viernes, abril 19, 2024
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Basura celeste: Una vasta memoria en permanente discusión

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Por Ricardo Solís
Hace algunos años, el Fondo de Cultura Económica (FCE) lanzó al mercado el libro Por las sendas de la memoria: prólogos a una obra (FCE, 2011), del poeta, ensayista y diplomático mexicano Octavio Paz, un volumen que recoge en sus páginas los prólogos que el autor mexicano escribió, entre 1990 y 1997, para la primera edición de sus Obras completas y que, revisados en sucesión y conjunto, ofrecen al lector una perspectiva semejante a la de un “viaje” por la trayectoria literaria y la vida de un poeta que revisa críticamente su trabajo desde el presente.

Por principio de cuentas, el libro se inserta en una tradición no exenta de ejemplos dentro de la literatura escrita en español (bien conocida es la reunión de prólogos de Borges) pero, en este caso, los escritos de Paz se concentran en un fin específico, anteceder cada tomo de acuerdo con la disposición que decidió el escritor para cada tomo de la compilación general de sus trabajos y, ante este tipo de tarea, obvio es que la mirada se torna al pasado para –por decirlo de algún modo– justificar un orden, explicar una disposición, sopesar comentarios, filias y fobias a la luz del tiempo, pero sobre todo dar cuenta de una experiencia en la que no pueden disociarse vida y literatura, el rostro doble de quien elige o se encuentra con el oficio de escribir para no abandonarlo.




La cuestión es, finalmente, que en Por las sendas de la memoria coinciden el trayecto en el que los recuerdos conceden una –tal vez no pensada– unidad que se recorre a través de la lectura y, además, cada uno de estos prólogos se convierte en un ensayo por sí mismo; más aún, ensayos donde el autor indaga sobre sí mismo, escritos plagados de convicción y arrepentimiento, de motivos para el disenso o el acuerdo, la voluble fe en lo dicho o pensado a lo largo de muchas décadas de reflexión y creación que no se separan sino que, por el contrario, acendran su maridaje conforme el tiempo pasa (un lapso que, por supuesto, se ve afectado por la historia y el desarrollo de las sociedades, incluso de su propia escritura apreciada a distancia).

Para una personalidad literaria como la de Paz, plagada de devotos y detractores, es natural que estos textos puedan despertar –antes siquiera de asomarse a ellos– cierta suspicacia; sin embargo, es posible que tanto acólitos como enemigos se lleven como sorpresa que los años no han pasado en vano y que, más allá de retractaciones o sostenimientos, el Premio Nobel se acerca a sus orígenes y distintas etapas formativas con un ánimo donde no falta la emoción ni deja de consignarse alguna sorpresa, una deuda acaso tarde para saldar, un juicio que –a la luz de la historia– se ha, por lo menos, matizado o simplemente se ha tornado otro.




Aunque fiel a su estilo, Paz añade un poco de familiaridad y resta pesantez retórica a su lenguaje; quizá no se trate de una búsqueda pero, sin duda, opera en favor de un “acercamiento” a su hipotético lector. Es así como se leen estos prólogos, como una sucesión donde el ordenamiento va, progresivamente, tomando sentido; un ejemplo de esto es el relato de su niñez en Mixcoac (en el que los árboles, los jardines, las añejas construcciones, se unen a la maravillosa descripción de una “cascada” de fuegos pirotécnicos) de donde –en sus palabras– surge su pasión por lo visual y, como consecuencia de ello, el interés por las artes que fundan en la contemplación su disfrute y apreciación: pintura, escultura, arquitectura.

Por otra parte, como el autor prolífico que es, entregado a la más diversa actividad creativa –desde la poesía hasta el ensayo literario, la crítica, la reflexión en torno a la creación artística, la antropología, la historia, la ciencia, en fin–, Paz no evita admitir lo prioritario de “la noción misma de obra” que, a pesar de que asegure que no le era propia, gracias a ella puede establecer que: “he escrito y escribo movido por impulsos contrarios: para penetrar en mí y para huir de mí, por amor a la vida y para vengarme de ella, por ansia de comunión y para ganarme unos centavos, para preservar el gesto de una persona amada y para conversar con un desconocido, por deseo de perfección y para desahogarme, para detener el instante y para echarlo a volar. En suma, para vivir y sobrevivir”. Es así como resume su oficio, no precisamente como una necesidad sino, antes, una apuesta a la que no se llega del todo de manera consciente, pero cuya razón de ser es la memoria, “la más frágil y preciosa facultad humana”.




Habrá quien desee destacar algún punto en específico y manifestar su desacuerdo con Paz en más de un tópico o declaración (en especial, seguramente, con algunas de sus opiniones políticas), a pesar de ello, lo que no podrá negarse es que su prosa no perdió fuerza, atractivo, nivel de persuasión o ritmo en los últimos años de su vida. Lo que puede juzgarse acierto al reunir estos prólogos es el hecho de que, en su despliegue, consiguen ofrecer una renovada perspectiva, una impresión de cómo un autor se acerca a su vasta obra y sus múltiples orígenes o motivaciones, a los encuentros y experiencias que la hicieron posible.

Para concluir, se debe recordar que ejercitarse en la memoria no es un viaje simple del que se salga impune o sin alguna cicatriz y, en un universo creativo como el de Paz, los asuntos no dejan de estar en discusión, es esa la naturaleza de su trabajo (sobre todo el poético) y en cada lector quedan esquirlas que atestiguan haberlo leído. Nunca queda más claro todo lo conflictivo y placentero que, a un tiempo, es ahondar en el retrato extendido que un autor hace de sí mismo y de su obra. Y Paz es uno de esos escritores en los que mejor se detecta y confirma la condición de un artista que asume la crítica como parte constitutiva de sí.




Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.


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