Ludibria: Conocer las palabras es conocer el pensamiento

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Nada es el hombre sin la palabra, nada distinto de la piedra
– Rosario Castellanos

 

Por Ramón I. Martínez
Ramón I. Martínez. La ChicharraFigura destacada del periodismo cultural en el ámbito hispánico es Álex Grijelmo (Burgos, 1956). Entre sus obras se cuentan El estilo del periodista (Taurus, 1997), Defensa apasionada del idioma español (Taurus, 1998),  La seducción de las palabras (Taurus, 2000), En la punta de la lengua (Aguilar, 2004), El genio del idioma (Taurus, 2005). Trabajó como redactor en el diario La voz de Castilla y luego en la agencia Europa Press; y durante dieciséis años en El País, donde ocupó diversos cargos en la Redacción y fue responsable de su libro de estilo. Después desempeñó la dirección periodística de los nuevos proyectos del grupo Prisa en prensa regional en España, y más tarde fue director general de Contenidos de Prisa Internacional, etapa en la que tuvo a su cargo medios informativos en México, Colombia, Panamá, Costa Rica, Chile, Bolivia, París y Miami. Desde junio de 2004 es el presidente de la agencia Efe.

Un acercamiento serio a los estudios del idioma podría implicar cuando menos una de dos perspectivas, las dos igualmente valiosas: la de la élite especialista, que espera complejidad de los metalenguajes; dos, la del público general, que siente interés por su idioma y quiere conocerlo no por frivolidad, sino con pasión de enamorado. La primera perspectiva es indispensable para seguir con los avances del vital estudio de las lenguas. La segunda es necesaria para la verdadera educación del pueblo, la difusión y vulgarización de los conocimientos del especialista. Desde esta segunda perspectiva podríamos ubicar al prestigiado periodista español Álex Grijelmo: a través de sus amenísimos ensayos ha hecho las delicias de los enamorados del idioma español desde su más tierna infancia –la propia y la del idioma–, y de aquellos que han sido conquistados por las dulzuras de tan gratísima lengua aun no siendo la materna. Sobre estos aspectos conversamos con el prestigiado autor.




¿Cómo nace este amor de Grijelmo por las palabras, por su poder de seducción, en qué momento empieza a ser conciente de éste? ¿Antes de tomar la decisión de convertirse en periodista?

Empieza cuando decido ser periodista, durante mis estudios de secundaria. Desde entonces me he preocupado por todo lo que concierne a las palabras, porque entendía que iban a ser mi herramienta de trabajo. Comencé a ser consciente de su poder de seducción cuando, como profesional del periodismo, debí plantearme la elección de unos vocablos u otros para elaborar un titular, para iniciar una noticia… para atraer y enganchar a los lectores. Y se acentuó esa observación gracias al balcón privilegiado que tiene un periodista: escucha a los políticos, los economistas, los empresarios, los jueces, los informáticos, los sindicalistas… y se va dando cuenta de que ellos también eligen las palabras en su propio beneficio. Examinar después el lenguaje de la seducción en el amor, en la poesía o en la publicidad era ya una consecuencia lógica de todo eso, porque finalmente todas estas manipulaciones del pensamiento parten de técnicas comunes.

La cuestión de la defensa del idioma se nos presenta como asunto de integridad, de coherencia con el mundo que nos rodea, de facilitar la búsqueda de la verdad, ¿conviene usted en ello?

La defensa del idioma propio es sobre todo una afirmación de la herencia cultural que uno ha recibido. Creo que hay que defender nuestra lengua igual que defendemos los museos o las catedrales, o los ríos y los árboles. El idioma es el resultado de sumar millones y millones de inteligencias que han conformado la gramática, la sintaxis y el vocabulario, y el empobrecimiento que está sufriendo ahora el español lleva camino de conseguir lo que hasta ahora no había pasado: que entreguemos a las nuevas generaciones un idioma peor del que hemos recibido. Eso no quiere decir que una lengua no deba evolucionar: debe hacerlo para ser más precisa y hermosa; el problema es que esa supuesta “evolución” que pretenden algunos es sólo un deterioro.

Ud. comenta en su libro La seducción de las palabras  que “Los demagogos para deformar los hechos incluso a costa de negar la evidencia.” ¿Cuál consideraría usted que es el futuro de la demagogia en nuestro ámbito hispánico? ¿Cuál considera que es la aportación de las palabras al avance de la democracia, si tal cosa puede existir?

