viernes, abril 19, 2024
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Urantia: Rituales

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La eternidad se interpone entre nosotros.
Chika Sagawa

Miguel Manríquez Durán
Miguel Manríquez1: Desde siempre tengo rituales. Algunos bajo la sombra cotidiana y otros más puros y secretos. Una adolescencia plena de imaginación donde en mis lecturas buscaba los mitos clásicos como explicación del mundo. El maridaje entre literatura y mito ocurre, ciertamente, como una evolución histórica pero en algunos individuos -como es mi caso- es un estado de conciencia. El mito es revelación de lo humano en el transcurso del tiempo histórico. Por su alto grado de ritualización no sólo cuenta el orden original del mundo sino también sus leyes y acontecimientos que se repiten invariablemente. Sin embargo, el mito se transformó en cuentos, historias y tramas, en sistema filosófico y norma moral, en modelos espaciales y arquetipos. Se sabe desde siempre: “los mitos son sueños públicos; los sueños, mitos privados” dice Joseph Campbell en “El héroe de las mil caras” (1949). “Cuenta la historia donde los dioses griegos se aburrían así que inventaron a los seres humanos, pero seguían aburriéndose e inventaron el amor y vieron que ya no se aburrían, así que decidieron probar el amor a ellos mismos y, finalmente, inventaron la risa para poder soportarlo.” Los dioses paganos no estuvieron a salvo de los procelosos mares de los retóricos medievales: el mito es paganismo, un torvo pathos que debe ser domesticado por la razón y la metrópolis judeocristiana.

La falsa invención del poeta enfrenta el cadalso y las condenas que la literatura eclesiástica esgrime con inquisitorial eficacia. La secularización renacentista será otra historia. Era inevitable que el arte romántico terminara como fusión entre el mito grecorromano y la mitología pagano-nacionalista y cristiana. El realismo y las vanguardias tomarán otro camino. Más allá de su evolución, el mito recupera la noción platónica de que aprender es recordar: son memoria y oposición al olvido. Los mitos en la literatura de mueven en dos planos: las edades del mundo y el ciclo eterno de construcciones y destrucciones. Es, quizá, en la memoria donde lo divino nos impone con intensidad la sensación de estar vivo: “Aristóteles exhorta a aspirar a la inmortalidad propia de los dioses, pero no deja de ser realista y habla también de la posibilidad de ser feliz a la manera meramente humana”.

Separador - La Chicharra

2: No han sido pocas las ocasiones en que me reclaman mi obsesión por lo clásico y el mito. Mi respuesta siempre es una sonrisa condescendiente y hasta beatífica. Los mitos están en todas partes y mis reclamantes lo ignoran. No es asunto metafísico solamente, cada día, sin saberlo, invocamos mitos y dioses. Hace diez años Fernando Castelló en su libro “Hablar como los dioses” recopiló un maravilloso diccionario con expresiones y términos coloquiales de origen mitológico y grecolatino. Vale la pena dar un ejemplo: “tener vista de lince” proviene de Linceo, uno de los argonautas que acompañó a Jasón en la búsqueda del vellocino de oro. Linceo quien “De todos los habitantes de la tierra fue el de visión más penetrante” (Pindaro, dixit). Igual para “ser presa del pánico” como sucedió a los persas huyendo del dios Pan en la batalla de Maratón. Este dios, hijo de una ninfa y Zeus es mitad hombre y mitad macho cabrío que poco después en la Edad Media sería equiparado al diablo. “Del talón de Aquiles al suplicio de Tántalo; del Can Cerbero al Minotauro y la Quimera; del hilo de Ariadna a la caja de Pandora y el tejedesteje de Penélope; de lo afrodisíaco y lo erótico a las Bacanales y la lluvia dorada; de la Ambrosía al Néctar de los dioses; del Arco Iris y la Aurora Boreal a los signos del Zodiaco; del complejo de Edipo a los de Electra, Diana y Narciso; el Caballo que hizo arder Troya; de los demonios del Averno a los dioses del Olimpo; de limpiar las cuadras de Augias a empujar la piedra de Sísifo” (Evoé editorial).
Ningún mapa que se trace de la poesía puede ser sin Grecia y sus cantores: Cavafis, Seferis, Elitis, Ritsos son apenas las islas más visibles de un archipiélago que la Hélade nos hereda. Algunos nombres también me son cercanos como Lampros Porfiras, Kostas Kariotakis Giorgos Vafopulos, Yannis Kondo y Dinos Christianopulos: “Abandonar la poesía no significa traicionarla: hay tantos modos de cuidar de las propias ruinas”.

Separador - La Chicharra

3: Llegué al mito por la poesía. Todavía recuerdo iniciar la casi devota lectura de “Endimion” de John Keats. Aún me extraña el desconocimiento de algunos poetas en prosa que jamás se han acercado a ese extenso poema narrativo con más de cuatro mil versos. Muy lejos de Wordswoort, Shelley y Byron, Keats se erige como el poeta-poeta y no es casualidad su evocación del mito que Endimion, nieto de Zeus y joven pastor enamorado de la luna representa. Es un poeta meditativo, reflexivo y, sobre todo, de contemplación “ve como pudieron ver los dioses” el mundo. Influido por Milton y Blake, es un poeta de imaginación poderosa que parte del mito para entender el mundo con una fórmula que aún cultivo: mientras otros describen lo que ven, yo “describo lo que imagino” dirá en 1818: “¡Qué melodía salvaje y armoniosa/ encontraba mi espíritu en todo lo que es bello!”. En “Imagen de John Keats”, Cortázar expresa su admiración y se ocupa de este modo de mirar de este joven poeta muerto a los 25 años.

Keats habla del poeta como un Endimion: un ser divino que vivió en una insufrible eternidad onírica, durmiendo para siempre sin la posibilidad de despertar. Esto no impidió que Selene siguiera amándolo: “Y así el sublime destino/ Que imaginamos para los grandes muertos;/ Todos los deliciosos cuentos que oímos o leímos:/ Fuente eterna de una linfa inmortal/ Que cae sobre nosotros desde la orilla del cielo”.

Y no en vano esos cuentos que oímos y leímos son fuente eterna. Ante la llegada de la cristiandad, los dioses y los mitos se escondieron en las manías y en el lenguaje. Por ello, la lectura es ritual porque los libros revelan. No es casualidad que Marco Antonio pusiera libros como ofrenda de amor a Cleopatra Filopator Nea Thea, (Cleopatra VII) la última reina de Egipto y la de la dinastía Ptolemaica. El emperador Marco Antonio le dió una maravillosa ofrenda de amor: 200.000 ejemplares de la Biblioteca de Pérgamo del Rey Attalo, para llenar de nuevo el gran vacío que el incendio de Alejandría dejó a la egipcia: “como último placer, los sones,/ los maravillosos instrumentos de la comparsa misteriosa/ y di tu adiós a esa Alejandría/ que pierdes para siempre” (Cavafis).




Miguel Manríquez Durán. Poeta.


SUM Comunicación
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