jueves, abril 18, 2024
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El color de las amapas: Historia de la explotación del agua subterránea en la Costa de Hermosillo

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Por Ignacio Lagarda Lagarda
La primera descripción del agua subterránea en Sonora data del siglo XVIII, según lo revelan los relatos de los viajeros y exploradores extranjeros que recorrieron la región y dejaron constancia de ellos en sus escritos.

Tal es el caso de los misioneros jesuitas Ignacio Pfefferkorn, entre 1756 y 1767, y Juan Nentuig , entre 1762 y 1764, quienes recorrieron el estado y narraron la presencia de “manantiales que brotan de la tierra” el primero y que “En Nácori, dos leguas adelante, es tanta su pobreza que aún menos que en Mátape riega, de suerte que hasta para beber es necesario abrir pozos, pues la mayor parte va sumido debajo de tierra”, el segundo. Nentuig se refería al río Mátape localizado al centro del Estado.

Alrededor de 1775, Pedro de Corbalán, Intendente y Gobernador de Sonora, observó que al Oeste de La Villa del Pitic, en un lugar llamado Siete Cerros, el agua del subsuelo estaba a muy poca profundidad. Entonces, emocionado todavía de lo que había visto, envió a sus ingenieros a hacer un estudio topográfico y esperó tranquilo el informe de su gente; él sabía que todo resultaría como lo previó. Quince días después con el resultado de aquella investigación en sus manos, dispuso que se abrieran al cultivo obras de riego que pronto incrementaron la agricultura.

Durante la época colonial, las aguas subterráneas no se consideraban por el rey como aguas públicas o propiedad del mismo, por lo que, eran explotadas por los propietarios de los predios a través de manantiales naturales, pozos o galerías filtrantes que estaban sujetos a la Constitución de Cádiz y los códigos civiles locales.

Un día del otoño de 1844, un grupo de colonos armados con hachas y zapapicos para abrir brecha; con hombres armados a caballo que formaban la vanguardia, a cuyo frente iban los hermanos Pascual e Ignacio María Encinas, oriundos de Sahuaripa, Sonora, arribaron a la región del territorio seri en las inmediaciones de Siete Cerros en la Costa de Hermosillo, y a una indicación de don Pascual la caravana hizo alto: “Aquí es”, dijo, “dónde y con el favor de Dios, formaremos la hacienda que un día se convertirá en el centro de una región agrícola próspera y de renombre, pongámonos en obra…” y pintando en el suelo una cruz a la mitad de un círculo, indicó a los hombres que empezaran a cavar el pozo de la Hacienda, a la que dio por nombre “San Francisco de la Costa Rica”.




Ese fue el primer pozo de luz que se perforó en la costa de Hermosillo “y hasta el cuarto decenio siguiente la fama de Costa Rica se extendió por todas partes, y brincó muy lejos por encima de pueblos fronterizos norteamericanos, atrayendo nuevos medieros”.

Después de que Don Pascual y Don Ignacio María Encinas abrieron las primeras tierras de labor en la entonces inhóspita y peligrosa región de la Costa de Hermosillo, fueron llegando otros hombres también valientes, también con ambiciones, también tesoneros, que fueron abriendo otras tierras a la agricultura o creando ranchos ganaderos a lo largo y ancho de la vasta región como el de Don Alfredo Noriega, el de Mr. Morgan que dio origen a una propiedad agrícola conocida como “El Pozo de Morgan”, y cuántos más que con sudor y a veces con sangre contribuyeron a hacer productivas esas tierras.

El 8 de febrero de 1887, el presidente Porfirio Díaz, le otorgó al Sr. Ambrosio G. Noriega, un título de posesión de un terreno de 2,500 hectáreas ubicado en el distrito de Hermosillo.

El nombre del campo era y es San Fernando y está situado al norte de la carretera a Bahía Kino, entre las calles 12 y 20.

Inicialmente, en el rancho se regó con el agua captada en la acequia que construyó el señor Noriega, pero después se auxiliaron con un pozo de luz activado por calderas de vapor.




Primeramente el señor Ambrosio G. Noriega construyó un pozo de luz de 12 pies de diámetro. En ese tiempo no había máquinas para hacer pozos y se hacían a mano, a pico y pala. El pozo, que todavía existe, está ademado de piedras y ladrillo para evitar derrumbes. Se perforaron a mano cerca de 120 pies; el espejo de agua estaba como a 100 pies de tal forma que había 20 pies de agua. Se utilizaba una mula para extraer el agua, cuyo uso era exclusivamente para beber.

