lunes, octubre 21, 2024
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La Perinola: Seamos prudentes

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Por: Álex Ramírez-Arballo
La prudencia es la madre de todas las virtudes: consiste en saber interpretar la vida, que es, como lo supieron ver los escolásticos, un gran libro, un gran texto. La prudencia nos obliga a calcular, a usar la razón para establecer, por ejemplo, las intenciones que subyacen a un acto, a un gesto: estamos interpretando cuando nos enfrentamos al signo (o la señal) e inferimos lo que ese símbolo parcialmente oculta y parcialmente muestra. Donde todo es oscuro o todo es claro no es necesaria la interpretación, sería del todo absurdo: ¿necesita interpretarse un texto en chino -suponiendo que no sepas chino- o un semáforo?

El asunto hoy tan de moda de las noticias falsas sólo prueba una cosa: hay mucha gente imprudente, es decir imbécil, en este mundo. Leer algo y asumirlo como verdadero sin tomarse la molestia mínima de indagar en las fuentes o contextos, es acusar los síntomas de una profunda incapacidad intelectual y moral. Las implicaciones de esto son terribles, pues nunca ha de faltar un pequeño grupo de vivillos dispuestos a manipular con fines políticos y/o económicos a la gran masa de crédulos. Recuerda esto: es tan idiota el que cree la versión oficial como el que cree la teoría de conspiración: la verdadera interpretación nunca es absoluta sino análoga, es decir, compleja, dinámica y siempre cambiante. Interpretar es un deporte que precisa esfuerzo y justificación racional, por eso hay tan pocas personas dispuestas a practicarlo.

He dedicado toda mi vida profesional a estudiar las filosofías de la interpretación, sus variantes y posibilidades. No hay nada que me estimule más que este tema porque creo que envuelve todos los temas, porque creo que nos prepara para ser verdaderamente humanos; lo leemos casi todo, no lo olvides: nuestros pensamientos, las conductas de nuestros amigos, los diarios, las películas, nuestros sueños más profundos y terribles y nuestras más dulces y solitarias fantasías. Somos sujetos errantes en busca de comprensión. Algo más: cuando creemos haberlo comprendido todo, nos cambian los textos y contextos y así, como en el mito de Sísifo, tenemos que empezarlo todo de nuevo.

Una vez tuve un alumno muy jovencito, un soldado que atendía mis clases con absoluto respeto y responsabilidad. En una ocasión, después de haber estado hablando largo y tendido sobre estas cosas, me abordó para pedirme por favor que le explicara todo de nuevo, pero de una manera más clara porque aparentemente no le entraba en la sesera todo aquello de lo que había estado hablando durante la clase. Me puse a pensar y se me ocurrió algo:

-Mira, cuando era niño, viajaba en la carretera a lo largo del desierto. Como aquello era muy aburrido, me entretenía viendo los cerros lejanos. Les buscaba una apariencia: una manzana, un sombrero, el perfil de un hombre dormido. Conforme el automóvil avanzaba, aquella forma iba transformándose, volviéndose algo ya irreconocible. ¿Había cambiado el cerro? –le pregunté.

-No, claro que no –me respondió.

-¿Entonces, por qué cambiaba de forma? -insistí

– No cambiaba de forma, cambiabas tú al moverte –afirmó haciendo gala de sentido común.

-Exacto –afirmé con un guiño.

La lectura que hacemos de la vida se justifica no en el texto en sí mismo sino en el contexto, o mejor dicho, en el diálogo entre lector y signo, que nunca es unívoco sino plural y abierto, con la condición de que sea siempre justificado. Las ocurrencias no cuentan en este juego. Aquel muchacho se rio, me agradeció y salió por la puerta; ignoro si por fin le entró en la cabeza lo que trataba de explicarle.

Interpretar no es una ciencia sino un arte, lo que implica, y aquí cito a Santo Tomás, razón e intelecto, es decir, pensamiento formal e intuición. Sé que me voy a morir defendiendo estas ideas, que voy a recorrer todo el camino de mi vida evangelizando hermenéuticamente al que se deje; lo que sucede es que sé bien que lejos de ser una disciplina meramente académica, esta capacidad humana es esencial para la construcción de relaciones interpersonales más justas, solidarias, incluyentes y democráticas.

Si los profes no cruzamos las murallas del campus y nos mezclamos con el mundo, las calles serán dominadas por una legión de falsos profetas. ¡Dios guarde la hora!

 

 

Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster.


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