Urantia: Proximidades

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Nunca intenté levantar las palabras que no puedo sostener.
Emily Dickinson (1830-1886)

Miguel Manríquez Durán

APROXIMACION PRIMERA: Como bien se sabe: vivimos dentro del acto del discurso ya que ordenamos el mundo visible e invisible bajo el régimen del lenguaje: todo lo real y verdadero radica en la palabra. En “la Locura que viene de las Ninfas”, Roberto Calasso cuenta que, ante la cristiandad, los dioses se escondieron en dos lugares: en las patologías mentales y en la palabra escrita. Así, el que escribe recupera en la palabra toda la sabiduría y orden del mundo pagano. Esto lo comento porque seguramente Elizabeth Cejudo Ramos (Mujer, periodismo y opinión pública en Sonora, 2013) invocó presencias al ejercer el acto de escritura. Y a estas proximidades femeninas invocadas quiero referirme.

Mi primera aproximación a dos mujeres: Clío y Calíope. Esta última, Calíope (la de bella voz) figura en las teogonías como hija de Zeus y Nemósine (la memoria), y también es madre de Orfeo. Es la Musa más poderosa entre todas por su poder de elocuencia y la poesía, es decir, la palabra que floreció en Grecia como la primera de las artes ya manifiesta en la oratoria. Calíope acompaña a reyes y hombres de estado por su poder de elocuencia y sabiduría. Este sentido le daban los estoicos ya que «representa la elocuencia de la hermosa voz, del bello lenguaje que sirve a los hombres de Estado para gobernar, para dirigirse al pueblo y guiarle por medio de la persuasión.». La imagen que ha llegado a nosotros siempre se le representa como una joven de aire majestuoso, la frente ceñida con una corona de oro, porque Hesíodo la pinta viviendo entre reyes, y con guirnaldas por ser la principal de las musas. En una pintura de Herculano lleva túnica verde, manto blanco, corona de hiedra y un volumen, atributo que no se ve en sus demás imágenes. Ordinariamente está sentada en actitud de meditación, con la cabeza apoyada en una de sus manos, con el estilo y las tablillas, como disponiéndose a escribir o a leer lo que acaba de escribir. Así lo indica el verso de Ausonio: Carmina Calliope libris heroica mandat (Calíope, heroica cargas libros de poesía)

Por otra parte, Clío (la que alaba y canta) es la musa de la Historia y de la poesía heroica. Se le representa como una muchacha con corona de laureles, llevando una trompeta en la mano derecha y un libro de Tucídides en la izquierda. A veces sus estatuas llevan una guitarra en una mano y un plectro en la otra, pues también se le consideraba la inventora de la guitarra. En otras representaciones mucho más clásicas se representa a Clío llevando en su mano izquierda un rollo de papiro; a sus pies, una caja para guardar rollos. A estos atributos se une a veces el globo terráqueo sobre el que posa y el Tiempo aparece junto a él, para mostrar que la Historia abarca todos los lugares y todas las épocas.

Esta visión que oscila entre Gilbert Durand y LeGoff articula, sin duda alguna, la intersección entre Historia y Literatura, mejor dicho, entre Memoria y Palabra, para decirnos de aquellas estructuras mentales que son configuraciones particulares de temporalidades específicas: el discurso femenino. Clío y Calíope nos muestran una verdad ancestral: las mujeres expresan en el lenguaje la experiencia de mundo a través de narrativas, oralidades, escrituras, imágenes y tonalidades.

APROXIMACION SEGUNDA: Sabemos bien que la noción de progreso como imaginario del naciente Estado mexicano, encarnado en Vasconcelos, sería el generador y aglutinante de la unidad nacional. Aquí el sincretismo entre nacionalismo y vanguardias serán la marca de una estética y una ética que se concretará en la mística callista: la narrativa como elemento crítico e integrador.

No es casual que el texto de Elizabeth Cejudo anuncia ya, desde su epígrafe, su punto de llegada: son palabras de Catalina Acosta de Bernal. Ya más adelante tocará también el nombre de Enriqueta de Parodi señalando que son las escritoras las que quizá representan con meridiana claridad el imaginario cardenista. Esta es mi segunda aproximación: Catalina Acosta de Bernal y Enriqueta de Parodi (ambas me son muy cercanas). Aunque no corresponde al período agregaría a la inolvidable Armida de la Vara. Estas mujeres aparecen ya como centrales en la cultura sonorense en mi tesis sobre novela sonorense 1930-1980 (presentada hace como 30 años lo cual seguro me convierte en fuente secundaria, supongo yo). Ellas forman parte de una generación de escritoras sonorenses que, en la primera mitad del siglo XX, mostraron la consistencia y tono característico de los autores regionales. Junto con otras escritoras (Alicia Muñoz, Aída Lerma, Ofelia Parodi, entre otras) tienen como rasgo característico su compromiso entrañable con la tierra que les vio nacer y su afán de rescatar tanto el lenguaje como las costumbres sonorenses a partir de su trabajo en la educación. En otras palabras, comparten su convicción de que tanto su labor educativa y su literatura no se encuentran desligadas, ni mucho menos pueden imaginarse sin esas dos tareas ya que generacionalmente, asumen que el autor literario es un maestro y cronista de su entorno, su tiempo y su gente.