Después instaló en ese pozo calderas de vapor y dos bombas de 8 pulgadas cada una, que extraían dos grandes chorros de agua. Se utilizaba leña de mezquite como combustible. Tanto las calderas como las bombas fueron compradas en Estados Unidos e instaladas en el rancho por un norteamericano.

En el año de 1893, el Sr. Luis K. Thomson, un inglés de madre irlandesa nacido en Canadá, empleado de la hacienda de San Francisco de la Costa Rica, perforó el primer pozo de tubos en el Valle de Hermosillo, por cuenta de don Pascual Encinas, que estuvo en servicio por cuatro décadas.

En 1897, don Alfredo García Noriega, puso en marcha dos bombas para la extracción del agua con fines agrícolas en la Costa de Hermosillo. Aquellas rudimentarias bombas instaladas en tierras del campo San Fernando fueron motivo para que desde entonces y por muchos años se le conociera como La Máquina, ya que eran movidas por vapor y la imaginación popular tardó muy poco tiempo en relacionarlas con el sonido del ferrocarril que hacía poco tiempo se había inaugurado.




No debió haber sido nada fácil en aquel tiempo la adquisición y traslado de los artefactos que se requerían para instalar el sistema, como las tuberías, las bombas, etcétera.

Tanto la toma de agua como la instalación de las calderas y las bombas, transformaron el sistema de cultivo de la zona, que antes era de arado y mulas.

Años después, don Alfredo G. Noriega murió asesinado por los yaquis en un ataque por sorpresa a su rancho.

A finales del siglo XIX, Don Rafael Izábal era dueño de las haciendas “Europa”, “San Enrique”, “El Pozo” y “San Carlos”, localizadas unos 40 kilómetros al poniente de Hermosillo y dedicadas a la siembra de trigo, maíz, frijol y algodón, y no les faltaba el riego gracias a las corrientes broncas del río de Sonora y al abastecimiento que varios pozos de luz les proporcionaban.

En 1904, llegó a Hermosillo un ingeniero de nombre Lauro Kenffer, quien después de hacer un estudio geológico, geográfico e hidrográfico, le presentó al gobernador Rafael Izábal los resultados de sus investigaciones:

– Señor gobernador –le dijo- este valle está llamado a ser un paraíso rodeando al pueblo y el más seguro granero de la población.
– Y ¿cómo, señor Keenffer?
– Haciendo un “tapón” al oriente de la ciudad.
– Por debajo de la superficie del río hay, señor gobernador, abundantes corrientes de agua que sin provecho, van a dar al mar. Mediante la instalación de un sistema de succión se pueden levantar estas aguas subterráneas y aprisionarlas en un “tapón” de mampostería, suficiente a tener esta agua y las de las avenidas del río.
– ¿Cuánto costaría la obra? –preguntó el gobernador.
– Cálculos aproximados que he hecho, su costo sería de dos millones de dólares.
– Es mucho, ¿de dónde voy a sacarla?
– Nosotros, señor gobernador, y lo podemos conseguir con un banco de los Estados Unidos y ustedes lo pagarían en veinte años. (…)




Mientras tanto, don Fernando A. Galaz, reflexiona lo siguiente:

“El aumento de aguas por medios artificiales es el gran problema, cuya resolución favorable convertiría a Sonora en el gran productor de la República. Entre los hombres que se preocupan por este problema se agitan diversos proyectos, tales como la apertura de pozos artesianos, el sistema de represos de aguas pluviales y un dique en el Río de Sonora frente a esta capital, para hacer subir y recoger en canales el agua que va bajo la arena, para fertilizar los inmensos terrenos propios para la agricultura que hay hacia la costa; pero estos proyectos no pasan de la categoría de tales por falta de capacidad para desarrollarlos. Es un proyecto antiguo, no se ha puesto mano, no obstante considerarse de éxito seguro, por lo costoso de la obra”.

Desde antes de 1910 el ingeniero Tomás Fragoso y don Ramón P. Denegri habían hecho minuciosos estudios sobre el mismo asunto, aunque atacando el problema únicamente en la captación de aguas de las avenidas del río. La Revolución les impidió terminar el estudio y fue en el año de 1912 que en elocuente documento cuajado de razones científicas y de guarismos lo presentaron al H. Congreso local, quien lo aprobó.

Entendemos que por cuestiones políticas que nunca faltan se archivó el asunto; nosotros, aunque ignoramos en esta materia, nos atrevemos a decir que este proyecto fue el antecedente de la presa Abelardo L. Rodríguez.

En 1918 llegó de Italia el señor Luis Clerici, gestionó y obtuvo un predio en San Luis y ahí instaló en un pozo de luz una bomba aspirante e impelente, movida por vapor.

En esta última infernal zona, a principios del año de 1941 logró el señor obispo de Sonora, don Juan Navarrete, formar una colonia con gente en su mayoría del interior, que era conocida por la Colonia de los Sinarquistas.

De estos labradores, el señor Alfonso Tirado y el señor Carlos Labrada, en febrero de 1942, en una operación que muchos tildaron de locura, abrieron un pozo de luz.

Los trabajos materiales de la apertura del pozo los ejecutó un especialista en esas actividades y mayordomo del campo, el señor Conrado Ruiz, dándole una profundidad de sesenta pies, solidificando el trayecto con anillos de concreto hecho el experimento con esta nueva obra de irrigación, alcanzó a regar veintinueve hectáreas de tierra. Pocos meses después el señor Tirado que contaba con escasos fondos monetarios, consiguió del señor general Eduardo García, le rentara una perforadora más vieja que el mismo general, que ya es mucho decir y con el señor Arnoldo Moreno, consiguió una bomba ahogada. Desde luego, de los sesenta pies de ademe que tenía el pozo, comenzó la perforación profunda y en esta ocasión en el trabajo se auxilió con el mayordomo Víctor Ruiz y la casi asistencia diaria del vecino agricultor don Antonio Haro Rivera. Largos meses duraron en los trabajos de instalación y perforación y por fin en un día del año de 1944 se consumó en su totalidad la instalación y equipo de bombeo de doce pulgadas.




Durante 1931 y 1940 algunos “nacionaleros”, rancheros e italianos habían adquirido tierras en la Costa y habían perforado pozos equipándolos con motores a vapor alimentados con leña de mezquite y palofierro que extraían agua, aunque no en gran cantidad pero si suficiente para sembrar una superficie regular.

En 1945 se reunieron seis agricultores, cinco italianos y un mexicano, Alfonso P. García, Carlos Baranzini, Valentín Cecco, Herminio Ciscomani, Carlos Forni y Tomás Ciscomani, Todos ellos eran agricultores que desde la década de 1920 habían abierto campos de cultivo en la región, para lo cual empleaban fundamentalmente agua proveniente de las avenidas del río Sonora, quienes habían formado una sociedad para perforar un pozo profundo, ya que pensaron que si el señor Noriega tenía una bomba con la que sacaba 10 pulgadas de agua, ellos también podrían hacerlo pues se trataba de la misma región. Después de varios intentos por conseguir financiamiento para la operación, el Banco del Pacífico, S.A. les abrió un crédito por 150 mil pesos.

Por suerte, pues se hizo una rifa, le tocó a Herminio Ciscomani que fuera en su campo, cercano a Siete Cerros, en donde se realizaría la apertura del primer pozo. Si se lograba sacar agua él pagaría los costos y se quedaría con el pozo, si no, lo pagarían entre todos.

La operación fue todo un éxito. Se perforó un pozo de 105 metros de profundidad utilizando una bomba de turbina marca Pomona y un motor Fairbanks Morse a base de diesel adquiridos en la casa comercial de Arnoldo F. Moreno, que era propietario de uno de los cuatro negocios que vendían bombas de irrigación en Hermosillo en ese entonces. Se logró extraer diez pulgadas permanentes de agua.

Por haberse abierto ahí el primer pozo profundo de la zona, a ese campo se le llamó El Fundador. A partir de entonces comenzó la apertura masiva de pozos en la Costa de Hermosillo.
Esta extracción significó el inicio de la explotación del agua almacenada en el denominado acuífero superior situado en más de 100 m de profundidad.




Durante veinte años esta explotación se haría sin ningún control al amparo del término “bombeo libre”. Asimismo, los primeros estudios sobre las características básicas y comportamiento del yacimiento se iniciarían dieciséis años después y la determinación de su recarga natural se estimaría veinticuatro años más tarde.

Para ese entonces, Arnoldo F. Moreno ya anunciaba las bombas para pozos profundos y los motores diesel que vendía en su casa comercial, y que eran importados de los Estados Unidos como distribuidor exclusivo de Pomona Pump Division y Fairbanks Morse and Company, de Beloit, Wisconsin.

Desde entonces y hasta la actualidad, Erasmo Valenzuela y Enrique Vargas consideran que el descubrimiento de agua en El Fundador fue lo que originó el desarrollo de la agricultura en la zona. Para otras personas, como Gilberto Escobosa para quien en dicho descubrimiento fue crucial el desarrollo tecnológico alcanzado en esa época, al decir que: “En realidad no fueron los laboriosos italianos quienes primero bombearon agua de sus pozos, sino tal vez a ellos les tocó en suerte instalar equipos más modernos y prácticos y, por consiguiente, sembrar mayores extensiones de tierras”.

Finalmente, el Ing. Enrique Ramos Bours, en un artículo periodístico dice lo siguiente:

Cuatro años más tarde la cantidad de pozos perforados en la Costa de Hermosillo llegaba a 70, con una extensión de cultivos alrededor de 16,000 hectáreas de las cuales 14,000 estaban destinadas al trigo.
Hace aproximadamente veinticinco años,4 cuando se construyó la presa “Abelardo L. Rodríguez” sobre el río de Sonora, a inmediaciones de esta ciudad, los agricultores de la costa se vieron imposibilitados para seguir regando con las aguas broncas del río como lo habían venido haciendo hasta entonces, y fue debido a ello que se les presentó la necesidad de perforar pozos profundos para dar sus riegos a base de bombeo. En esa forma tomó incremento en la Costa de Hermosillo el desarrollo agrícola, y fue así también como la presa, cuya capacidad de almacenamiento está calculada para regar una superficie a lo sumo de 15,000 hectáreas, vino a contribuir más bien de un modo indirecto al progreso de la agricultura regional.”




El 8 de abril de 1948 fue inaugurada la presa Abelardo L. Rodríguez, a partir de entonces las tierras de agricultura aledañas a Siete Cerros ya no tuvieron agua para sus sembradíos ya que la presa impidió que las corrientes subterráneas llegaran hasta aquellos lugares.

En julio de 1989, el Lic. Luis Encinas Johnson, gobernador del Estado de Sonora de 1961 a 1967, hijo de Luis Encinas Robles, nieto de Luis Encinas Contreras y bisnieto de Ignacio María Encinas, el fundador en 1844 del rancho San Francisco de la Costa Rica, en la Presentación del libro Pioneros de la Costa de Hermosillo de don Roberto Thompson, dijo lo siguiente:
“Desde los tiempos de Don Pascual y Don Ignacio María Encinas hasta los años Cuarentas de este siglo, la agricultura de la Costa, que se concentró principalmente en el área de Siete Cerros, dependía de las aguas que llevaba en sus crecientes el río Sonora, y que eran captadas y conducidas a través de canales, bordos, “postizos”, etc. y las tierras eran regadas por el sistema de “bolseo”. Pero cuando el gobernador Abelardo L. Rodríguez, entre otras cosas muy buenas que hizo para Sonora, construyó en las inmediaciones de Hermosillo la presa que lleva su nombre, los agricultores de la Costa se dieron cuenta de que ya no contarían con agua para regar sus propiedades pues la nueva presa la captaría sin beneficiarios a ellos por la gran distancia que separaba sus campos de la nueva obra hidráulica.

Entonces surgió vigorosa la nueva opción: perforar pozos para buscar agua subterránea… La opción resultó afortunada y a partir de ese entonces surgió el desarrollo espectacular de la Costa de Hermosillo, que se convirtió en poco tiempo en gran productora de trigo y algodón. Y surgieron también problemas, porque se abrieron tantos pozos y creció tanto la zona agrícola, que comenzó a presentarse amenazador el abatimiento de muchos de ellos y la intrusión de agua del mar en algunas áreas, lo que obligó a implementar programas para racionar y utilizar adecuadamente el agua y preservar esa gran riqueza.

Ojalá que el programa establecido por Recursos Hidráulicos para reducir año por año la extracción de agua del subsuelo y preservar el acuífero, se lleve hasta sus últimas consecuencias, con firmeza y honestidad por parte de los agentes de gobierno y con comprensión y buena voluntad por parte de los usuarios –llámense agricultores, colonos o ejidatarios- porque es en beneficio de ellos el que el programa tenga éxito. Y esto que decimos para la Costa de Hermosillo, donde existe el mismo peligro de agotar los acuíferos y convertir otra vez en yermos lo que con tanto esfuerzo ha llegado a desarrollarse”.




 

*Ignacio Lagarda Lagarda. Geólogo, maestro en ingeniería y en administración púbica. Historiador y escritor aficionado, ex presidente de la Sociedad Sonorense de Historia.


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