jueves, abril 18, 2024
ColaboraciónColumnaCulturaImágenes urbanasLiteratura

Imágenes urbanas: La trágica cruda de René

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Por José Luis Barragán Martínez
José Luis Barragán
Mediados de diciembre, 6 de la mañana, hacía frío, mucho frío. En la parte más alta del paso a desnivel del Sahuaro, René, de 47 años, temblaba, mirando hacia abajo donde los carros se perdían a toda velocidad. Agarrado del pasamano, como que se animaba y no a lanzarse al vacío, la presencia de la muerte se apreciaba en el temblor de su cuerpo, en su rostro, en el brillo de sus ojos. En su cerebro sus pensamientos se atropellaban: “¡No, no es verdad, no pasó nada! ¡Ayúdame Dios mío! ¡Ayúdame Dios mío! ¡Tengo que hacerlo, tengo que acabar con la duda, tengo que acabar con este infierno, ayúdame Dios mío!”.




Un estilo de vida

Desde su época de preparatoriano, René trazó un plan para el futuro: Nada como entrar a la escuela de Derecho en la Universidad de Sonora, cultivar relaciones con los demás futuros abogados (las piedras rodando se encuentran) y entrar al partidazo.

Así lo hizo y lo hizo bien, convirtiendo en rutina su quehacer sexenal: Interpretar las señales, irse a la cargada, ubicarse en buen puesto de gobierno y volver a interpretar las señales, todo esto sobre el manto sagrado de las relaciones públicas, apuntaladas con la academia impartiendo algunas horas sueltas tanto en Derecho como en Administración Pública ya que no había que desestimar a las nuevas generaciones, además de la currícula como catedrático de la Unison.




Su familia feliz: los niños en escuelas privadas, carros último modelo, viajes frecuentes a malls de Pohenix y Tucson y por supuesto en diciembre a esquiar en Aspen, Colorado.

Pero llegó julio del 2009 y el partidazo tronó, la oposición llegó al poder y el “guardadito” se fue terminando poco a poco.

No sabía lo que era estar en la banca. Las relaciones valieron cheto iniciando la terrible experiencia de ver salir los pesos de la bolsa sin ninguna esperanza de que volvieran, los reclamos de su mujer empezaron a subir de tono.

– ¡Busca trabajo en lo que sea, ay te la pasas con tus amigotes de borracho y recordando cuando viaticaban todo el año!

La desesperación, la impotencia crecieron y se empezó a abandonar, cada vez más sucio, sin rasurarse ni cambiarse de ropa, cada vez más alcohol, cada vez más discusiones con la familia.




Rasguños de la vida

En julio del 2015 el partidazo de sus amores volvió al poder, la esperanza de René de volver a los tiempos buenos se fue al hoyo dado que los seis años en la banca habían desmantelado, acabado con su manto sagrado de las relaciones públicas y hasta la fecha sigue perteneciendo a la RENATA (Reserva Nacional de Tal-entos) al igual que muchos de sus amigos cuya vida laboral habían dedicado al servicio público.

Ayer por la mañana la señora estuvo incontenible, gritando, desahogando en su marido la desesperación de no tener qué comer, menos para regalos de navidad y de pilón el changarrero (vendieron todo y se fueron a vivir a una colonia popular de la periferia) que había puesto su nombre en la lista pública de los malapaga, la escena tuvo lugar en el patio, René calló mientras oprimía contra su pecho a la más pequeña de sus hijas quien ya no tuvo fiesta de quince años en la Casona, los vecinos espiaban a discreción y hasta el ruletero que pasaba por allí se detuvo más de la cuenta para observar el cuadro.

Más tarde, sentado en una banca de la Plaza Zaragoza frente a Palacio de Gobierno (le gustaba estar cerca del poder no importando que fuera desempleado) reflexionaba sobre su amarga situación, traía un rasguño en la cara.




Al medio día se dirigió al bar La Bohemia, nunca como entonces sintió tanto gusto de ver a un antiguo jefe de la época dorada quien le invitó una caguama.

– ¿Y ese rasguño René?
– Mejor dame razón del tuyo.

Guardaron silencio y ambos soltaron la carcajada, más cuando a su alrededor miraron otros arañados.

El día transcurrió y René, ya perfeccionado en el arte de “columpiar”, lo ejercitó sin medida, sin ningún recato, descaradamente.

Entrada la noche, cuando cerraron la cantina, buscó donde seguirla y sin saber ni cómo, con la cabeza llena de nubes, llegó a un bar de nombre oriental en donde alguien muy comedidamente le ofreció un bote, y otro y otro, al final, con la conciencia en brumas, escuchó la invitación sugestiva que lo enardeció: “Es muy noche René, yo vivo aquí cerca, acuérdate de los malandros, vente a mi casa a dormir”.




¿Dónde estoy?

Despertó en la madrugada, en aquel cuarto desconocido con una cruda espantosa y las paredes llenas de posters en paños menores de Ricky Martín, gritó a voz de cuello: -¡Dónde estoy!-. Quedó helado cuando desde una covacha a manera de cocina, una voz tiploza le contestó: -¡Te estoy preparando unos huevos con jamón y un jugo de naranja ri-quí-si-mos!

Una gran decisión

Apresuradamente se vistió y salió a la calle temblando, cerca de allí el Jardín Juárez, sudando y sin pensarlo dos veces corrió hacia el distribuidor vial del Sahuaro.

Por eso estaba allí, mirando los carros pasar allá abajo, pensando una y otra vez, con aprensión: “¡No es verdad, no pasó nada, ayúdame Dios mío, no pasó nada, ayúdame Dios mío!”

Cuando miró que allá abajo un dompe cargado de grava cruzaría a toda velocidad, tomó la decisión de su vida y saltó al tiempo que gritaba:

¡De vivir con la duda mortal, mejor que se acabe el mundo!




*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador


– PUBLICIDAD –


 

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *