Die Woestyn: Tratando de entender un tiroteo más

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Por Alí Zamora
Nos encontramos (nuevamente again) en una de esas situaciones de las que francamente no disfruto discutir. No porque abogue por la censura de expresión, de pensamiento o de ideas, sino porque son temas controvertidos que no aparentan tener solución alguna.

Aunque sí tengo opiniones en lo que concierne a estos temas, me veo forzado a interiorizar los conceptos que encuentro a mi alrededor y formar un semblante de compresión al respecto. Claro que en ciertas ocasiones esa comprensión queda en eso mismo: un mero semblante, ya que los temas de los cuales tratamos no son universales ni matemáticos, por lo que mis interlocutores pueden mostrar una opinión distinta, una falta de compresión o una falta de interés.

Por ejemplo, me he dado cuenta que en ciertas personas, al enterarse de sucesos que pueden alterar ya sea a mi persona u otras, de manera directa o tangencialmente, la opinión mayoritaria es repetir la letanía que parece venir desde los tiempos de la revolución (mexicana):

es que están locos los gringos o es que están locos los pinches gringos

Curiosamente es este tipo de generalización la que dicen odiar cuando se escucha otra generalización, similar pero en lenguaje distinto, respecto a ellos mismos o personas que nacieron horas o minutos al sur de una línea imaginaria divisoria.

Nuevamente ha sucedido que un individuo decidió tomar acción por su propia mano, y, con ese mismo apéndice convertido ahora en agente del caos, tomó en sucesión la vida de 49 personas (o más), antes de perder la suya en una confrontación contra las autoridades.

Esto, damas y caballeros, no es una locura de los pinches gringos. Es una tragedia.

Que un hombre de 29 años de edad, nacido en los Estados Unidos (no importado, como acusaban algunos de la derecha extrema), decida atentar contra hombres y mujeres que decidieron frecuentar un lugar llamado Pulse (conocido abiertamente como un establecimiento nocturno homosexual) en Orlando, Florida, a eso de las 2 AM y en un Sábado de Noche Latina, es una tragedia.

No porque haya sido Noche Latina y no porque esto haya sucedido en una nación de “primer mundo”; donde sea que suceda algo similar es, y debe ser siempre, considerado una tragedia. No una “locura” general que afecta a cierto grupo nacional-céntrico (dicen quienes ven desde fuera). Tampoco debe ser un recordatorio “de los tiempos en los que vivimos” (dicen quienes ven desde dentro).

Un suceso de tal magnitud trae de todo en la narrativa inmediata, y en todas las narrativas subsecuentes que le acompañan:

Hay quienes de inmediato abogan por un control de armas de fuego mucho más estricto, ya que no puede ser posible que una persona que haya sido entrevistada por el FBI en más de una ocasión debido a “declaraciones sospechosas percibidas como terrorismo”, pueda todavía tener una licencia de guardia de seguridad, al igual que una licencia para portar armas de fuego.

Hay quienes, al contrario, abogan por un acceso mayor a armas de fuego, ya que es el derecho de todo ciudadano en los Estados Unidos de portar armas de fuego para defenderse o porque sí, y si una persona con el conocimiento, entrenamiento y equipo debido se hubiese encontrado dentro de los presentes en el club homosexual Pulse, pudo haber evitado el costo final de vidas humanas al enfrentar fuego contra fuego.

Hay otros que acusan de todo lo sucedido y de todo lo que sucederá a quienes son referidos como una “minoría”, ya que el nombre del perpetrador era Omar Mateen, y sus padres, oriundos de Afganistán. Alguien así (dicen ellos) no puede compartir los valores “nacionales” de “antaño” que hicieron a la nación “grande” por rezarle a un “dios” distinto (y sí, admitamos que inicialmente Omar Mateen, en contacto con las autoridades, juró alianza al “Estado Islámico”).

Todavía hay otros más que acusan parte de la culpabilidad a todos aquellos que buscan en cada suceso y en cada momento, la razón determinante para explicar cómo su xenofobia no es xenofobia, sino seguridad nacional, ya que al final lo que sucede es que se termina alienando a todos los grupos “minoritarios” de antemano, mismos que en un futuro serán acusados de no seguir las mismas reglas y no jugar con la misma baraja.

Hay unos, pocos, pero unos a final de cuentas, que piden calma, tranquilidad y cabeza fría, ya que en los segundos, instantes, horas, incluso días, que siguen a una masacre como la ocurrida, habrá siempre muchísimas más preguntas que respuestas (e, incluso, con el tiempo puede que crezcan las preguntas, no así las respuestas).

