martes, mayo 14, 2024
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Ludibria: Voces robadas

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Por Ramón I. Martínez
Ramón I. Martínez. La Chicharra“Maldito aquel que sea ocasión de pecado para algunos de estos pequeños que creen en mí” dictaminó Jesús. Podríamos dejarlo simplemente en que maldito sea el que lastime a la humanidad, pero ante todo: el que lesione a los niños. Es grave el sufrimiento infligido a quien se pudo defender, pero más aún lo es el realizado contra quien se encuentra indefenso.

Testigos (no privilegiados) de los horrores de la guerra, los menores y los débiles son despojados antes que nada de lo que nos distingue como humanos: la voz, expresión de la conciencia, la volición y los afectos. Ya sé que decir esto parece ingenuo, pero la guerra aunque alguna se presuma de “justa” es uno de los cuatro jinetes del apocalipsis. Una total desgracia. Así lo atestiguan en el libro que nos ocupa en esta reseña: Voces robadas. Diarios de guerra de niños y adolescentes desde la Primera Guerra Mundial hasta Irak. (Edición de Zlata Filipović y Melanie Challenger. Barcelona, Ariel, 2007. Traducción de Marc Jiménez ); las voces de niños y adolescentes a los que se les ha robado un tesoro de lo más preciado: la inocencia de creer en la posible bondad del mundo.




Las voces que encontramos en estos escritos clasificados cada uno a su manera como “diario”, como he de esperarse de este llamado “subgénero”, no es la de alguien reconstruyendo su pasado lejano con la sabiduría que da la perspectiva prudente de los años, sino la voz inmediata y presente del dolor: la nota garrapateada a la escasa luz del refugio, el apunte cotidiano y reposado (incluso dibujado con paciencia) a la escasa luz del campamento, la escritura ágil y rápida de quien a sus pocos años ya sabe que difícilmente habrá mañana. No el inventario de circunstancias políticas y sociales, sino la rápida visión de lo cercano, de lo tangible y novísimo. Novísimo también para el lector, a pesar de los años que pudieron haber transcurrido, dado el eterno presente de estos textos donde la poesía brota entre las llamas voraces que nada respetan. Novísimo, pues la guerra nunca ha dejado de estar, sobre todo en la centuria recientemente concluida. Cabe destacar que los catorce diarios de este libro desgarrador abarcan un periodo que va de 1914 a 2004.

Catorce voces, de las cuales nueve son femeninas. Detalle harto curioso, pues en las antologías las voces de mujeres son –el amable lector puede comprobarlo por sí mismo– la ínfima minoría, salvo que se indique lo contrario –es decir, que se está hablando de escritoras, no de escritores. Detalle no tan curioso, si se percata de quién ha elaborado la presente antología de diarios de guerra: dos escritoras afamadas, Zlata Filipović (cuyo diario de adolescencia narra la vida de Sarajevo en guerra) y Melanie Challenger, dos mujeres al parecer ajenas a prácticas discriminatorias por cuestión de género –que las hay y las habrá. La trayectoria de ambas escritoras llega a coincidir en un aspecto muy significativo: las dos han trabajado estrechamente con diversos organismos para la paz y la defensa de la infancia, entre ellos la UNICEF y la Anne Frank House.

Catorce voces que lograron sobrevivir no sólo al naufragio del tiempo, sino ¡de la guerra! Es curiosa las formas en que han sobrevivido estos diarios. Una de ellas llama poderosamente la atención: la de los adolescentes William Wilson (neozelandés) y Hans Stauder (alemán), cuyo diario fue un cuaderno compartido (usado por uno primero y muerto éste por el segundo) durante 1941, en la Segunda Guerra Mundial. “Entre 1941 y 1948 Egipto y Libia fueron escenario de una serie de batallas libradas, sobre todo, entre los ejércitos de Nueva Zelanda, Australia y Gran Bretaña, por un bando, y los de Alemania e Italia por el otro.” (p. 134) Ahí, sobre el ardiente Sahara, el artillero Wilson vivió sus últimos días e ilusiones, y dejó testimonio de ello en su diario , encontrado por Hans Stauder en la arena. No entendía el idioma inglés, así que por lo pronto escribió sus testimonios de guerra respetando las páginas originales. Hans, varios lustros después de la guerra, intentó regresar el diario a Wilson o a sus descendientes. “En 1994 Hans descubrió que su compañero de diario había muerto en combate” (p. 145). Al no encontrar ni al dueño original ni a sus descendientes, decidió (sencillamente y con tristeza) devolver el diario en 1999 al lugar de origen de éste: Nueva Zelanda.

Desde luego, Stauder supo siempre que el diario no era el de un aliado suyo, pero extrañamente la guerra lo hermanó con Wilson: las mismas arenas, la misma colina de Sidi Resghi, el mismo anhelo de paz y tranquilidad. El mismo cuaderno, recogido nueve días después de la muerte del artillero neozelandés.

Se trata, en conclusión, de catorce voces, distintas y semejantes al mismo tiempo. Testimonios irrevocables. Nos dice el prólogo: “En el mundo actual las partes en conflicto no operan de forma aislada. La viabilidad y el éxito de sus proyectos políticos y militares dependen de modo esencial de las redes de cooperación y de las buenas relaciones que las unen al mundo exterior, tanto a sus vecinos como a la comunidad internacional.” (Olara A. Otunnu, vicesecretario general de la ONU, representante especial del secretario general para la cuestión de los niños y los conflictos armados). Formar una “masa crítica” que presione a las partes litigantes a través de la opinión pública. He aquí una finalidad que cumple este libro, al mismo tiempo que hacernos partícipes del horror y la consternación. No debemos permitir que nos callen y roben los más valioso: la niñez.




*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.


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