Celuloide: The Secret Formula o Coca Cola en la sangre

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Por Jesús Ricardo Félix
Jesús Ricardo FélixVivimos una era de nostalgias, los músicos añoran los tiempos de los clásicos o acaso el rock de los años sesentas o setentas. Las series ubican su temporalidad en la década de los ochentas aprovechando la gran banda sonora que de ahí se puede extraer. Los pintores te explican que ya los Velázquez y los Rembrandt y los Vincent simplemente no van a regresar, los literatos que Shakespeare, Cervantes o Dostoievski ahora aparecen resumidos en forma de Harry Potter o Crónicas de Narnia. Los cinéfilos por su parte añoran el regreso de los filmes de Federico Fellini, Ingmar Bergman, Luis Buñuel por citar algunos de los clásicos. El martes pasado platicando con un amigo al que le apasiona el cine me hablo de un misterioso cineasta de Cananea llamado Rubén Gámez. Este subestimado realizador sonorense también fue camarógrafo, escritor y productor, estudió fotografía en los Estados Unidos y regresó a México donde comenzó a trabajar en algunos documentales.

Es por ello que este fin de semana en el Celuloide hablaremos de La fórmula secreta o The Secret Formula o Coca Cola en la sangre. Este mediometraje se estrenó por el año de 1965 y cuenta con el poema de un tal Juan Rulfo leído por la voz de un tal Jaime Sabines. El cine mexicano de los años sesentas nos remonta a los Cantinflas a los Macario donde fotógrafos como Gabriel Figueroa “robaban cámara” literalmente hablando. También por ahí don Luis Buñuel con el binomio Alatriste/Pinal filmaría algunas de las mejores películas que se han hecho en México: Viridiana, El ángel exterminador y Simón del desierto. Pero el México que nos retrata Rubén Gámez es muy diferente al México que se percibía en el cine de la época.

Las imágenes de La fórmula secreta son hipnóticas nos recuerdan al Perro andaluz o acaso La Edad de oro del mencionado Buñuel pero a la vez se imprime el sello campirano que apenas un Rulfo o en este caso un Gámez es capaz de brindar. Por decirlo de otro modo le agrega al surrealismo unas cucharadas de provincia mexicana para llenar la pantalla con vacas, campesinos, desiertos solitarios. La película nos habla de un ser enfermo (no sabemos si es el mismo país quien convalece) pero al paciente en vez de transferirle sangre le suministran la chispa de la vida: coca cola. ¿Estarían los Rulfo y los Gámez y los Sabines futureando acerca de nuestro presente? ¿Adelantaban nuestra relación de codependencia con el vecino del norte? ¿Es por eso que en medio del filme a veces la voz narradora parece hablar en inglés? La película es rica en imágenes nos muestra destellos de religiosidad prehispánica y católica, el enfermo convalece en búsqueda de su identidad, un personaje asfixia a los demás con lo que parece una tripa de chorizo o acaso un hot dog. Aparece un militar disparando a los patitos en la feria, los campesinos no tienen en que caerse muertos, los sacerdotes caen del cielo como buitres mientras los niños los muerden y aplauden y ríen su caída, su muerte. Por ahí leí que el sueño de Orson Welles era realizar poesía visual, me parece que esa es la mejor forma de describir en La fórmula de Rubén Gámez: poesía hecha cine. Definitivamente recomendable para aquellos que les gusta el cine experimental o para aquellos que se envuelven en la bandera de la nostalgia del cine clásico. La banda sonora de Stravinsky o Vivaldi acompaña las Imágenes oníricas que pretenden hacernos cuestionar la identidad de ese mexicano orgulloso de sus raíces con la coca cola en la mesa.

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