jueves, abril 18, 2024
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Imágenes urbanas: Un gato de tres patas

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Por José Luis Barragán Martínez
José Luis Barragán
En una de las colonias de la periferia, donde las bardas de las casas son un verdadero lujo  y el aire corre libremente de aquí para allá y de allá para acá, viven Adrián y Teresa quienes  solo tienen un hijo: Adriancito.

Adrián era un hombre práctico, para él dos más dos eran cuatro y punto, las cuestiones de fe le eran cosas de viejitas o para quienes “están al borde de la muerte y ante el miedo a lo desconocido, muy conveniente les resulta creer en el cielo, un Dios amoroso y esos inventos”, decía.

Así que Adriancito se convirtió en el mundo maravilloso de papá y mamá, al menor indicio de enfermedad lo llevaban con el doctor.

Un día, quien sabe de donde, una gata llegó a casa y aunque al principio los padres se opusieron porque “los animales traen muchas enfermedades”, terminaron por aceptarla ya que el niño se divertía mucho con ella.

Al tiempo el animal salió panzas y dio a luz. Serían las dos de la mañana, para su desgracia, un perro callejero llegó al traspatio donde el alumbramiento y devoró a tres gatitos aún antes de que tocaran tierra, la maulladera despertó a Adrián quien corrió y le alcanzó a quitar el último del hocico, aunque el mastín le alcanzó a comer una de las patitas traseras.

Al paso de los días la madre gata se fue como llegó y el niño se acostumbró a jugar con el pequeño misifuz de tres patas, andaban los dos de un lado para otro dando de brincos.

Ocurrió que hace poco y en previsión del tiempo de calor que se acerca, Adrián se dispuso a dar servicio al cooler de ventana de 4,500 pies que tienen empotrado en una de las paredes del traspatio.

Subió al techo para aflojar los alambres que ayudan a sostener el aparato por la parte de arriba, miró abajo a su hijo de un año que gateando se metió por abajo del cooler, en eso, al aflojar el primer alambre ¡Tarralaz! El aparato cayó por el peso del agua del depósito que había quedado del verano pasado, el golpe en el suelo fue terrible mientras que el padre desesperado gritaba “¡El niño, Dios mío, el niño!” Y de un salto bajó del techo, sudando y llorando, con el alma de un hilo.

Grande fue su sorpresa al ver al pequeño como a diez metros de allí, jugando con el gatito de tres patas.

 “¡Dios mío, milagro, gracias Dios mío, gracias Dios mío!”, Teresa llegó corriendo y preguntando qué pasaba, Adrián solo acertaba a decir “¡Milagro, milagro, acababa de ver al niño debajo del cooler y cuando bajé, pensando que lo había aplastado, estaba lejos jugando con el gato, el gatito lo salvó, el gatito lo salvó, milagro!”

Desde entonces Adrián ha cambiado, la experiencia vivida lo convirtió en hombre de fe y desde ya piensa asistir a misa todos los domingos con su familia, además planea bardear la casa para que cuando el gatito, que en realidad es gatita, dé a luz, su descendencia no corra ningún riesgo ante el perro de las tinieblas.

 

 

*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador


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