Otros tantos, en menor cantidad que los anteriores pero ahí andan de todas maneras, dicen que todo es una conspiración que “o no pasó” o era “operación de bandera negra”, ya que inicialmente hubo información contradictoria y algunas personas no sabían concretar si fue un solo atacante o más, y al parecer hubo avistamientos de Illuminati, Mossad, FANE’s y un unicornio clandestino (azul, como el del Silvio).

Y hay otros, todavía, que piden a las personas no irse tan lejos, ya que diez horas después de lo sucedido en Florida, en Santa Mónica, California (en la costa diametralmente opuesta), momentos antes de que comenzase la celebración y desfile “Gay Pride” en West Hollywood, un joven blanco como la nieve y anglosajón como el Rey Lear (o “bretón”, dicen los que aspiran a ser socialité) fue aprehendido sentado en su carro, esperando el desfile con dos armas de fuego automáticas, municiones variadas y dos contenedores llenos de substancias que son utilizadas para crear dispositivos explosivos improvisados.

Yo sé que la diferencia primordial es que un atacante logró cometer su acto y el otro quedó en intento, pero la intención era la misma (cabe mencionar que el joven anglosajón tenía también record criminal y se encontraba bajo probación; es decir: tampoco se le debió permitir adquirir y portar armas). Y no, no fueron “pensamientos y oraciones” los que detuvieron a Omar Mateen en Florida y al joven Rey Lear en California, fueron miembros de las autoridades y los equipos SWAT de cada estado. Tampoco hay que treparlos en un pedestal: para eso están estos individuos, ese es su trabajo y cobran muy bien por ello.

Pero a final de cuentas, damas y caballeros, todos hemos fallado.

Fallamos en admitir que todos, sin importar dónde nos encontremos, somos culpables y todos debemos, de una u otra manera, cargar con una cuota de culpabilidad, tanto los que hablamos como los que callamos, y de igual manera los que actúan como los que no actúan.

Así como todos lloramos y nos asqueamos y nos sentimos culpables cuando escuchamos historias quebrantantes de niños y niñas que sufren de leucemia o cáncer infantil en el cerebro, o que han sido violados en sus escuelas, en sus iglesias o, inclusive, hasta en sus familias, de la misma manera deberíamos llorar cuando un humano, macho o hembra, decide encausar su entidad física y con la misma atacar la individualidad, libertad y vida de otros. Deberíamos sentir el mismo asco, la misma culpabilidad y la misma tristeza.

Sin embargo, estoy al tanto de que muchas personas, a través de fronteras, no estarán de acuerdo con esta última premisa de parte de acá su servilleta. Abiertamente lo dicen las personas en los medios y/o en las redes sociales, lo que demuestra que en la sociedad humana actual aún hay personas que “no están de acuerdo” o “no aceptan” el “estilo de vida” gay (o lésbico o bisexual o transgénero o islámico, hispánico o negro. O sea: no aceptan a nadie, sólo al Tri, en ciertos casos).

Es posible que tengan razón, dentro de los valores matemáticos, al decir que actualmente las personas heterosexuales conforman una mayoría humana global, si son comparados con todos aquellos que caen dentro de los LGBT.

Pue’que (“puede que”, en navojoense).

Sin embargo, el extender ese argumento para englobar también el “tienen que estar preparados para las consecuencias si quieren vivir su estilo de vida abiertamente, no todos van a estar de acuerdo” no resulta correcto. Ni política ni humanamente correcto.

Un atentado como el sucedido no puede ser justificado como una consecuencia inevitable de las decisiones individuales de X o Y personas en A o B situaciones, ya que tal justificación demerita entonces tu propia individualidad como ser humano, quizás, sin saberlo, te victimizas como persona.

Lo sucedido en el establecimiento Pulse, en Florida, dejó como residuo inmediato la discusión sobre si Omar Mateen actuó con base en su religión (islamita), posible radicalización terrorista (proclamar alianza al Estado Islámico) o simplemente un odio homofóbico, ya que de acuerdo a su padre, Omar en recientes meses sufrió un ataque de cólera al ver a una pareja homosexual, dos hombres, intercambiando afecto en público estando en Miami.

Sin embargo, como se dijo anteriormente, con el paso implacable del tiempo se aprende mucho: sí, Omar Mateen era musulmán y atendía varios días a la semana a su mezquita local con su hijo; sí, Omar Mateen llamó al 911 y juró alianza al Estado Islámico, y sí, tenía una historia el señor Mateen de homofobia incandescente.

Pero Omar Mateen juró también alianza a otros grupos radicales, inclusive a grupos que se encuentran en conflictos entre sí; Omar Mateen no era estimado dentro de su mezquita y al parecer no contaba con una gran cantidad de amigos/conocidos dentro de su mismo grupo étnico/religioso; y, Omar Mateen, se ha descubierto recientemente, no solamente tenía una cuenta activa en una aplicación utilizada por hombres homosexuales para conseguir citas y socializar (Jack’d), sino que al parecer había frecuentado el bar Pulse supuestamente más de una docena ocasiones (y de acuerdo a por lo menos dos testigos, en esas visitas se hacía de la compañía de otros hombres homosexuales con el propósito de “Hook Up”, o en español: el faje).

A final de cuentas, sin saber las razones de por qué el difunto hizo lo que hizo, ni buscando argumentos, ya sea a favor o en contra del multiculturalismo, mi intención no es tratar de desmenuzar las razones de un desconocido que actuó con odio, sino enmarcar el suceso como la tragedia que es.

Ya que no es nada más el hecho de la pérdida de vidas humanas, ni la cantidad de las mismas, ni el que haya ocurrido en los Estados Unidos. El hecho de que una persona decida tomar acción en contra de otros humanos, y que tal razón esté basada en temas ajenos al mismo ser que toma esa decisión (temas que son hechos inmutables en muchas ocasiones), y que a final de cuentas se nos pida a nosotros, “el público general”, aceptar todo lo sucedido como “los tiempos en los que vivimos”, es la tragedia verdadera.

Aquí, el resentimiento/desagrado/secreto/desacuerdo/incompatibilidad/fervor religioso/odio estaba dentro de Omar Mateen. El centro del problema no eran los homosexuales bailando ni su fervor por Allah: era él.

Y al parecer, la manera de conciliar sus irreparables quejas (o su vida en el closet) era a base de plomo y pólvora. Decidió el señor Mateen (quizás) que la penitencia por haber nacido con una orientación sexual distinta a la suya (o similar a la suya, pero poder vivirla abiertamente) era penado con la muerte (como nota aparte debo decir que aquí entran las diferencias de pensamiento entre quienes creen que “se nace” homosexual y quienes piensan que “es una decisión/estilo de vida”).

El pedir entendimiento a este tipo de situaciones como un residuo más de la globalización, es estúpido, al punto de ser insultante.

Básicamente se nos pide decir o se nos dice: “tú tranquilo, una persona que siente un odio sin fundamento va a final de cuentas reaccionar de una manera violenta, ya que es la única solución viable”. ¿Cómo no va a ser estúpido? ¿O sea que si mi esposa y yo fuésemos a un restaurante de comida mexicana a una celebración del Cinco de Mayo o a un concierto de Cristian Castro, y alguien decide que tiene un odio inexplicable contra las personas hispanas o mexicanas, o simplemente con una concentración de melanina mayor a otros, y dicha persona decide actuar con violencia letal contra todo aquel que acude a tal establecimiento/evento, entonces nosotros, los que decidimos asistir a ese lugar o al recital del Gallito feliz, debemos aceptar el plomo y la pólvora con el conocimiento de que al decidir salir de nuestra morada nos expusimos al odio ajeno anónimo?

Al parecer es así, ya que al nacer nosotros, de una u otra manera debemos atenernos a las consecuencias de nuestros actos, dícese el haber nacido, y entre estas consecuencias debe incluirse el acaecer ante las balas de un desconocido.

Entiendo, o creo en lo personal, que al aceptar la muerte como una consecuencia natural de la existencia, uno entonces puede comenzar a vivir de manera verdadera. Pero una aceptación de lo “natural” en la vida no es lo mismo que una administración causal de culpabilidad.

La culpabilidad no puede caer sobre las personas negras que fueron acribilladas en Charleston, Carolina del Sur, el año pasado durante estudios bíblicos en su Iglesia Africana Metodista Episcopal, por una persona que buscaba promover una guerra racial entre blancos y negros.

De igual manera, tampoco puede caer sobre los niños que fueron acribillados en el 2012 en su escuela primaria en Newtown, Connecticut, encontrándose en medio de una disputa familiar entre madre e hijo.

Como he dicho, no sé cómo entender este tipo de situaciones, pero nuestra lógica colectiva debe cambiar.

No nos equivoquemos, aquí no hay vencedores: ni se impuso una ideología sobre otra ni venció una religión en contra de otra. Lo que hemos visto es la debilidad interna de un hombre al querer derrotar la humanidad de muchos.

 

 

El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.


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