jueves, diciembre 4, 2025
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Y todo por un pedazo de carne…

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Por Karla Valenzuela
Juan y Pedro, con toda la osadía que caracteriza a dos jóvenes no mayores de 18 años,  entraron ayer al supermercado dispuestos a robarse el mundo. Al menos esa era su actitud, pero al final, sólo se llevaron un medio kilo de carne, de esa que no es la mejor pero saca del apuro. Ya con el paquetito de carne escondido, los dos pretendían salir como si nada de la tienda, cuando cuatro guardias de seguridad, evidentemente más fuertes que ellos, por lo menos más grandes y con más experiencia, los detuvieron -y con lujo de esos instantes de esa maravillosa sensación que siente la gente que nunca ha sido nadie, pero que esta vez tiene un poco de poder- sometieron a los dos adolescentes, uno con un brazo en el cuello de Juan, otro con Pedro ya caído en el suelo.

Ambos, Juan y Pedro, permanecían paralizados, un tanto de miedo, un tanto por los guardias -que ni siquiera eran policías- mientras los hombres, que para entonces ya eran seis, no tuvieron el menor empacho en gritarles a los jovencitos delante de todos los clientes que estaban en cajas; más aún, tras los golpes, los dos pacíficos roba-carne, ya lucían el rostro rojo. No opusieron resistencia.

Corriendo, a paso veloz -por lo menos al paso veloz que le permite su gordura- llegó un empacador comedido y, sin deberla ni temerla, puso el pie en el rostro de Pedro, todavía en el suelo.

Es cierto, el hurto fue de los dos muchachitos que no se veían tan de mal vestir ni desnutridos, pero el desenfreno y la violencia fue de los guardias, y creo que ésta era innecesaria.

Sobra decir que ambos muchachos ya tendrán ahora -si es que no tenían- historia delictiva, y sólo por robarse un pedazo de carne, que quién sabe cómo estaría. Sobra también que, tal vez, le causaron tristeza a sus familias, que tal vez tengan hasta que faltar al escuela por estar en trámites acusatorios.

No es disculpa, es un delito y si se cometió debe tener consecuencias, pero a veces la rudeza está fuera de lugar, y el criterio de los guardias -que bien o mal hacían su trabajo- para discernir cómo comportarse debe ser otro, es más, debe haberlo. ¿Acaso no hubiera sido mejor hablar con ellos y explicarles las fatales consecuencias de lo que hicieron y, ya después, basados en su reacción, decidir si se llama a la policía o no? ¿acaso no hubiera sido más viable para todos que, aunque se llame a la policía, no se les amagara a los muchachos de tal forma?

Yo, lo reitero, no estoy a favor de los delincuentes, pero sí creo que hay que implementar formas más inteligentes de acabar con ellos, y es desde esta edad, desde jovencitos, cuando se debe hacer, formándolos, procurando que su adrenalina se gaste en algo positivo y no en algo negativo.

Juan y Pedro, a los que no conozco y sólo imaginé sus nombres, son reales, estaban ayer en el súper y ahora “pagan las que deben” detenidos ya. Seguramente, después de esto, si no eran delincuentes de a de veras, lo serán. Espero que no.

Y ahí es cuando las leyes de la moralidad, de lo que está bien y no, de lo que la justicia señala, se deben aplicar. Sé que esto es controversial y que tiene infinitas aristas pero hoy me siento mal por esos chamacos -un tanto tontos- que, golpeados por la brutalidad de unos guardias, quizás hoy ya empiecen a recibir los golpes de la vida. ¿usted qué opina?

 

 

*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.


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