Quizá por ello, en el trato personal con cualquiera de ellas se tenía la impresión de que, irremediablemente, el interlocutor terminaba por aprender algo: su real compromiso social y estético como escritora. En los pocos encuentros que sostuve con Armida de la Vara llamó mi atención su excelente memoria, su buen humor, su amor por Sonora, su mirada brillante, su notable imaginación y, sobre todo, su parsimonia y disposición para los demás ya que, provista de una modestia y discreción admirable, enseñaba a quien quería escucharla en esa voz suave, transparente e inolvidable.
El Estado se presenta también como síntesis de la parcial democratización genérica de las mujeres en distintos campos: en la educación como reproductora de valores y educandas, en la salud como cuerpos maternos y sujeto reproductor, en el trabajo, los servicios y las profesiones, en el Estado como sujetos jurídicos, en la política como sujetos políticos que buscan la transformación de la sociedad, la vida privada y la sexualidad, la vida pública, la vida jurídica y judicial del Estado. En otras palabras: una cultura política que se ejerce a través de las mujeres en los medios que ejecutan su trabajo haciendo “personal el orden político” y definiéndose a sí mismas como mujeres que incorporan “como política la dimensión personal de la vida”.

APROXIMACION TERCERA: Tal como concluyó la investigación de Elizabeth Cejudo sobre “Discurso y esfera pública. Mujer y prensa en Hermosillo, Sonora. (1934-1938)”, vale la pena recordar a Foucault cuando afirma que la “verdad” de un discurso depende de quién controle ese discurso. Por lo que es razonable suponer que la dominación masculina de los discursos en el periodismo ha buscado encerrar a las mujeres en esa “verdad” masculina. En otras palabras, tanto las convenciones y los valores han sido conformados por hombres y las mujeres que han luchado para expresar sus propias preocupaciones en un modo de hacer comunicación que, de alguna manera, deja tras de sí el potencial para desarrollar una femenina discursividad propia que socave valores logocéntricos masculinos.

Veo en los perfiles que aparecen en el libro un discurso que, en algunos casos, sin ser conscientemente feminista, es coqueto, juguetón y se niega a afirmar conclusiones o a establecer verdades, dejando así un perturbador estilo cuya característica fundamental es que constituye un sistema irracional abierto que desbarata la tiranía del significado unitario y el discurso logocéntrico. Así se establece subversivamente una perspectiva diferente al socavar la precisión de juicio y la estabilidad como el centro de atención narrativo y ve en las digresiones marginales de los puntos de vista de las entrevistadas un sino linguístico en donde los juicios se anticipan y las conclusiones no se alcanzan. Es decir, que la aparente “dispersión discursiva” en el discurso de las mujeres socava sutilmente todos los valores y estereotipos “masculinos”.

En “Profesiones para Mujeres”, Virginia Woolf consideraba que su propia carrera estaba obstaculizada de dos maneras: primero por la presencia del Angel de la Casa (alusión a las labores domésticas) que le dice: “Querida, eres una mujer joven. Estás escribiendo sobre un libro escrito por un hombre. Sé comprensiva; sé tierna; adula; engaña; usa todas las artes y astucias de nuestro sexo. Jamás permitas que nadie sospeche que tienes pensamiento propio. Por encima de todo, sé pura”. Woolf señala la necesidad imperiosa de toda mujer por matar a ese ángel: Mi excusa, si debiera enfrentarme a un tribunal, sería que actué en defensa propia. De no haberla matado, ella me habría matado a mí. Habría arrancado el corazón de mi escritura. Porque, como descubrí apenas apoyé la pluma sobre el papel, es imposible reseñar siquiera una novela sin tener pensamiento propio, sin expresar lo que a nuestro entender es la verdad sobre las relaciones humanas, la moral, el sexo. El segundo obstáculo es no tener pensamiento propio. Sin embargo, ella alcanzó a proponer la biografía personal unida inseparable e indistinguiblemente al tiempo histórico.

De manera similar en “tres guineas” (1938), Virginia Woolf publica un texto fundamental y extraordinario que le da una actualidad y base interpretativa para la relación mujer y prensa escrita a partir de la noción de diferencia: “¿De qué se trata este libro? Me atrevo a sintetizarlo así: se trata de la primera obra que ha sido capaz de desmenuzar el logos masculino, la simbólica viril que construye la relación entre autoritarismo, cultura de privilegios/poder masculino (patriarcado) y la generación de la guerra y la única hasta hoy que lo ha hecho de manera tan global. Una obra que, anclándose en las condiciones de las mujeres de su época, la trasciende al ir demostrando paso a paso que, siendo la independencia material una base imprescindible y necesaria -objetivo para el cual dona dos de las tres guineas-, sin independencia simbólica la incorporación de las mujeres al mundo público (educación, trabajo y militancia) no evitará que, en unos años, se vuelva a formular la misma pregunta: “¿En su opinión, como podemos evitar la guerra?” (“Virginia Woolf y su vigente análisis sobre la guerra”. Ximena Bedregal en La Jornada). Termina diciendo: Toma entonces una guinea y úsala para mantener los grandes principios de justicia, igualdad y libertad que también son asunto de mujeres.




* Mural “Nuestras raíces”, de Raúl Ruíz y Marlen Loss, edificio de posgrado de El Colegio de Sonora.

Miguel Manríquez Durán. Poeta.


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