sábado, abril 20, 2024
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Espejo desenterrado: De la lluvia y yo

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Por Karla Valenzuela
Lo digo claro: he aprendido a querer la lluvia. Aún no la amo, ni mucho menos la añoro, sólo -digamos- que la tolero y a veces, sólo a veces, la quiero un poco.

Y es que, finalmente, vivimos aquí en una zona desértica, elementalmente rodeados de cerros, en Hermosillo. Siempre estamos peleándonos entonces con el sol y con la dolorosa certeza de que el calor casi jamás se quita. Luego,la mayoría implora que llueva, pero cuando Tláloc se apiada de este rumbo resulta que cae una tormenta peor que si Chac Mool hiciera de las suyas: todo inundado por todas partes, desastres por doquier, cables, árboles, postes y demás caídos por toda partes.

Y es que así es el desierto: francamente indescifrable.




Y se me ocurre que, por eso, también los hermosillenses lo somos. Queremos lluvia pero no queremos los estragos que deja; queremos sol pero no queremos sufrir calor, y así aplíquelo usted, estimad@ lector (a), al sinfín de cosas que deseamos y luego no. ¿O será acaso que estar inconforme es una característica del ser humano?

La respuesta no la sé de cierta pero lo que sí sé es que la lluvia trae, para quienes no estamos acostumbrados, infinitas contradicciones.

Yo, por ejemplo, he aprendido a querer la lluvia, pero aún no la amo. No sé si la amaré alguna vez. Es mucha la tristeza, muchos los recuerdos y dañinos los estragos que, desde mi punto de vista, dejan estas tempestades.

Aún así, soy democrática: ¡Qué llueva, pues, ya luego refunfuñamos!




*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.


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