Imágenes urbanas: Perfume

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00Por José Luis Barragán Martínez
José Luis Barragán
Nueve años de noviazgo y nada, la gente empezó a hablar, nadie del rumbo podía verlos juntos porque luego rumoraban que irían a algún motel a las afueras de la ciudad.

“Éste no es un noviazgo, a quien quieren engañar, éste es un amasiato”, decían  las habladurías.

Pero ellos en lo suyo, se habían puesto de novios siendo adolescentes y se preparaban para el futuro tanto en lo material (compra de muebles y ahorro para el anticipo de una casa) como en cuanto a conocerse más a sí mismos.

Un día cualquiera él le regaló un perfume, el frasquito de cristal en forma de cantarito era muy bonito, tenía dos rosas grabadas, con solo abrir la tapa el ambiente se inundaba del aroma exquisito a flores de naranjo cerca del río.

“¿Y esto?” dijo ella, “es que te quiero mucho y no necesito de un día especial para hacerte un regalo”, fue la respuesta.

Sin embargo allí empezó la retirada, al poco tiempo ella supo que andaba con otra. “Ya ves, tonta, le entregaste los mejores nueve años de tu juventud, si bien dice el dicho que ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre”, le decían sus amigas.

 




Todo fue inútil, la terminación llegó, los vecinos fueron testigos de su soledad, de sus pasos cansados, voz quebrada y ojos llorosos.

Supo de su matrimonio y ella con su tristeza, trataba de consolarse diciéndose a sí misma que  finalmente los nueve años le habían demostrado que no eran el uno para el otro, aunque de todas maneras sufría. ¡Ahh nueve años, 3,285 días, nueve navidades, nueve arreglos florales los días del Amor y la Amistad, nueve celebraciones de Semana Santa, tantos y tantos recuerdos!

A veces, en su recámara abría el cantarito y de inmediato el ambiente se llenaba del perfume de flores de naranjo cerca del río y los recuerdos se dejaban venir, las idas al cine, los atardeceres que disfrutaron juntos por los bulevares de la ciudad.

“¡Búscate  otro, un clavo saca otro clavo!” le decían, y sucedió que en un baile conoció a otro con el cual ocurrió lo contrario que con el primero, es decir, solo fueron seis meses de una relación que nunca se pudo llamar noviazgo porque nunca hablaron de eso, simplemente empezaron a salir, a llamarse por teléfono, y se casaron.

Él se acostumbró al cantarito de cristal sobre el tocador, ella le dijo que nunca lo había usado, que simplemente le gustaba abrirlo de vez en cuando y que el ambiente se inundara del aroma a flores de naranjo cerca del río y así empezaron los celos, por la felicidad que le daba aquel perfume de origen de origen inexplicable dado que ella simplemente le había dicho “fue un regalo”.

Salió embarazada, para entonces la relación ya andaba mal, cuando el niño tenía un año se divorciaron.




La separación no le significó gran sufrimiento ya que el perfume del cantarito la ponía feliz, con los recuerdos de su primer e inolvidable amor.

El tiempo siguió su curso, cierta satisfacción nació en ella al enterarse que la esposa del que no podía olvidar solo le había dado mujercitas, cinco en total y “cerraron la fábrica” ante la frustración del marido que tanto había buscado el hombrecito, así que cuando se encontraban en la colonia ella apretujaba al niño como una manera de decirle que todo se paga en esta vida: ella uno pero varón, él cinco pero mujeres.

El niño ya tenía doce años y se había acostumbrado que para ver contenta a su mamá solo tenía que abrir el cantarito.

Pero tanto va el cántaro al agua… Un día que la mujer estaba muy alterada hablando por teléfono, el niño fue rápido y abrió el frasco para que se calmara, con tan mala suerte que se le cayó y se quebró.

Estaba fúrica, el niño desesperado se puso a limpiar el suelo con un algodón exprimiendo el perfume en una bolsa de plástico, la mujer colérica trataba de cortar la llamada, entonces el pequeño queriendo detener la tormenta le frotó el algodón en el cuello, “¡mira mamá, huele bonito, huele bonito!”, el algodón llevaba un pedazo de vidrio y la sangre empezó a salir a borbotones.

Poco después, la ambulancia se abría paso por las calles, dejando, tras el ulular de la sirena, por entre los demás carros, el exquisito aroma, de flores de naranjo, cerca del río.




*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador


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