jueves, abril 18, 2024
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Die Woestyn: Un joven de apariencia chola

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Por Alí Zamora
Un joven de apariencia chola despierta, está solo en su cama, trata de espantar un sueño que bien pudo ser pesadilla, recordándole lo que no le gustó del día anterior: la mayoría de lo sucedido.

El joven de apariencia chola se pregunta a sí mismo, en esos instantes donde el sueño está abandonándolo pero que la vida real del mundo despierto no le llena aún: “¿Qué será de mi vida?”.

El joven de apariencia chola siente el calor sofocante de finales de julio y piensa sobre su vida hasta ese momento:

Él no es de la colonia Nuevo Hermosillo, ni es tampoco de la Piedra Bola, ni de La Mosca, ni de la Apolo o de Sonacer; él nunca ha estado por los rumbos de Las Torres, ni ha vivido en la colonia Palo Verde; tampoco tiene amigos, familiares y conocidos  por el Vado del Río o en el Sahuaro.

Hace este recuento ya que, según los periódicos, de ahí, de esos lugares, son los jóvenes de apariencia chola.

Sin embargo, este joven de apariencia chola vive en una humilde casa de dos habitaciones en la colonia Las Quintas. Aunque en realidad no es de Las Quintas Las Quintas, simplemente se dobla sobre el boulevard Las Quintas al sur, estando sobre el Colosio, y me parece que es la segunda callecita donde doblas a la derecha y ahí está el humilde hogar luego luego.

El joven de apariencia chola tiene sueños, pensamientos, ideas, miedos, sentimientos y frustraciones como cualquier otro joven; incluso, similares a los sueños, pensamientos, ideas, miedos, sentimientos y frustraciones a los de los jóvenes de apariencia normal; pero este joven en particular no recuerda que alguien le haya preguntado sobre su mundo interno a estas alturas.

Él sabe por qué, pero no lo admite.

Él usa Facebook para enterarse de las cosas que suceden con su familia, Twitter para mandar tuits que son vistos por sus pocos amigos, Instagram para ver fotos de lugares que nunca conocerá y comidas que nunca comerá.

Pero eso lo hacen todos, eso no lo hace especial sobre otros.

Usa también el internet para ver noticias de lugares que se encuentran a una vida y dos reencarnaciones de distancia respecto a donde le tocó vivir. Lo usa también para, dentro de sí, darse esperanza de que hay un mundo más allá de lo que sus ojos ven y sus oídos escuchan, ya que lo que escucha no le parece siempre correcto:

Escucha el joven de apariencia chola a su tía “Lety” decirle en persona (y también en el Feis, porque ahí todos son valientes y todos tienen la razón) a su madre que está mal la ratificación de un acta de nacimiento para una pareja de lesbianas, y que hoy en día se vive en “Sodoma y Gomorra”. Y la escucha decir, de esa manera en que dicen las cosas las señoras beatas y mojigatas como si lo anterior no hubiese importado, “sorry chicas”; esto porque sabe que su sobrina, la prima del joven de apariencia chola, quien vivía sola hasta que “su amiga” “La Carola” se mudó con ella, es lesbiana abiertamente y “La Carola” es su pareja.

El joven de apariencia chola se cuestiona esos comentarios y esa ideología porque, aunque los demás no lo sepan, él ha hecho eso que al parecer sus tías “Lety” y Milagros ven mal, al igual que todas sus comadres de la iglesia: él cuestionó las cosas.

Él no cree en el dios de su familia, sus amigos y del Arco Iris, pero no porque no crea en UN dios, ya que él sabe que como un individuo pequeño e ínfimo no puede ser tan magnánimo como para decir “Sí, ésta es la palabra de dios, y ésta es la verdad. Yo lo sé” o “Dios está muerto, he hablado ya con Zarathustra”. Y se pregunta, en silencio y solamente a sí mismo, “¿por qué comparan la realidad con una historia ficticia y solamente esa que les conviene?”

Piensa el joven de apariencia chola que igual podrían mencionar a Atlantis, Shangri-La, Avalon, Aztlán, Olimpo, Shambhala o  El Dorado; todos lugares ficticios que sufrieron la ira de dios o la ira de sí mismos cayendo debido a su soberbia, al igual que Sodoma y Gomorra.

Pero no lo habla porque sabe de antemano las respuestas que recibirá.

El joven de apariencia chola a veces sube al techo de su casa (¿qué tan alto puede estar?), lo hace por las noches, cuando su madre duerme y su padre se encuentra embobado observando un televisor antiguo que no cambian porque “ya tenemos uno, hombre”. Sube al techo el joven, pero no con malicia, sube con inocencia en su corazón y su mente, porque a pesar de su edad, no es un hombre aún pero niño tampoco es. Y ya en el techo se recuesta, firme, sin moverse, y se pierde en el cielo oscuro de su ciudad desértica  contando las estrellas que puede observar.

A veces llora.

De frustración caen sus lágrimas porque no le puede decir a nadie lo que siente, o lo que cree que siente. Nunca ha sido cuestionado al respecto, ésa es la razón por la cual no sabe si lo siente o no. Pero él piensa que si alguien llegase algún día y le preguntara: “¿Qué sientes esas noches, solo, en el techo de tu casa, cuando en silencio miras al cielo?”

El joven de apariencia chola se imagina a sí mismo respondiendo:

-“Siento… no sé…

-“La neta, me siento chiquito. Pero no como niño. Es que…

-“Me siento como un microbio, como algo chiquito. Y es curioso, porque las ideas que tenemos son grandes, pero viendo en realidad ‘nada’ arriba de mí, y a mis lados y a todo mi alrededor, me doy cuenta que más grande es todo lo que no conocemos…

-“Bueno, eso creo, no sé. Yo no he ido a la escuela como científico. Pero se me hace, no sé, bonito, yo creo, que haya gases y luces que se mueven y flotan y se expanden y crecen, y que en realidad no hay un centro de donde se pueda decir ‘de aquí salieron esos gases y luces y estrellas y galaxias’. No pues, es como dicen: infinito…

-“Y la neta, la neta, a mí me gustaría ver eso, explorar, ya ve que mandan carritos a Marte, no mames, qué chingón sería poder ir y ver, aunque sea viaje de ida. Ir viajando y ver lo que nadie más ha visto, no mames… me emociona nomás pensarlo, pero ya sé que no puede pasar…

-“Pero sí… qué chingón cuando otras personas puedan hacerlo…

Si después de todo eso se le preguntara algo más al joven de apariencia chola, no sabría cómo responder.

Él conoció el espacio de la ciencia ficción y de las películas de joliwud, y recuerda cuando dijo eso mismo: “Qué chingón sería…”, cómo se burlaron de él la primera vez. Y supo entonces que de él ciertas cosas eran esperadas y ciertas serían permitidas. Pero solamente eso y solamente ésas.

El joven de apariencia chola siente la frustración, misma que siente cuando le preguntan “¿Qué andas haciendo, morro?” los adultos que no lo conocen y lo juzgan por su apariencia chola.

Recuerda el joven de apariencia chola el día de secundaria cuando un compañero de clase decidió recitar un poema que había escrito, y cómo con la valentía del anonimato hubo quienes (en ese entonces “sus amigos”) escoriaron la declamación con gritos de “puto” y “puñal”. El joven de apariencia chola recuerda haber compartido los gritos de “puto”, “puñal” y “joto”, y recuerda también un remordimiento emocional nacido en la boca del estómago, que después se fue transformado en cálculo renal incipiente.

Ese joven de apariencia chola recuerda cómo supo ese día que tenía que esconder sus secretos, ésos que nacen porque somos individuos y tenemos carácter único.

Supo que tendría que decir, al ser descubierto por amigos y conocidos, con inmediata falsedad, “No mames, we, ¿quién puso eso en la compu?”. No importa cuál fuera la situación.

El joven de apariencia chola entra en conflicto consigo mismo y con la sociedad que le rodea, él sabe que no está solo en su prejuicio.

Con la ayuda del internet, herramienta que aprendió a utilizar a base de paciencia y módem, ha entendido que su prejuicio y dolor son compartidos por otros. Por aquellos quienes visten la sudadera con gorrito incluido, por aquellos quienes poseen un color distinto al mayoritario, por aquellos que decidieron ver la paleta del creador con distintos tonos, por aquellos que por destino manifiesto son nacidos para cuestionar en silencio y existir de manera perpetua.

Él sabe que no hay personas que piensen constantemente en su futuro y en sí mismos; aquellos quienes por otros dicen: “Hay que ayudar a quienes no pueden ayudarse a sí mismos”.

Sabe que cuando lo miren, dirán: “Ese morro ¿qué? ¡Que se ponga a trabajar!”.

Sabe qué es lo que se espera de alguien con apariencia chola como él: va a trabajar, de aquí hasta que el cuerpo aguante; se va a juntar con una vieja (probablemente) y va a tener que arrear plebes también, pero en realidad sabe que no se espera que sea un padre, sino un proveedor, que embarace a una vieja o más, y luego nomás esté dando pan pa’ que no lloren.

Nadie se lo ha dicho, pero no es tonto, por más que tenga una apariencia chola: con el cabello corto porque no soporta el calor y no le gusta dejar crecer su cabello cobrizo ni chino ni lacio, con el ceño fruncido por la fisionomía de su cráneo más que por malicia; por más que su apariencia sea el estereotipo de aquello en lo que lo quieren convertir, él no es tonto. Lo ha visto en los padres de otros, en los hermanos de otros, hasta en los primos y en uno de los hijos de su tía: la tía “Lety”, por supuesto.

Se siente como ganado, se siente encerrado, se siente triste porque nadie nunca le preguntó “¿Qué futuro te gustaría tener?”, ni nadie nunca le preguntó “¿Qué tipo de vida te gustaría vivir?”.

Esas preguntas no existen para un joven de apariencia chola como él.

Y así despierta el joven de apariencia chola, como cada mañana desde que dejó de ser niño y entró en la hombría mexicana de la adolescencia.

Sabe que debe callar, y que esos sentimientos dentro de sí, con el paso de los años, dejarán de ser incipientes y serán verdaderos cálculos renales.

Serán los sueños sacrificados que a muchas personas le hacen decir a sus hijos: “Pues estudia algo que deje”, dictando una sentencia de muerte a sueños ajenos, mientras se recuerda a sí mismo de joven, cuando su apariencia chola era lo que lo definía, soñando con el infinito vacío del universo, con personas que tuvieron apariencia chola también, pero que a base de trabajo duro y sacrificio pudieron poner primero un pie, firme, en los sueños y después alzar el otro al infinito.

Eso sueña en secreto este joven de apariencia chola en específico.

Eso nomás, que es todo… y nada…

 

 

El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.


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2 comentarios en "Die Woestyn: Un joven de apariencia chola"

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