Basura celeste: No hay plenitud sin secretos






Por Ricardo Solís
La narradora escocesa Stef Penney no pudo haber imaginado el grado de exposición que le granjearía su primera novela, La ternura de los lobos (Ediciones Salamandra, 2009), misma que alcanzó en España tres ediciones y el favor de buena parte de la crítica especializada (en México no hizo ruido); con todo, esta inicial guionista y directora de series y programas para la televisión británica ha conseguido combinar con su primera publicación el éxito de ventas con la obtención de galardones literarios de prestigio.
La historia, ambientada en el Canadá del siglo XIX es, en esencia, una suerte de thriller que va diluyéndose sin perder tensión, es decir, aunque en un principio el móvil que desata las acciones es un asesinato –de un antiguo peletero-rastreador de origen francés– la obra se convierte pronto en un conjunto de distintas voces que confluyen en una trama harto más compleja en la que se pueden apreciar algunos rasgos del proceso de colonización del noroeste canadiense por parte de inmigrantes de origen europeo y el papel que jugaron las culturas originarias en él.
Por otra parte, este “juguete” narrativo no deja de hacer espejo con la naturaleza, cada evocación sensitiva se liga a la fauna, la flora o el clima imperante en una tierra desconocida e inhóspita que, entonces, comenzaba a explorarse gracias –en buena medida– a las compañías que dominaban la principal actividad económica y motor de desarrollo en aquella época, lo que agrega un componente más a una novela que, conforme se avanza en sus más de 400 páginas, va mostrando una amplitud muy atrayente.
A la manera de algunos personajes que intervienen en la trama (rastreadores y guías, nativos o no), en La ternura de los lobos siempre parece haber un “rastro” que seguir, las pistas son enunciadas a través de los diálogos o la descripción de los hechos, los gestos, las actitudes; pero, como toda buena historia, se “siembra” el recorrido del lector con señuelos falsos, objetos o situaciones cuya importancia varía o desaparece, lo que hace que esta sobresaliente pieza narrativa tome su tiempo para dejar ver sus atributos (que son constantes, hay que decirlo).
Ahora bien, existe una voz que prima sobre las otras, la de una mujer –la señora Ross– de inusual curiosidad y, además, un pasado que la convierte en participante y testigo. Huérfana y, por un tiempo, recluida en un manicomio, esta protagonista (cuya educación es, asimismo, algo infrecuente para la época) llega al pequeño pueblo en la ribera de Dove River como esposa de un granjero y madre adoptiva de quien será el primer sospechoso del asesinato en cuestión.
De esta forma, guiados por una perspectiva femenina –que no es única– la historia del crimen se complica cuando es la propia señora Ross quien va en busca de su hijo ayudada por otro sospechoso y, además, intervendrán luego en esta línea argumental un pusilánime investigador de la compañía peletera donde laboraba el trampero muerto, las familias del poblado, un periodista en la pesquisa de una tablilla de hueso que, tal vez, encierra en su misterioso código la probabilidad de que los nativos tuvieran algún tipo de escritura, un ambicioso asesino que protege un valioso cargamento de pieles y, también, el relato de una desaparición ocurrida quince años atrás y cuyas consecuencias se dejarán sentir en el presente de la novela.
En La ternura de los lobos, Stef Penney equilibra siempre las cosas. Con una capitulación breve (detalle que favorece la lectura), las voces narrativas se multiplican y los elementos de cada historia se van develando e interconectando con el resto gracias a cómo, uno a uno, los “secretos” de cada personaje van siendo puestos a descubierto. Se trata de una muy bien ejecutada táctica de dosificación en la que no se desperdicia el entorno que, con mucha eficacia, permite a cada cual que “cuenta”, expresar las calidades de sus emociones a partir del paisaje invernal y, en clara relación con el título, con la presencia –material, discursiva, sensorial e imaginaria– de los lobos.
Asimismo, al par de las situaciones que “se resuelven” (como el asesinato, la desaparición de dos niñas hace tiempo o las motivaciones del hijo de la señora Ross para “desaparecer”) están aquellas que ni se explican ni encuentran alguna forma de solución (la pieza de hueso con inscripciones desaparece, no llega a saberse en qué terminará la saga de la protagonista una vez encuentre de nuevo a su marido e hijo y, además, se llega a saber el destino de una de las niñas “desaparecidas” años atrás, no de las dos), pero hay un punto en el que cada personaje topa con su destino y se dilucida (en todo o en parte) su dilema personal.
Por ello, podrá haber quien acuse a esta novela de ser –por momentos– demasiado visual o tendiente a ofrecer respuesta a sus contratiempos pero, después de todo, ni siquiera la protagonista consigue, digamos, solucionar del todo muchas cuestiones (encuentra el amor pero no se sabe si optará por seguir su camino, no encuentra respuestas en su pasado –aunque sí el lector– y la relación con su hijo se fractura de modo insalvable); sí, posee valentía y decisión pero, como buen personaje, el fin de la novela sólo torna más difícil su estado personal.
La ternura de los lobos es, más allá de las categorizaciones posibles, una novela que conjunta aciertos poco habituales; si bien es de lectura ágil, su lenguaje –en la notable traducción de Ana María de la Fuente– no pierde nivel y es posible ver el interés incrementarse con cada nuevo giro que nos sorprende y agrega tensión e intriga a una historia que envuelve no sólo individuos sino un conjunto que revela, en un microcosmos marcado por la sobrevivencia, una de las paradojas menos ilustres del ser humano, el no poder llegar a una “realización” que aspire a la plenitud sin secretos. Con este libro bastaría para confirmar que Stef Penney es una escritora de enorme talento.
Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.





