Die Woestyn: Sapiencia, divino tesoro… ¿has llegado para quedarte?
Por Alí Zamora
Una vez me dijo un hombre, digno y vestido de traje, que yo podría terminar como un vagabundo viviendo debajo de un puente. Claro está que anteriormente su servidor ya había sufrido burlas respecto a la manera en la que mis correos electrónicos eran redactados, al punto de leer en voz alta una de mis comunicaciones donde me encontraba pidiendo vacaciones a mis superiores.
Nunca hice nada para rectificar tales situaciones, puesto que ese hombre, digno y vestido de traje, era mi jefe en el primer despacho legal donde trabajé, y ese pronóstico sombrío de mi futuro fueron las últimas palabras que intercambié con dicho señor mientras caminaba a la puerta, despidiéndome para siempre después de casi 4 años de servicio laboral.
En la vida decimos muchas cosas, pero escuchamos muchísimas otras (muchísimas más). Ya sea un compañero de la secundaria o de la preparatoria diciéndote: “Pinchi pendejete, ya quisieras ser como El Manro” (siendo éste último el compañero tenido en estima como guapo, inteligente, popular y buena onda; ya sabe, todos hemos tenido tal compañero de clase); o ya sea alguien escoriándote con una pregunta irónica y retórica: “No mames, ¿qué no tienes vida?”.
Yo no soy esas personas, nunca lo he sido, como tampoco quise ser parecido a El Manro, por más inteligente, guapo, atlético, alto, popular y de buena gramática y léxica dijeran otros (y otras también) que era él.
Vida siempre he tenido, por lo menos desde que nací. El que haya yo ocupado la misma en otros menesteres es cosa individual de su humilde protagonista y narrador.
No iba tres días a la semana a los entrenamientos del equipo de baloncesto o a prácticas de Kenpo-Karate, pero el hecho de que pasara mi tiempo libre entre música, películas, videojuegos, libros y el novísimo Windows 98, no era razón para demeritarme como ser humano.
Eso pensaba. Pero como aprende uno de niño y le recuerdan de adulto, al parecer eso no sentaba bien con todos (¿ve que si están relacionadas las cosas que digo?).
No es una queja ni una victimización, son cosas que suceden en la vida y uno debe aprender a entenderlas. No digo ignorarlas, ya que eso puede crear un aire vanidoso alrededor de nosotros mismos si cómodamente encasquetamos todas y cada una de las críticas recibidas al bando de los #Haters.
La sociedad nos hace creer que lo que nos dicen las personas a nuestro alrededor tiene algo de cierto, ya que los compañeros de clase y, al pasar los años, los compañeros de trabajo son nuestros “amigos”. Pero la realidad de nosotros, como seres humanos, es que en gran cantidad de ocasiones esos amigos no pueden nombrar a nuestro autor favorito, película o libro favorito, o simplemente algo con mayor substancia a lo que fuese experimentado en el aula escolar u oficina.
Sin embargo, la introspección de los años y la vida me hizo ver, en mi situación particular, que no debía arrepentirme del tiempo “gastado” leyendo libros editorial Botella al Mar, de los meses que me tomó leer mi primer par de libros de Stephen King en su idioma inglés nativo, ni de las horas (que deben sumar años ya agregadas) que le dediqué a videojuegos fantásticos de protagonistas pixelados, o a las historias que comencé a escribir naciendo de los mismos juegos electrónicos.
Aprendí bastante haciendo todo eso. Quizás no de una manera convencional, pero aprendí, finalmente. Eso es lo que debe importar.
Y no es algo que hacía de mala fe. Quizás sí faltaba lo que se conocía como la visita, pero si debía decidir entre Jorge Francisco Isidoro Luis Borges narrándome lo que vio en la ciudad de los inmortales o preguntar por infinitésima ocasión “¿qué más pasó?” respecto a un día escolar que parecía extenderse hasta el infinito, la decisión me parecía clara.
Lamentablemente, los demás no parecían ver la vida con mi misma claridad.
El consenso, curiosamente en dos países y con personas distintas, era “¿De verdad piensas que puedes ganarte la vida con historias y cuentos que no son tangibles?”
Es una duda que parecían (parecen) tener muchas personas, y es, al parecer, apremiante, tan apremiante que era necesario hacer la misma pregunta una y otra vez.
Más veces de las que yo mismo la preguntaba en mis adentros, debido a que me encontraba ocupado en otros asuntos de la vida: casándome, estableciendo una vida, ayudar a mi esposa a establecer una nueva vida a cambio de la que ella dejó atrás… y regresando a la escuela.
Debo decir que después de egresar del Musicians Institute, de Hollywood, como uno de los mejores alumnos de mi generación (hay placa y diploma que así lo señalan, y puedo decir con toda seguridad que soy el mejor baterista de mi barrio aquí y allá), de practicar la música a nivel profesional, de grabar un disco conceptual con Pinhead y de tocar con algunos grupos en varios escenarios, el gusanito de las letras no se fue nunca, por lo que busqué la ruta perdida para volver al alfabeto heredado por tirios y troyanos.
No es fácil decidir un día retomar los estudios. Pero tampoco es imposible. Quizás se siente imposible, y quizás ese sentimiento está creado por una visión arcaica de lo que significa ser un “estudiante”, un “académico” o una persona “culta”; pero aunque yo no le tema al envejecer y no esté tan viejo como pudiera estarlo, uno piensa a final de cuentas en la edad y en el estigma que se acarrea con los años de actividad e inactividad.
Y así, con todo ese bagaje, completé un semestre y me senté a analizar, nuevamente, si estaba de verdad haciendo lo correcto al buscar la Licenciatura en Lengua Española por parte de la Universidad del Estado de Arizona, tomando clases en línea.
Por lo menos dudé hasta que recibí una carta de invitación/nominación a la Sociedad Nacional de Académicos Universitarios (National Society of Collegiate Scholars).
Yo nunca me consideré un académico ni busqué comparaciones con algún otro compañero, de clase o laboral, pero tampoco buscaba cortar caminos o rutas fáciles. Y a mis tres décadas de vida puedo nuevamente afirmar que seguía sin considerarme un académico, con todo y haber regresado a la universidad.
Me pareció inverosímil, por lo tanto, que alguien en algún lugar pensase que yo, de todas las personas y de todos los estudiantes (en línea o en institución), estaba, como dicen algunos, “al tiro” para su organización (sociedad).
Tampoco soy tonto: quizás inmaduro, quizás peculiar, pero no tonto.
A final de cuentas soy el producto de una contadora de maravillas, a quien no ha podido doblegar un puñado de truhanes advenedizos venidos a funcionarios de postín (¿el saber de mis hijos hará mi vileza?) y un poeta de a pie con su propia calle, y hermano de una pintora con mantras y una bailarina en busca de su ritmo.
Sé cumplir con las tareas, leer el material, no hacer preguntas si no son necesarias y no alegarle a los demás.
En fin, sé pensar (quiero creer).
Pero mis circunspecciones personales no parecieron importarle al NSCS, ya que al enviar mi solicitud de respuesta, tras gran insistencia de mi esposa, después de pasadas las 3 a 4 semanas indicadas recibí mi reconocimiento, mi carta introductoria y ¡un botón de colección!
Me dispuse a continuar entonces el camino de la educación.
Sinceramente, debo admitir que no le di mucha importancia inicial a lo que había ocurrido, ya que, y no es que quiera hacerme el sufrido, no me veía a mí mismo como un gran académico, así que dediqué mi tiempo a enviar solicitudes de beca a dicha sociedad. Eso es lo que yo creía que sería mi recompensa: posible ayuda financiera para un estudiante adulto, casado y que trabaja de tiempo completo.
Y, sinceramente, con eso hubiese estado satisfecho.
Pero la vida tiene muchas maneras de sorprendernos. Bien dice Regina Spektor: “para cada lugar hay un autobús que te llevará a donde debes” (for every place there is a bus that will take you where you must)
Mi autobús quizás tuvo una forma distinta a la acostumbrada a un autobús, muy distinta, debo decir. Era más electrónica y más a manera de pasar a ser entrevistado para formar parte del National Leadership Council (Consejo de Liderazgo Nacional) dentro de NSCS.
Hubo dudas de mi parte, por supuesto, soy humano, pero a final de cuentas, el recuerdo de la contadora y el poeta mencionados (¿qué pasión, padres, cómo andan?), y de mi sangre pintora y bailarina, al igual que la insistencia de mi esposa, me hicieron responder la notificación del NSCS.
El haber ignorado todo esto, me parece, hubiese sido una validación a quienes me condenaban a lo “intangible”.
Debo admitir, primeramente, que estoy agradecido con todos aquellos que, de una u otra manera, extendieron una mano en mi dirección; algunos, incluso, sin conocerme. Estoy agradecido de manera sincera y sin magnanimidad.
El pensar en retomar la educación, puesta en pausa por aproximadamente diez años, es determinadamente temible. Por más que nuestro reflejo aprendido sea decir que no nos importa ni interesa lo que otros digan de nosotros, siempre es una pulsación latente y perpetua (y si te das cuenta que serás aproximadamente 11 años mayor a los compañeros de clase, pues por ahí va el asunto).
Por eso, el hecho de que tanto NSCS como el NLC me hayan extendido una mano cordial, y después abierto los brazos para recibirme, es reconfortante, me hace sentir que hay otros que piensan que estoy tomando la dirección correcta.
Y debo admitir también, para mí mismo, que esto que sucede no es en realidad un logro, es un escalón más en la escalera de la vida, por lo que debo recordarme (y a otros estudiantes o personas que dudan: Arlyn, ya te vi) que debemos usar la imaginación y la abstracción, pensar y cuestionar, porque pensar e imaginar no son necesariamente cosas pendejas, son y pueden ser siempre cosas productivas.
Y lo menos que puedo hacer, en mi vida y en mi nueva posición dentro de NSCS y NLC (ya que mientras usted lee esto, yo me encuentro viajando a la Costa Este de los Estados Unidos, específicamente a Washington, D.C., a una reunión de la misma organización), es estar agradecido y utilizar esas capacidades (las cuales puedo o no tener, pero que quizás otros creen que yo poseo) para, si no mejorar mi propia vida, intentar proveer una ayuda a esa persona que se encuentra hoy esperando ese “autobús” y que arribará cuando yo haya partido, a esa persona que tampoco sabe si cae dentro del molde del “estudiante”, del “académico” o de lo “correcto”.
Lo menos que puedo hacer es dejar las cosas listas para que esas otras personas sepan que lo intangible y las dudas también son parte de la vida, y también pueden ser recompensados.
El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.