La demagogia siempre tiene éxito con las carencias educativas de un pueblo, en “La seducción de las palabras” analizo esas “palabras grandes” que tanto usan los políticos populistas y que tanto éxito tienen entre las clases menos favorecidas. La cultura es la riqueza de los pobres, y gracias a ella pueden defenderse de las manipulaciones ajenas. Si no tienen eso, siempre serán dominados y utilizados. La aportación de las palabras al avance de la democracia está en su interior: en su historia, en sus etimologías; en que estudiemos de dónde vienen, qué significan cuando se pronuncian para la argumentación, qué quieren decir cuando se emplean para la persuasión y qué sentido tienen cuando se usan en la manipulación. Conocer las palabras es conocer el pensamiento. La riqueza de la lengua de cada uno es su propia riqueza intelectual; cuantas más palabras tenemos, mejor podemos razonar y mejor podemos defendernos de quienes nos mienten. Porque empezaremos por percibir sus engaños enseguida.

¿Considera que la seducción de las imágenes logre algún día sustituir a la seducción de las palabras? ¿Cómo considera que las nuevas tecnologías ayudan o perjudican al desarrollo de nuestro idioma español? ¿Empeorará esta situación descrita por Fernando Lázaro Carreter: “multitud de chicos, incluso universitarios, no entienden el lenguaje de sus profesores, son generaciones de jóvenes mudos, que emplean un lenguaje gestual, interjectivo y de empujón” porque se han quedado sin palabras, o limitados a la pobreza de su jerga?

La publicidad se basa hoy en día en imágenes, es cierto; pero necesita más que nada a las palabras. Al final, lo que recordamos es un mensaje publicitario, un lema, la frase repetida mil veces, el juego de palabras de una marca comercial. Y eso sólo se logra con el lenguaje. En cuanto a las nuevas tecnologías, la ponencia que presenté en el último Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Valladolid (España) el pasado octubre, sostiene que estamos deslumbrados ante lo que se cree un nuevo lenguaje; y que sin embargo no hay tal. Se trata de fenómenos lingüísticos que ya se han producido otras veces, cuando se inventó el ferrocarril, o la navegación aérea, cuando nos llegó el fútbol, cuando se inventaron los telegramas o la taquigrafía… Y nunca se cambió el idioma con eso. Yo creo que nuestras vidas no van a entrar en Internet, sino que Internet entrará en nuestras vidas. Y que las palabras de la vida real seguirán empleándose en la virtual, sin que se necesiten vocablos específicos para ello. No es casualidad que llamemos “teclado” al del ordenador, tomando la palabra de los pianos y luego de las máquinas de escribir. Los vocablos que ya existen se adaptarán a las nuevas tecnologías, como pasó con “andén”, “estación”, “traviesa”, “carril” o “revisor”… que eran palabras previas al ferrocarril. No habrá un lenguaje de Internet como no hay un lenguaje de hablar por teléfono. Sí hubo un lenguaje de telegrama, pero jamás a nadie se le ocurrió hablar y escribir así en el resto de sus actividades. En que empeore o no la situación tendrán mucha responsabilidad los planes educativos en humanidades, y los periodistas con el lenguaje que transmiten.




¿Qué opinión le merece a usted la llamada “violencia de género”, y su influencia en el habla popular bajo la cual subyace (supuestamente) una ideología machista?

Para empezar, me parece lamentable la expresión “violencia de género”. “Género” es un concepto que en español (a diferencia de lo que ocurre en inglés) define un concepto gramatical, no una diferencia sexual. Una mesa tiene género pero no tiene sexo. Hablar de “violencia de género” es como decir “violencia de participio” o “violencia de sustantivo”. Y la violencia, por cierto, siempre será de género femenino, aunque la perpetren casi siempre los hombres. Como la policía o como la banca son de género femenino aunque en ellas manden también los hombres. Y como un harén se dice “en masculino” aunque lo formen sólo mujeres. Yo preferiría hablar de “violencia machista” o “violencia de los hombres”; o “violencia sexista” si se quiere. Tampoco entiendo por qué, puestos a emplear esa clonación del inglés, se dice “de género” y no “de género masculino”. En fin, sí creo que en muchas expresiones subyace una ideología machista y que hay que acabar con ellas. Igual que con expresiones racistas como “le hizo una judiada”, “esto es una gitanería”, “fue una merienda de negros”, “le engañaron como a un chino”… Me he referido ampliamente a estos dos fenómenos, el sexismo y del racismo lingüísticos, en los libros que he escrito.




*Ramón I. Martínez (Hermosillo, 1971) Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM, profesor a nivel bachillerato en el Distrito Federal. Ha publicado Cuerpo breve (IPN-Fundación RAF, 2009). Cursa el doctorado en Humanidades en la UAM-Iztapalapa.


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