y sus colindantes).

De este modo, se accede a la historia de León y Jacques, dos hermanos que realizan un viaje “de regreso” a sus raíces tras la pérdida de sus padres y, en ese trayecto, se ven detenidos por fuerza (un brote epidémico de viruela) justo antes de llegar a su destino. Es en ese infierno donde sus destinos se separan y cada uno de ellos encontrará su camino definitorio, uno a través del amor y el otro al toparse con la dureza del clan familiar que les rechaza.

Es el último descendiente de este linaje (desde 1980) quien hace de nuevo el viaje al origen y, en cierta medida, “ordena” la narración a partir de los relatos de voces que integran un cuadro diverso en el que abundan historias paralelas que conectan distintas partes del mundo, épocas y sucesos históricos, destacando la evocación de un incesante mestizaje gracias a los sucesos que acontecen a los personajes (desde una esposa poco convencional y amante de la poesía, hasta una niña inglesa rescatada de una matanza de la que resulta la única sobreviviente para –qué novedad en J. M. G. Le Clézio – asumir o integrarse a “otra” cultura).

Ahora bien, si a La cuarentena se le ha alabado su carácter “poético”, este se puebla de descripciones que rayan más en el asombro preciosista que en la crítica contemplación; además, si esta ocurre, se manifiesta a través de una directa enunciación que resta mucho al carácter autónomo y verosímil de los personajes (detalles exigibles cuando se les inserta en contextos históricos de esta clase, pero donde la “reivindicación” de valores determinados luce fuera de tiempo y lugar).

Por lo que toca a El pez dorado (mucho más breve, lineal y menos pretenciosa en términos formales), aquí los hechos están mucho más cerca del presente y la primera persona convierte la narración en un relato testimonial en el que no faltan también los elementos de multiculturalismo y éxodo forzoso de muchos de los textos del francés.

De acuerdo con la historia, una niña es raptada y, tras una larga serie de vicisitudes, consigue dar finalmente con su identidad y desentrañar un pasado cuyo desconocimiento ha marcado su vida. Pero esta novela (tan cercana a un bildungsroman) carece de los atractivos formales de la anterior y la protagonista –Laila– topa siempre con giros de suerte (que la “salvan”) tan improbables como plagados de una clara intención autoral que, sin duda, empobrecen un texto donde pareciera darse mayor importancia al poner de relieve los males del poscolonialismo y la permanente xenofobia de la cultura occidental, tan temerosa de “lo extraño”.

Quizá interesa a buena parte de los lectores de Le Clézio que su personaje salga avante de sus escollos y, a la vez, enfrente los avatares de la migración y el contacto semi-reflexivo con su propia diversidad cultural a través de su “talento” literario y musical, pero resulta difícil en extremo “conectar” con quien, después de un incierto origen y persecuciones interminables (y ni siquiera de cierta intensidad que vuelva atractivo el trayecto de vida de Laila), logra convertirse en poco menos que una estrella del jazz y una futura madre redimida. Quizá ocurra en la “realidad”, pero en la ficción parece demasiado improbable esa forma de “conexión”.

No se puede negar a este narrador francés su voluntad denodada de colocar siempre ante los ojos las condiciones de marginación y “desventaja” de determinados grupos humanos (no en balde dicho aspecto de su obra fue “enaltecido” por la Academia Sueca cuando se le concedió el Premio Nobel); pero esta característica dista de constituirse como “valor” que justifique una estatura específica para un escritor que no deja de tornarse melodramático y hasta ramplón, por momentos, en una prosa que, a pesar de su “cuidado” no deja de carecer (siempre) de “algo”.

Minimizar el juicio de “mediocre” que le imputó el ensayista italiano Pietro Citati sería admitir con demasiada facilidad los visibles puntos frágiles de una literatura más dada a la “corrección” que a la exposición sin propósito visible o las llanas historias que pueblan el mundo y no buscan colocarse ni en contra ni a favor de alguna “visión” determinada (más perjuicio que bien hacen al autor las palabras del acta de jurado del Nobel que asume como cualidad que se halle tanto “dentro” como –y sobe todo– “fuera de la civilización dominante”).

Bastante más leído en Asia o el continente europeo que en los Estados Unidos, Le Clézio pertenece en esencia a una estirpe de escritores que encuentran en el viaje y la confrontación con la diversidad de culturas más una serie de motivos o lenguajes “apropiados” que historias que busquen el placer del lector más que su “necesaria” fijación en determinados patrones civilizatorios y sus consecuencias que, siendo optimistas, sería más agradable percibir como “accesorios” de lo que se cuenta (pero presentes).

Tanto más se torne la obra de Le Clézio “accesible” a los lectores de lengua española, se verá más lo imperativo de “volver” la vista a las siempre inagotables posibilidades de “otras” formas narrativas menos “apropiadas” y, quién sabe, tal vez más gratificantes (léase cualquier novela de Philip Roth, Don De Lillo, Michel Tournier, Peter Handke, W. G. Sebald, Antonio Lobo Antunes o Enique Vila-Matas; por referir solamente algunos conocidos nombres de contemporáneos suyos que se antojan mucho más estimulantes).




Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.


– PUBLICIDAD –


Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *