jueves, abril 18, 2024
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La Perinola: La maldición de la momia

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Por Álex Ramírez-Arballo
Termina un año más, lo que nos vuelve algo proclives a los exámenes de conciencia. Es lo que tiene el fin del calendario, que nos recuerda de manera contundente nuestra condición de seres deleznables, es decir, pasajeros y frágiles, concebidos para una dulce muerte definitiva que algún día llegará. Hoy no quiero echar mano de los lugares comunes a los que somos tan afectos por estas fechas, sino que quiero pensar en el fin de un tiempo que trasciende la simplicidad administrativa del año civil; quiero pensar en el fin de una época y en el nacimiento de otra, en la desaparición de las generaciones y el advenimiento de los días que vienen.

Creo que estamos atestiguando en México y en el mundo entero el funesto canto de un cisne criminal que por fortuna se hunde en la oscuridad de sus actos. Me refiero a la irrupción de gobiernos rancios que no tienen más remedio que caminar de espaldas hacia adelante porque están al filo del abismo y son incapaces de esa generosidad comunitaria que se supondría en los auténticos líderes del planeta. Por ejemplo: hacen la vista gorda al problema más serio que tenemos sobre nuestras cabezas: el riesgo de un holocausto ecológico. Al mismo tiempo ignoran un horizonte de posibilidades que deberían explorarse con urgencia para abrir caminos de vida y desarrollo: robotización, innovación tecnológica, cultura digital, educación efectiva y reducción de la pobreza, entre tantos otros derroteros por andar. Temen un futuro que no se han atrevido a avizorar y reculan para guarecerse cobardemente en los calabozos de la nostalgia; cometieron un error fatal: han confundido su propia existencia con el mundo. Son incapaces de echar la mano a los más jóvenes, a los que incluso aún no han nacido. Su estupidez es insensibilidad, incapacidad para ver más allá de sus narices. Terminarán por morir, porque todo muere, pero arrastrarán consigo hacia la tumba un tiempo valioso, arrebatado con impunidad y alevosía a quienes apenas comienzan a vivir.




Personalmente creo en el progreso, pero sé bien que no ha de materializarse sin el concurso de todos, sin el esfuerzo de todos por derrotar las inercias de un tiempo que ya se fue, aunque se resista a perecer. Así como los años mueren, las épocas mueren y es preciso sepultarlas muy bien, apisonando con fuerza para que los fantasmas no vuelvan jamás de su sepulcro a aterrorizarnos con sus aullidos lastimeros.

Que termine el año y nos aproxime -quiera Dios- al advenimiento de una nueva época, más solidaria entre generaciones, más abierta hacia ese futuro que podemos crear desde la generosidad y el deseo de recomponer el camino, de reparar lo dañado, de sembrar cantando y sin egoísmo para que otros sean los que cosechen. Debemos desprendernos de ese individualismo presentista, radical y absurdo que nos impide crecer como especie; debemos aceptar nuestra bendita transitoriedad para que, como dijera alguna vez el poeta Sabines, “la vida -no tú ni yo- la vida, sea para siempre”.

Hay que aprender a morir con elegancia, siempre lo he sabido, quizás porque nací en la costa del desierto y lo aprendí contemplando la agonía de mil soles.




 

Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com


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