viernes, abril 19, 2024
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Die Woestyn: El sueño de Shankly

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Por Alí Zamora
Todo comenzó en ese lugar donde todos los grandes acontecimientos han tenido sus raíces a lo largo de la historia universal: en un sueño.

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un murmullo que crece en las gradas.

YNWA

los aficionados toman sus asientos, levantan bufandas y banderas y alzan, a su vez, las voces al unísono: el murmullo evoluciona a cántico.

YNWA!

el cántico,  rojo como la sangre que corrió por las calles de Troya, ahoga todo a su alrededor y se convierte en un grito de guerra, de esa guerra donde solamente veintidós hombres pueden pelear y donde no siempre hay un vencedor.

YNWA! YNWA! YNWA!

el sueño toma parte en un lugar del mundo donde se nos ha dicho por años que nunca se camina solo.

Y         N       W      A
You’ll Never Walk Alone

ese lugar tiene por nombre Anfield y se encuentra en Liverpool. Ese lugar llamado Anfield en Liverpool es un estadio, pero no es cualquier estadio: está protegido por los fantasmas de Shankly (William “Bill”) y Bob Paisley,  de Stevie Gerrard y de Rafa Benítez (Q.E.P. descansen), los cuales hacen eco como si más que un estadio fuera de esas catedrales que existen para conmemorar un día de la semana, cada quince días, sin falta.

Anfield es ese lugar donde no importa quién seas, cuánto ganes, cómo te vistas o cómo hables, estás compartiendo el color y la fuerza vital de la misma locación y de otros mientras caminas al graderío.

Pero ese era un sueño, y los sueños terminan. Todos los sueños acaban y los Reds tienen que despertar tarde o temprano.

No importa que el sueño termine en Heysel o en Hillsborough. Porque, como el coro in crescendo nos ha dicho, para todos los sueños hay un despertar…

¿O es que acaso son puestos en pausa indefinida?

Los deportes, al igual que las artes en mi visión no-axiomática del universo, son dependientes de la época que uno este visitando en la memoria. Esto es algo que muchos madridistas olvidan. En general, todos lo olvidamos, es simple conveniencia, ya que no suena tan bien decir: “¡Hala Madrid!”; a decir “¡Hala Madrid!* ” (*de 1950 a 1970, principalmente, porque entre 2002 y 2012 no ganaron nada).

Ni siquiera Don Chon le compraría eso a los que lo venden (simón, el de los abarrotes, el mismísimo).

Es muy difícil mantener éxito(s) a través de un período determinado de tiempo, esto sin importar la doctrina deportiva que se practique. Aunque, como todo en la vida, hay excepciones: ejemplo podría ser el Dinamo Zagreb, decacampeón consecutivo de la liga croata.

Pero hoy no quiero fijarme en las excepciones, quiero fijarme en, y visitar, la época de los accidentes que dieron forma a lo que es hoy en día el panorama de futbol europeo. Bueno, “accidentes” sería la terminología correcta. Porque lo que sucedió en Heysel Stadium no fue accidente, y lo que ocurrió en Hillsborough tampoco.

El descuido, la desatención y la falta de responsabilidad de quienes están a cargo nunca es accidente. Si no me creen, pregúntenselo a los niños que viven en la ciudad de Flint, Michigan, donde el nivel de plomo en el agua afectará a generaciones venideras debido a un simple “vamos a ahorrarnos unos cuantos millones trayendo el agua directamente desde el corrosivo río Flint a través de la plomería arcaica y débil ¿Qué es lo pior que puede pasar?”.

Como dije, el sueño terminó en Anfield y se despertó a la dura realidad: el mejor equipo inglés del momento fue castigado y vetado de la competencia europea. Lo que es importante tomar en cuenta es que en aquel entonces, esa época antigua conocida como la década de los 80’s, los Reds (dícese de los jugadores de Liverpool FC) eran el equipo inglés más ganador en competencias europeas y, dicen los analistas, se postulaban a ser el mejor equipo de toda Europa.

Pero todo cambió en cuestión de minutos, cuando los aficionados de los Reds derribaron una pared divisoria y caminaron, por supuesto que no solos, sobre los cuerpos sin vida de aficionados italianos.

Visitemos entonces el pasado.

Corría el año de 1985 cuando la mezclilla era mezclilla, los tenis Converse eran exclusivamente de manta, las cervezas eran líquido no artesanía y su servilleta estaba por nacer; en ese entonces, un día en Bélgica se dieron cita los dos finalistas de la aquel entonces Champions League (que no se llamaba Champions League aún, si no European Cup).

Se han escrito artículos, filmado documentales e, incluso, hubo estudios internacionales respecto a lo sucedido previo al partido.

Brevemente puedo decir que el Heysel Stadium, en Bruselas, estaba en descuido y con una infraestructura en desesperante necesidad de reparaciones, sufría sobrecupo, cosa imperdonable en el futbol moderno y más imperdonable todavía por el deplorable estado de las instalaciones.

barra-brava

Como un punto aparte debo explicar, para quienes no lo saben, que en el futbol asociación profesional de primer mundo las entradas a los estadios son vendidas de manera muy específica: entradas generales, palcos, entradas preferenciales, cabeceras y zonas VIP; y encima de eso, se limita la venta de boletos a grupos que en México y partes de Latinoamérica se conocen como “las barras”, ya sean locales o visitantes (ejemplo: La Perra Brava, en Toluca; La Fiel, del Atlas en Guadalajara, y Los Yanks o American Outlaws, de los Estados Unidos, en el ámbito internacional de selecciones, entre otros).

Existen competencias donde se juega en un estadio neutro (como las finales de la hoy UEFA Champions League o la Europa League), y el procedimiento es algo más riguroso aún. Las barras son asignadas usualmente a las cabeceras y los fanáticos de uno u otro equipo son dirigidos a distintas secciones del estadio con, usualmente, asientos sin vender divisorios entre barras o aficionados para evitar conflictos entre miembros del respetable público.

En Heysel no nada más hubo sobrecupo, sino que los aficionados de la vecchia signora y de los Reds (la Juventus y Liverpool FC, respectivamente) fueron sentados contiguamente, o de manera muy próxima, dependiendo a quien se le pregunte, en una sección del estadio que se había designado como “neutral’. Y, sin siquiera haber tocado el campo de juego los equipos, se desató un caos que cambiaría el futbol asociación en Europa y el mundo, sin saberlo ninguno de los presentes a priori.

Fanáticos de los Reds comenzaron a lanzar piedras (que eran en realidad trozos del mismo estadio desmoronándose bajo sus pies) a los aficionados italianos en la sección contigua, acciones que solamente se acrecentaron conforme se acercaba la hora de la patada inicial. Hasta que finalmente, en un desesperado intento de escapar de las rocas lanzadas y de los fanáticos ingleses que comenzaron a desmantelar las barreras que separaban ambas aficiones, los fanáticos italianos de la Juve y belgas neutrales trataron de escalar la pared divisoria entre las gradas y el campo de juego. La pared se desmoronó y 39 personas (en su mayoría italianos, fanáticos de los bianconeri) perdieron la vida, teniendo la victima más joven solamente 11 años.

Las consecuencias ahí están: los Reds fueron exiliados a su isla británica y no se les permitió continuar en competiciones europeas. Sentencia dictaminada por la UEFA al club que vieron como responsable.

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Algunos tacharon de mano dura la respuesta de la UEFA, pero no era simplemente lo sucedido en el estadio, era la imagen del hooligan inglés, a quien el resto de Europa temía.

Fue gracias a sus hooligans y a una imagen que el resto de la Europa continental tenía del aficionado inglés, que los Reds permanecieron en Inglaterra por varios años, incapaces de presentarse a sí mismos en 3 más proto-Champions League que se jugaron, a las cuales reglamentariamente debieron asistir como representantes de su país.

Pero como dicen las personas en Villa de Seris: “O todos coludos o todos rabones”. Así que la UEFA, sin importar que la dama de hierro, Margaret Thatcher, pidiera a la Federación Inglesa de Futbol (FA) retirar a sus equipos de competencias continentales antes de recibir castigo sobre castigo, decidió llevarse al resto de los clubes entre las piernas y exiliar de igual manera a todos los equipos ingleses de la European Cup y demás competencias (et tu Tottenham?).

Con el paso del tiempo, gradualmente cayeron las barreras y los vetos, hasta que finalmente, en 1992, los Reds fueron invitados de vuelta al continente después de 6 años de un frío y duro invierno del deporte en la isla (“el invierno del deporte”, esa frase me gusta, anótemela porfa, Don Chon, para escribir algo con ese título).

Y si ponemos las cosas en la balanza, puede sonar ridículo comparar los diez títulos (actuales) europeos del Rial Mandril contra los cinco (actuales) de los Reds, pero tomando en cuenta el contexto de ser prohibidos en el continente, ese debe ser un golpe anímico increíble ante jugadores que son, a final de cuentas, humanos y que tienen que tomar en cuenta su entorno. Ya que si, supongamos, uno gana continentalmente, puede decirse de manera hipotética que el poder del ego y la moral llevarían a pasturas más lejanas al cuerpo colectivo de los Reds.

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Sabemos que de ahí en adelante las reglas respecto a estadios cambiaron drásticamente: asientos para todos los asistentes, ya no más espacios de pie generales; subdivisiones dentro de los mismos con mayor seguridad; una fuerza policial más involucrada en el deporte; y un sistema de reconocimiento para personas non gratas al momento de tratar de ingresar a los estadios.

Lo que nunca sabremos es:

¿Qué hubiese pasado en esas tres competencias a las cuales Liverpool no fue invitado?

Así como nunca sabremos dónde enterraron los cuerpos de Stevie Gerrard y Rafa Benítez cuando los cuchillos envueltos en dólares y euros salieron a la luz; y, de la misma manera, nunca sabremos qué hubiese sucedido si los Reds no se vieran involucrados en la siguiente tragedia, la de Hillsborough… de la cual no hablaremos porque fue tragedia local y, dicen, no importa tanto, nomás 96 muertos, pero todos ingleses, ellos se lo buscaron por querer ir a un juego de futbol rodeados de hooligans. Eso dicen los perversos.

Homenaje en el estadio en honor a las víctimas de la tragedia de Hillsborough.
Homenaje en el estadio en honor a las víctimas de la tragedia de Hillsborough.

Lo que sí sabemos es que el tiempo pasó y, lo queramos o no, el sueño de Shankly, cantado a coro por Gerry and the Pacemakers, sigue vivo, pataleando, esperando el abrupto despertar de una afición que busca regresar a la vida con sueño en mano, el sueño transformado en la solidez de un trofeo, local o continental a estas alturas ¿qué más da?

Pero mientras ese despertar ocurre a destiempo, la afición continúa levantándose a si misma de manera colectiva, mano con mano, después de 90 minutos, mientras murmuran

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El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.


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