De mente abierta y lengua grande: Limas de lágrimas

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Chef Juan Angel | @chefjuanangel
Al centro del patio, imponente se levantaba un árbol de limas, sus brazos, repletos de grandes hojas, sombreaban casi todo el terreno; en primavera se vestía de pureza, lleno de aroma a felicidad, de esa que provoca el azahar cuando caminas triste por un pasillo de naranjos y sus notas te levantan la mirada; ese azahar se convertía en unas limas que ya maduras eran dulces como una miel que impregna y perfuma todo el paladar y activa el botón de recuerdos para convertir ese momento en algo inolvidable. La lima pertenecía a “La Chu”, esposa del tío (nombrado así por toda la capital del mundo debido al gran cariño que le tenían). Decían que las limas eran de sabor especial porque se regaban con las lágrimas del tío, quién sentado en la base, junto al tronco, volcaba su tristeza a causa de los maltratos de “La Chu”, esas lágrimas fueron enjugadas por un sabio árbol que cada año las convertía en frutos de felicidad, que a diferencia de otros, su cáscara no manchaba las manos, porque en vez de ácido tenía lágrimas convertidas en un dulce néctar. El árbol vivió por muchos años coronando el patio de mi casa en San Pedro de la Cueva, parte de la cual pertenecía al tío y fue vendida a mi papa, el árbol de limas tenía un compañero inseparable, que lo esperaba paciente cada año para ayudarle a descargar de su espalda el peso de las limas, recuperar su fuerza y levantar los brazos que casi llegaban al piso, el compañero colgaba siempre de un brazo menor, era un palo de madera con un gancho de alambre en la punta, con su ayuda, el árbol triste de las limas dulces nos entregaba cada año baldes y baldes de frutas que se compartían entre los vecinos. El árbol de limas envejeció, así como envejecemos los seres humanos, algunas partes se fueron secando, otros brazos no tenían la fuerza para sostenerse y durante ese tiempo mi papá se las ingenió con piolas y palos para que siguiera honroso al centro del patio. Un día, sin avisar, el árbol desapareció, al centro de la jardinera  que se había construido a su medida, había un vacío; se fue, pero los dejó un regalo maravilloso, el sol, que bañó de luz y energía a nuevas plantas que iniciaron la segunda generación de árboles. Ahora, cuando nos reunimos junto al asador, sentimos su presencia, nos sentamos en la jardinera y el árbol nos sigue llenando el recuerdo de perfume, nos sigue levantando el ánimo con su estado etéreo, nos sigue recordando que su misión en la vida iba más allá de parir cientos de limas al año; además, el árbol fue inspirador de dos grandes recetas que mi madre cocinó por años: hot cakes de maíz con lima, algo como las cachapas venezolanas pero con masa de maíz y perfume de lima; y el ceviche de tilapia, la cual se cortaban en trocitos, se le daba un baño con agua tibia y finalmente se bañaba con jugo de limas.



Chef Juan Angel – Licenciado en Periodismo y chef profesional, conductor de televisión, creador de contenidos gastronómicos y embajador de marcas de alimentos.


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