Basura celeste: Una novela para pensar en la novela

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Por Ricardo Solís
Cualquier lector puede tener una idea de qué es lo que busca y qué puede atraerle a la hora de elegir un libro determinado; ahora, eso no significa que ocurran extrañas sorpresas durante la pesquisa o, tras el encuentro, la lectura misma. Así, me enfrenté hace poco a La parte inventada (Literatura Random House, 2014), del narrador argentino Rodrigo Fresán, siguiendo el consejo de Enrique Vila-Matas y con ansias novilleriles renovadas, pero me tomó más de tres semanas recorrer sus 566 páginas de prosa detallista y repleta de referencias.

La novela es, antes que nada, la primera de una trilogía que continúa con La parte soñada (2017) y culminará –en octubre de 2019– con La parte recordada, un proyecto anunciado desde la publicación inicial que, se dice, persigue responder a una pregunta tan añeja como irresoluble: “¿cómo funciona la mente de un escritor?”. De esta forma, el argentino elige una forma personalizada de la “no ficción” para contarnos, desde diferentes momentos y espacios, la manera en que se gesta una novela, alimentada por la incesante reflexión de sus personajes y perspectivas que se alimentan de anécdotas, sensaciones e historias ligadas a la literatura, la cinematografía o el cine.




En este sentido, habría que recordar que, en 2014, Nadal Suau se refirió a esta novela de Fresán como “una defensa galopante e hiperbólica de la literatura como una operación placentera y desacomplejada, pero también densa y articulada”; en ese sentido, mi lectura se decanta por la densidad y la articulación, porque a pesar de la aparente ausencia de solemnidad se percibe un orden prefigurado, un mapa que dibujan los distintos (y obsesivos) lectores que en la novela aparecen.

Planteada desde la oposición a “la parte real” con que lidiamos a diario, en La parte inventada se hace una defensa de la imaginación del lector, evidenciada por un narrador en tercera persona que invade las constantes figuraciones de los personajes y el peso de ciertas películas, canciones y, en especial, libros y autores cuyos episodios de vida funcionan como puntos de inflexión o velada comparación para quien, al final, nos “confiesa” que atestiguamos el génesis de lo que habrá de escribir. La conclusión, pues, es en verdad el comienzo de la escritura que será.




No culpo a quien llegue a entusiasmarse con La parte inventada, se trata de un logro admirable desde muchos puntos de vista; sin embargo, admito que no es una novela para todos los gustos. La indagación de Fresán está lejos de ser carente de interés y su versión del universo múltiple de factores que incitan, mueven o inducen a la escritura se aborda con un detalle que linda con el exceso. ¿Sobresaliente? Sin duda. Pero ignoro hasta dónde pueda seducir a muchos lectores un personaje-escritor que, como se admite en el libro, parte de una idea romántica del oficiante.

Ya habrá tiempo de asomarse a los dos tercios restantes de este proyecto narrativo de Fresán. Por ahora, lo que no deja de intrigarme es por qué una novela que no es farragosa ni demasiado extensa hizo mi lectura tan lenta, cuando usualmente no sucede así, menos cuando se trata de asuntos que, se supone, me atraen. Con todo, estoy seguro que más de uno leerá La parte inventada y no evitará escuchar de nuevo a The Kinks o buscar las novelas y cuentos de Francis Scott Fitgerald. Eso no es poco (menos en la actualidad).




 

Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.


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