martes, abril 22, 2025
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Imágenes urbanas: Me llamo Conchita

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Por José Luis Barragán Martínez
José Luis Barragán
En una populosa colonia de cuyo nombre no puedo acordarme vive Conchita.

Ella es la mayor de cinco hermanos y tiene 16 años.

Su familia es humilde, pero afortunadamente se hicieron de un lote de 180 metros cuadrados.

Aunque tienen cinco años viviendo allí no han podido levantar casa y viven en un cuartito de cartón de cuatro por cuatro, ya tienen luz y agua pero como en la colonia no hay drenaje, ellos al igual que sus vecinos tiran las aguas negras a la calle la cual se encuentra intransitable por los hoyancos y con una peste endemoniada, esto al decir de los vecinos obligará tarde a temprano a las autoridades a poner dicho servicio.




Aquella mañana, la espigadita Conchita estaba rozagante y feliz de la vida esperando el ruletero, era su primer día de trabajo.

Pocos días antes y gracias al esfuerzo de sus padres se había graduado como auxiliar de comercio e inmediatamente encontró chamba.

Aquel día, siete de la mañana, era rica en optimismo auque su ropa fuera pobre, pero limpia.

A las cuatro de la tarde Conchita llegó puntual a su casa, estaba feliz y durante varias horas platicó a su madre los pormenores de su primera gran experiencia laboral, inclusive se permitió agregar muy discretamente que le había dado una orden al office boy.




Por la noche Ezequiel, de 18 años, su eterno enamorado del barrio, fue a tratar de hablar con ella, pero como siempre Conchita ni le dijo que sí, ni le dijo que no.

Y así pasaron tres meses, tres meses en los que el barrio observó una nueva actividad: la espera puntual del ruletero a las siete de la mañana y el regreso a casa a las cuatro de la tarde.

Y era Conchita el personaje principal, en quien se podía ver una transformación con ropa de mejor calidad, además, en una de sus manos uno de sus delgados dedos lucía un hermoso anillo y su cuello se adornaba con una cadena de oro y un ancla.




Con Ezequiel tuvo un fuerte problema, ya que éste no se pudo acostumbrar a llamarla Connie, como le decían en la oficina.

Un mal día la censura del barrio barrió con Conchita, pues llegó en un Gran Marquís a las cinco de la tarde, cinco de la tarde que después se transformarían en las seis, ocho y once de la noche, peor aún, en una ocasión corrió el rumor de que el vehículo de color blanco-puro la llevó hasta en la madrugada. A estas alturas su ida al trabajo era a las once de la mañana o al mediodía cuando el Gran Marquís, haciendo gala de acrobacia sorteando las despiadadas zanjas, se estacionaba majestuosamente frente a la casa de cartón mientras que lo chiquillos jugaban a su alrededor creando un cuadro espectacular.

En cierta ocasión y ante el juicio implacable de los vecinos, un camión descargó en el patio de la casa de Connie varilla y alambrón; otra vez y en dos viajes un dompe descargó arena y grava, más tarde llegaría un carro con ladrillo; pero intempestivamente, el Gran Marquís abandonó el barrio y nuevamente Conchita apareció puntual a las siete de la mañana, esperando al ruletero y a las cuatro retornaba.




Pero esto fue durante un corto tiempo, ya que su vientre empezó a crecer y como respuesta a los reclamos paternales, reclamos que se extendían por la colonia como un eco: “¡Tú nos decías que hacías horas extras!”, Conchita dejó de trabajar.

Y he aquí a una adolescente embarazada sentada sobre un manojo de varillas enmohecidas la cual ve pasar a los vecinos que simulan no verla, incluyendo al Ezequiel, “y eso que decía quererme hasta el infinito”.

Por fin un día y con la venta de de los mismos materiales para construcción que obstruían el patio, Conchita dio a luz a un primoroso bebé en un hospital de paga.

Luego vendría la recuperación en donde, siguiendo la costumbre, la recién parida no se bañó durante cuarenta días, periodo durante el cual es muy difícil imaginar lo que sucedía en aquel cuartito de cartón de cuatro por cuatro en donde convivían los ocho miembros de la familia.

Pasa el tiempo y Conchita pretende nuevamente trabajar, el amor paterno ha perdonado su desliz ante el rostro infantil del pequeño Josecito, José, como su tata.




Más aún, Ezequiel ha vuelto a rondar la casa y le promete que si se casan nada les faltará y tratará al pequeño como si fuera carne de su carne y sangre de su sangre.

Conchita y Ezequiel se unen en matrimonio y levantan un cuartito de cartón de cuatro por cuatro en un lote de la misma colonia que les prestó un tío.

Pasa el tiempo y vuelve a quedar embarazada, mientras, las borracheras de Ezequiel son más constantes además de que empieza a faltar a su trabajo en la constructora, el colmo cuando le reclama su virginidad y la golpea salvajemente mandándola tres días al hospital.

Así las cosas, Conchita lo abandona y se va con sus padres en donde da a luz a Mariquita, María, como su nana.

Pero la carga es muy pesada para don José, ¡ahora son nueve bocas!

Un día Conchita desaparece de la casa de cartón, de la colonia y de la ciudad.

Tiempo después, en un centro nocturno de Tijuana y ¡Directamente traída desde las Vegas! como dice el anuncio, se presenta la vedette “¡Connie Lee!”.




*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador


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