domingo, abril 28, 2024
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Ludibria: Nos estiban por estibables, Entrevista con Jorge Ochoa

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Ramón I. Martínez
Ramón I. Martínez. La ChicharraMultigalardonado y con una trayectoria de más de 25 de años publicado, el poeta Jorge Ochoa es uno de los poetas sonorenses más célebres. Accede sin mayor preámbulo a la entrevista acerca de la poesía y el quehacer poético.

¿Cuál es tu motivación principal para escribir?

Se mesa un poco su escasa y entrecana cabellera para contestar: “El exorcizar los demonios dándole movimiento al lenguaje. No se puede negar que existe un lapso de tiempo en el que la vida juega a hacernos distintos, pero nos ahogamos en un vaso de agua y nos volvemos agresores de nuestros propios juicios, y por ende, tarde o temprano, hemos tenido que buscar la manera de desasolvar esas represalias: Cuántas veces no hemos amedrentado y degradado los conjuros en cierne. El miedo a poder explicarnos y exponer a los vientos siquiera de manera sutil la delación de las injusticias, carencias, amores y torpezas del hombre, es realmente lo único que puede pincharnos para buscar una forma cualquiera de expresión sensata, y qué mejor si ésta la encontramos dentro del arbolito del arte. Uno escribe, pinta, graba, cinetea y baila supongo en motivo de aquello, y creo que la pretensión de la trascendencia, si no va en beneficio de la humanidad, peligra gravemente por eso”.

“Específicamente en el hecho del escribir, uno debe servirse e igualmente corresponder a las mieles errantes del lenguaje regional y a la purificación de las disposiciones del expresarse; no olvidemos que una cosa es el exorcismo y otra cosa la diarrea; querámoslo o no, para ser dignos de salvar esos miedos y así poder enfrentar al mundo y sus tiranos, necesitamos darnos y exigirnos en nuestras obras un mínimo brochazo de calidad. Ya por ahí alguna vez he dicho que obrar es lo de menos, ser honesto es lo bravío”.

“Algo que en lo personal me parece francamente importante, es que tomando en cuenta que la inspiración no existe, sino que son los motivos circundantes los que te señalan, te eligen y te pinchan como musas groseras, debemos entonces -sin conducir a nadie con arreos o empujos- virar nuestro trabajo al desarrollo conceptual del juego y la lectura de los niños, para que estos en su presente y futuro, no ignoren que los asuntos más sabrosos y desangrantes de la maravilla de la existencia se encuentran, como toda semilla y como toda raíz, pegaditos al suelo”.


Habiendo hecho esta declaración de la vivencialidad de su poesía, se reconcentra mientras lentamente exhala hacia el techo el humo del cigarrillo que acaba de encender y da su opinión respecto a la autocrítica. “Creo que debemos hacer uso constante de ella, y para que esto funcione, cosa que en lo personal no hago muy a menudo, es darle y darle a la lectura. Ya dijimos que si hay algo degradante y que al más sabio degrada, es el encaramarse a las nubes. No es que todos estén salvados de eso, pero yo saludo con respeto al autodidacta y al autocrítico. Sabido es que lo mismo que los presagios, es bastante feo andarse creyendo menhires o islotes de este lado del mundo, sólo porque se pulula escribiendo dulzuras o santas barbaridades. En principio la escritura es una necesidad; uno tiene que hacerlo y a tiempo, porque si no, explota; uno no escribe porque se le aplauda o admire, sino porque tiene que vaciar tanta sangre que se le junta en la sangre; además, uno sólo es un puente de expresión para decir lo que no pueden decir las colindancias de un cerro, un incauto, una palmera, un hacha, un pajarito y ya basta”.

“Para mí triunfar en un concurso significa dinero y chance de publicar. Vivo, como podrás ver, como casi todos los que se apilan en esto; ahí nomás nos van estibando donde se pueda, aunque no es bueno negar tampoco, que nos estiban por estibables”.

“Lograr la publicación de tu obra no es cosa que pueda resolver tu bolsillo; entonces, para que esto sea posible, tienes que trabajar y trabajar en lo que te dedicas para así medir calidades y cualidades, y si encima de eso sales ganoso, entonces matas más de dos pajaritos de un solo tablazo; en primer lugar, porque el concursar te exige trabajo para que lo que expongas vaya basado fundamentalmente en el equilibrio; en segundo, porque das o consigues nombre y reconocimiento a la región a niveles más allá del ranchito, y en tercero porque, si eso te interesa, puedes comprarte un buen par de zapatos”.

Que nunca están de más, le digo, y Jorge mirándose una suela se ríe de buena gana, y narra un detalle curioso  acerca de sus inicios literarios. “Cuando cargaba los diecisiete quería escribir como Benedetti. Fíjate nomás hasta donde rodaba mi pobre ambición y mi ingenuidad; ahora poéticamente no lo trago ni a palos. Aquello fue cosa que duró lo que dura una moda. Por otro lado debo entender que gracias a variadas influencias, al cabo de tantos años se me ha formado un estilo, que se ha hecho también, a las razones de anotar o escribir única y estrictamente lo que me dicte la gana. A un querido amigo mío alguna vez comenté  que las influencias no sólo me parecen benéficas sino saludables y necesarias, aportan. Claro, le repetía, que si esta contribución ya no es influencia sino calca pura, no sólo es perjudicial sino vergonzoso; influir o ser influenciado es incitante, pero nada más como el sol a la luna”.




*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.


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