Imágenes urbanas: El Paredón de los Casados

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Por José Luis Barragán Martínez
José Luis Barragán
Allí está el paredón, con los casados; sus rostros no caben de felicidad, como si estuvieran seguros que se encuentran a la entrada del mismo cielo, como si el paraíso los esperara con los brazos abiertos.

El destino se cumple
Allá en el pueblo, en la casa grande con paredes de adobe de casi un metro de ancho, con enjarre firme y duro del que se usaba antes, la familia creció.

Había interés entre los hermanos, más en Jaime el más joven, por saber lo que se sentiría escuchar la palabra “tío”, en los padres “tata” y “nana”.

Pero nadie se animaba, las noticias de los pleitos de casados, de la pérdida de la libertad, de los celos y muchas otras broncas, hacía pensar más de dos veces a los hermanos mayores la posibilidad de casarse, en el camino quedaron amores frustrados, todo por seguir disfrutando de la libertad de tránsito, libertad para decidir, “el matrimonio puede esperar pa’ cuando esté más viejo, pa’ cuando necesite que alguien me cuide y atienda los achaques”, era la idea común.




Valente
Por eso cuando Valente, el hermano mayor, hombre liberal de cuarenta años, maestro normalista, anunció que se casaría, todos se sorprendieron. Más sorprendidos quedaron cuando se enteraron que la futura esposa era madre soltera de una niña.

“¿Y la virginidad?, ¿cómo puedes casarte con una mujer que ya ha sido de otro?”. Todo fue inútil, Valente se casó argumentando que lo que él necesitaba era una mujer inteligente, culta y su “futura” lo era, que de sus mínimas cualidades contaba el saber, aparte del español, inglés y  francés, que era mujer de ciudad con mente abierta, muy dinámica, a la que no se le cerraba el mundo ante los problemas.

Por la niña no había de qué preocuparse, habían acordado que viviría con sus abuelos maternos y que sólo tendrían dos hijos, familia pequeña como marcan los tiempos modernos, en fin, que la cultura del himen era cosa del pasado.

Y se casó, y en la casa grande la foto matrimonial fue colocada en una pared que no se usaba.

Pronto empezaron los problemas, la mujer no salía de la casa de su madre, “¡pues claro, si allí vive su pequeña, carne de su carne y sangre de su sangre!” decían quienes la apoyaban, y aunque tuvo dos hijos con Valente parecía que quería más a la niña, la veía tan desamparada. Este pleito diario acabó con la juventud de ambos, pronto parecían más viejos que los viejos.




Fernando
Con Fernando la mazorca siguió desgranándose; totalmente diferente que Valente, era admirador de Jorge Negrete. Todos quedaron complacidos cuando anunció su boda con Armida, ejemplar ama de casa que hasta para pronunciar palabra pedía permiso.

Su foto también fue colocada en la pared, foto sonriente, felicidad de oreja a oreja.

Pronto los problemas empezaron, la quejas de Fernando eran constantes: “¡esta mujer pide permiso hasta para correrse una mosca de la nariz, me molesta hasta para decidir la comida del día, más que mujer es un bulto, qué riesgo que se cuide, engorda más cada día y llora por cualquier cosa!”.




Rosa María
Ella era maestra de educación física, rebelde desde niña, fue la que siguió: Rosa María. Su novio era ingeniero, “futuro asegurado”, dijeron todos.

Las discusiones empezaron de inmediato: “¡Cómo que clases de atletismo, enseñándoles las piernas a todo mundo con los ‘shorts’, la mujer se hizo para atender a su marido, no para andar en la calle!”

Y la sacó de trabajar.

Del futuro asegurado no hubo nada; el famoso ingeniero era empleado de la SARH y su sueldo apenas alcanzaba para pagar la renta de la casa; pero Rosa María aguantó, bajó la cabeza y aprendió a obedecer, todo por la unidad familiar.

La foto matrimonial de esta pareja también fue puesta en la pared, “¡cero y van tres!” exclamó Jaime, el menor de los hermanos, muchacho juguetón que fue quien bautizó la pared como “El paredón de los casados”.




Herminia
Y siguió Herminia, estaba loca por Alfonso, todos le decían que era muy borracho y mujeriego, “yo se lo quito” decía muy segura.

No le quitó nada, tuvo que acostumbrarse a dormir con las pestes etílicas, a las camisas pintarrajeadas de pintalabios, al dinero que nunca alcanzaba, a las humillaciones diarias, pronto se hizo fodonga y se llenó de niños. Pese a todo, su foto también fue colocada en la pared, ante las carcajadas estruendosas de Jaime.

Carmen
Sólo quedaban solteros Carmen y Jaime, la primera decidió lanzarse al ruedo, Miguel Ángel no le fallaría, no tomaba, no fumaba, era buen hijo de familia, de escasos recursos económicos pero muy trabajador y por si fuera poco le gustaba hacer pesas, era todo un gladiador.

En la foto matrimonial, que fue puesta comedidamente por Jaime, Miguel Ángel aparecía más bien como si estuviera dando una demostración de físico-culturismo.

Todo marchó bien, tuvieron gemelitos al año, Jaime se empezó a impacientar: “A poco si existe la felicidad en los matrimonios”.




Pero un mal día, justo cuando Carmen tenía seis meses de su segundo embarazo y se encontraba con su amantísimo esposo en un restauránt celebrando su segundo aniversario de bodas, una balacera surgida quién sabe de dónde sembró el terror entre los comensales.

Miguel Ángel tuvo que ser hospitalizado, una bala le atravesó la columna vertebral dejándolo casi totalmente paralítico, postrado en una silla de ruedas, además se le cayó el pelo dejando una calva inmensa. Hoy en día no queda ni la sombra de lo que fue, al cuidado cien por ciento de su esposa quien por cierto y también por el susto perdió al bebé que esperaba.

Triste realidad, aparte de criar a los gemelitos Carmen tiene que trabajar para el sustento de la casa, pero además tiene que atender a su marido desde darle de comer en la boca hasta cambiarlo de pañales, aguantar su actitud de frustración ante la vida y de pilón soportar a su suegra que la culpa de haber sido  la responsable de haber estado aquella maldita noche en el lugar y a la hora equivocados.

Ella que se consideraba atea ahora recurre a Dios para pedirle fuerzas y salir adelante, sólo la idea de Dios la mantiene en pie, sólo la idea de Dios le regala momentos agradables esperando la recompensa del Cielo, después que pase su infierno por la tierra.




El paredón de los casados
Allí siguen las fotos, en la pared, cuando se reúne la familia todos evitan mirarlas, pero nadie se atreve a quitarlas.

Todos se han vuelto viejos antes de tiempo; sólo Jaime, el único soltero, se divierte jugando dominó con sus sobrinos. Dice que nunca se va a casar, pero sus padres, hermanos y hermanas le dicen que no diga “de ésta agua no he de beber”, menos ahora que es un secreto a gritos en el pueblo que Mireya, la última reina de las fiestas patrias, le anda haciendo ojitos de ternera.




*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador


– PUBLICIDAD –


 

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *