Imágenes urbanas: Por los senderos de la fe

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Por José Luis Barragán Martínez
José Luis Barragán
Fuimos al Cerrito de la Virgen por que Norma había hecho la manda de que si salía bien de su embarazo subiría de rodillas los 170 escalones que hay que recorrer para llegar hasta donde está la imagen.

Mientras Norma resignada iniciaba el difícil ascenso ante la mirada solemne y respetuosa de los allí presentes, me dirigí hasta la Guadalupana quedando sorprendido por la fuerza de la fe.

El Cerrito de la Virgen al sur de Hermosillo, la capital sonorense, es uno de esos casos en que un lugar se vuelve sagrado no porque en él haya ocurrido una santa aparición, sino por que la gente con su fe así lo ha hecho.

La influencia religiosa de este lugar que hasta antes de abril de 1957 nadie conocía, se refleja en su altar en el cual hay infinidad de mosaicos grabados, insertados en el paredón, cada uno en agradecimiento por un favor concedido por la imagen, los hay de los estados de Sonora, Sinaloa, Nayarit, Durango, Mexicali, Tijuana, Phoenix, Los Ángeles en los Estados Unidos, etc.

Al pie de la Imagen unas 350 veladoras y otras expresiones de fe: ramos de novia, el yeso que curó un brazo o una pierna quebrada, flores, hábitos grandes y pequeños de diversos santos, etc.

Ya de regreso del Cerrito de la Virgen pensaba que don Guillermo Jordán Engbert, descendiente de padres daneses y pintor de la imagen, de seguro estaría asombrado de la trascendencia de su obra. También pensé no estaría lejos el día en que allí se erigiría una monumental basílica.

Mientras tanto, Norma soportaba dignamente el dolor de sus rodillas destrozadas.

 

El Arracadas

Vicente vive en la colonia 5 de Mayo.

Cuando su esposa le dijo que tendría que usar una arracada se puso en guardia.

– Es que le prometí a San Judas Tadeo que si te aliviaba de la tifoidea usarías una arracada durante un año.
– Pero mujer, le pudiste prometer cualquier otra cosa. ¿Cómo voy a usar un arete? ¿Te imaginas la carrilla con los cuates?
– Pues qué le vamos a hacer, ya hice la promesa, te aliviaste y bien sabes que con estas cosas no se juega.

Respetuoso de su fe, vemos a Vicente en ruletero. Alcanzó asiento y va muy serio, siente que todas las miradas caen sobre la pequeña arracada que trae en la oreja izquierda.

Con el tiempo se acostumbró a la prenda, luego se dejó las patillas y empezó a usar sombrero texano.

De entonces a la fecha han transcurrido tres años y nuestro personaje sigue sin quitarse el arete que al final de cuentas lo ha sacado del anonimato y le ha dado personalidad.

Cuando la gente se refiere a él, dice: “Chente, el de la arracada”.

 

San Martín de Porres

Aquel domingo por la tarde cuando “El Chino” y “El Güero” llegaron al aguaje en aquella colonia rumbo a la colonia Palo Verde, el primero dijo:

– Aquí venden cerveza las 24 horas del día pa’ cuando se te ofrezca.

Después de tocar salió precipitadamente una mujer gruesa, cuarentona, viendo pa’ todos lados “por si había alguna patrulla”, usaba el hábito de San Francisco.

– ¡Cuántas! ¡Rápido!
– ¡Una docena doña Jóse!

Mientras la señora corría echando viajes con caguamas los dos amigos las subían a la pick up americana, medio vieja y recientemente legalizada.

Ya de regreso dijo “El Güero”:

– Caray, no entiendo cómo una mujer con hábito de santo venda vicio.
– No cabe duda que en tiempo de crisis, hasta la fe se pone a prueba-, dijo “El Chino”.

 

 

*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador


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