Die Woestyn: Caminando solo entre el color azul

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Por Alí Zamora
El estribillo comienza ma’o meno’ así:

Blue is the colour (azul es el color)
           Football is the game (futbol es el juego)
We’re all together (estamos todos juntos)
And winning is our aim (ganar es nuestra meta)

Hay videos que demuestran otro tipo de cánticos y emociones, como el famoso grabado en el subterráneo en París después de un juego contra PSG en la Champions League, donde le impiden abordar el tren a un hombre de piel oscura:

We’re racist, we’re racist (somos racistas, somos racistas)
And that’s the way! (y esa es la maneraaaAaAah)

No hay nada que Gerry, ni siquiera en compañía de sus Pacemakers, pueda hacer.

Así es el Chelsea Football Club.

Era una tarde calurosa de California, que en comparación a las tardes calurosas de Hermosillo, Sonora, hay una diferencia en la sensación térmica de unos 15 a 20 grados centígrados (pa’bajo), cuando apuradamente llegué a casa de trabajar para con el mismo ímpetu dejar las ropas laborales e intercambiarlas por las de fanático, abordar el transporte citadino y encaminarme, junto con mi esposa, al Rose Bowl en la ciudad de Pasadena.

Nos encontrábamos a un par de horas de que el Liverpool F.C. se enfrentara a Chelsea F.C. dentro de la reconocidísima International Champions Cup; o como dijo una de las personas sentadas detrás nuestro: “a ticky tacky tournament” (un torneo balazo).

La realidad es que todo comenzó hace meses, en marzo, cuando me enteré que equipos europeos de futbol asociación vendrían a tener su pretemporada en los Estados Unidos. Tristemente, para mí y el resto de la costa oeste, tanto Bayern Munich como Real Madrid y el A.C. Milan, decidieron permanecer en la costa este de los Estados Unidos o en el centro-este cuando mucho, nimoño.

Quedaba un partido en calendario y a distancia cercana, ya que el juego entre el actual campeón-cenicienta de la liga inglesa, Leicester City (pronunciado Lesssssster), contra el perpetuo campeón francés, PSG, fue primero cancelado y después pospuesto.

En fin.

estadio2

El partido en sí fue una experiencia distinta a las esperadas. Confieso que he atendido eventos de deportes profesionales de baloncesto, beisbol (tanto en México como en los Estados Unidos) y futbol profesional (y semiprofesional, de igual manera tanto en México como en los Estados Unidos). Pero ésta sería la primera ocasión en la cual observaría, en persona y no a través del cable televisivo, un partido disputado entre dos equipos europeos.

Dos equipos con trayectoria que rebasa la centena de años, y ambos ganadores de trofeos nacionales e internacionales.

Por supuesto que internamente el conflicto era mayor. ¿De verdad asistiría a un partido de nivel óptimo y apoyaría a un equipo que no fuese F.C. Bayern München?

La respuesta llegó al procurar mi esposa una jersey de Chelsea F.C. anunciando se postraría del lado de los azules, supe entonces que debía tomar una posición determinante en el asunto.

Ayudó el hecho de que los colores de Liverpool sean similares a los de Bayern (the reds = die roten = los rojos). *anteriormente me había referido erróneamente al club inglés Manchester United como “the reds” siendo ellos en realidad “the red devils

También ayudó el hecho de que, como usualmente sucede conmigo, comencé a divagar en gustaciones filosóficas respecto a lo que es un equipo de futbol y cómo es que tal equipo embona con la sociedad que reside alrededor del mismo y cómo aquellos que “aceptan” a tal equipo como el suyo reflejan lo que demuestra ser “fan” —individualmente y en lo colectivo, por supuesto.

Una vez recuerdo haber leído algo que alguien escribió respecto a los sueños que un tal Shankley trató de edificar en un lugar llamado Anfield –y como nota aparte hay que decir que qué bárbaro de pieza escrita fue eso que leí– por lo que recordé entonces la controvertida y dolorosa historia del Liverpool Football Club.

Años de sequía respecto a trofeos, tanto nacionales como internacionales; catástrofes humanas ocurriendo en no uno, sino dos de sus juegos (a nivel local y continental); la permanencia de un estadio que se encuentra rodeado de los hogares suburbanos que han acogido y aceptado al inmueble, equipo y fanáticos, cual miembros de sus propias familias; en fin, todo a su alrededor como si Gabriel García Márquez hubiese ocupado sus años finales de manera productiva y decidido hablar del deporte más bello del mundo y no de prostitutas preadolescentes que buscaba desflorar ya entrado en años.

Es una historia que suena bonita en papel, pues. He aquí que dicha historia y simbolismo se enfrentaban a sus opuestos, y no nada más respecto al espectro de color que el ser humano puede apreciar.

Los azules, los de Fulham (en Londres), los billonarios: Chelsea F.C.

Es un equipo que podría ser considerado como el Cruz Azul de Inglaterra (con la obvia diferencia de que Chelsea sí es capaz de ganar trofeos, con o sin Mourinho al timón); es decir:

La clase trabajadora, quienes han vivido en el área industrial de Londres y han mantenido a sus familias por generaciones, muchos creciendo con la idea de que Stamford Bridge (el estadio de Chelsea) era más que un estadio: un terreno sagrado donde la comunión de trabajadores y su pasión por el “footie” (termino coloquial británico para referirse al futbol = football) se une de manera incomparable con todo el universo conocido. Que para la mayoría de los fanáticos en Stamford Bridge está compuesto de Fulham, todo Fulham y nada más que Fulham.

Por supuesto que si uno mira más allá se da cuenta de que esas generaciones de aficionados son usualmente anglosajones anglicanos miembros de la Iglesia de Inglaterra que no han mezclado su propia sangre con sangre que contenga la proteína melanina desde que sus ancestros han existido, personas que miran con ira cualquier tez bronceada pensando “ahí viene un extranjero a quitar un posible trabajo a un inglés verdadero”.

Curiosamente, este mismo equipo no había obtenido su apogeo hasta fechas recientes (una década, dos cuando mucho) cuando un nuevo dueño llegó al club.

Por supuesto que el fútbol es amante de la ironía, con aquello de que ganan los que juegan chiquito y los que juegan a lo grande pierden, por lo que hay que hacer hincapié en que dicho dueño es Roman Abramovich: ruso, el duodécimo ruso más rico, y, obviamente, no británico.

(Como mención aparte, y en honor a la honestidad, debe decirse que Liverpool F.C., en tiempos cuando estaba en pleno furor y dureza la crisis de la tortilla y no alcanzaba la lana, perdón, la libra; the reds se vieron altamente beneficiados por una inversión de capital por parte de Fenway Sports Group, que si le suena familiar y es usted fanático del béisbol lo reconoce porque son los dueños de Los Medias Rojas de Boston. Así que no se puede nomás pintar esta historia como los que tienen contra los que no tienen, ya que ambos tienen y de sombra. Perdón: sobra).

estadio

Como mencioné anteriormente, el partido en sí constituía un ejercicio de pretemporada. Por lo que se debe recordar tal al volver la mirada al recuento de los 90 minutos: victoria 1-0 a favor de Chelsea, con un gol al minuto 10 de tiempo corrido por cuenta de Gary “Nuncaterretires” Cahill, y una exhibición de cómo correr por las bandas y no mandar centros por parte de los jugadores de Liverpool.

Los himnos tribales fueron cantados antes del silbatazo inicial, atizando pasiones rojas y azules, para después ser dadas un soporífero de unos 45 o 55 minutos. El juego comenzó con grandes despliegues por parte de los jugadores atacantes de Liverpool (Coutinho, Firmino, Alberto Moreno) que lamentablemente nunca pudieron encontrar el fondo de las redes, contrastado esto con una defensa del Liverpool que pensaba, al parecer, venían a cazar mariposas; ya que fueron sorprendidos en el primer tiro de esquina por parte de Cesc Fabregas que fue recibido al alzarse, completamente desmarcado, por el número 24 del Chelsea y depositar la esférica número 5 en el fondo de las redes con un cabezazo.

De ahí en adelante, el Liverpool despertó y embate tras embate fueron desperdiciados durante el primer tiempo, excepción cuando Roberto Firmino encontró el fondo de las redes para ser invalidada la jugada por el asistente número 1 por supuesto fuera de lugar.

Hubo un medio tiempo y 15 minutos después de iniciada la segunda mitad el juego fue oficialmente dado por terminado por el técnico alemán del Liverpool, Jürgen Norbert “The Normal One” Klopp, al cambiar de golpe a 6 de sus jugadores (tomando en cuenta que ya había reemplazado a uno de sus defensas centrales debido a un choque de cabezas al final del primer tiempo, se reemplazaron a 7 de los 11 iniciales).

De ahí a completarse los 90 minutos tanto Liverpool como Chelsea se veían contentos con hacer rodar el balón de un lado a otro sin presión deportiva alguna, salvo un momento de locura sufrido por Cesc Fabregas, quien ganó la tarjeta roja directa al hundir sus tachones en la pierna de un contrario (Ista quidem vis est!).

Lo que quizás era una premonición de hundirle el diente a los tacos que estaban por venir a nuestro destino, ya que, ganado el partido por Chelsea, debía cumplir yo mi parte del pacto y mocharme con los tacos que habían sido puestos en la línea ganase el Chelsea (aunque en realidad hubiese ganado el Liverpool, pos ahí también los tacos).

A final de cuentasm fue una experiencia que queda ahí, para los anales y los álbumes, ya que no importa las circunstancias observamos lo que sigue siendo el deporte más bello del mundo.

Cosa que nos recordó un hooligan ebrio saliendo del inmueble y vernos caminando de la mano a la par, mi esposa y yo. Ella con su camisa azul real del Chelsea y yo con la jersey número 10 del Liverpool, la de Coutinho: “Oi! What ye got right there, is beautiful mates

 

 

 

El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.


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