miércoles, mayo 15, 2024
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Espejo desenterrado: Golpes como el odio de Dios…

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Por Karla Valenzuela
Ya estamos en los días últimos del mes de mayo, en pleno comienzo del primer Festival del Pitic, y yo, lejos de toda euforia y entusiasmo por la fastuosa cartelera de artistas que habrá en Hermosillo en estos días, no dejo de ponerme en modo melancólico tratando de recordar qué hacía yo, hace unos años, en los días previos a una de las mayores tragedias – la mayor por mucho- que ha ocurrido en Hermosillo.

En efecto, es inevitable que no recordar el 5 de junio y no hacerlo con dolor, con repudio a todo lo que –antes y después del suceso- estuvo mal y, en la mayoría de los casos, lo sigue estando.

Está mal que no haya cultura de la prevención, estuvo mal desde el principio que el “fantasma” de la corrupción también se hiciera presente en este caso, está mal que –desde el inicio- quedara claro que la justicia está muy por lejos de ser algo que podamos ver, que podamos tocar, que podamos sentir o, ya de perdis, vislumbrar. En casos como éste, desafortunadamente, nada podrá calmar nunca las ansias de justicia, ni siquiera la divina.

Francamente, como para muchos, como para todos, en mi alma hay un antes y después del 5 de junio. Antes, podía sentir que cualquier cosa tenía alguna solución, que todo era posible resolverlo siempre y cuando se quisiera, que nunca ninguna tragedia era precisamente “trágica” y que la fatalidad más absurda que podía azotar en Hermosillo era la del calor extremo; es decir, vivíamos, todos, en una burbuja, en un cuento color de rosa.

Solo bastaron unos cuantos días para que, después del 5 de junio quedara claro que la vida puede ser tan oscura que, simplemente, no nos deja ver más que tristeza, llanto e impotencia. Después de ese día –vaya- muchos nos dimos cuenta de que somos extremadamente vulnerables y, a diario, los niños que quedaron con secuelas tras el incendio, sus padres, los mismos vestigios de la guardería, están para recordárnoslo.

Hoy, se supone que las investigaciones han avanzado, que ya hay posibles castigos a quienes sí lo merecen por esto, pero la verdad es que el castigo es para todos. Creo que nunca dejaremos de llorar por lo que pudo haberse evitado, por la negligencia de unos, por la maldad de otros. Desde aquí, recuerdo y acompaño a las familias que quedaron marcadas para siempre con el dolor de ABC, que, como diría Vallejo, “Hay golpes en la vida tan fuertes, ¡yo no sé!”.

 

 

*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.


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