La Perinola: Las voces del monte

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Desde que el hombre es hombre ha vivido de la tierra. Nacimos siendo una especie con manos que aferran y dominan, y frente a nosotros se encontraba la naturaleza bruta, como dormida en sus ciclos de muerte y resurrección. Pero un mal día, como dice el catecismo marxista, a alguno se le ocurrió decir con voz de trueno: “Desde ahora todo esto es mío…”

 

Por: Álex Ramírez-Arballo
Álex Ramírez-Arballo, La ChicharraEl otro día estaba pensando en mi vida –sé que uno puede ocuparse en cosas más importantes, pero así pasó- y me di cuenta que soy eminentemente un ser rural. Me gusta a muerte la simplicidad de la vida directa, a ras de suelo, entre las cosas de la naturaleza, entre la poca gente que se dispersa en casas, rancherías y poblaciones pequeñitas. No me malinterpretes, no soy un activista neopagano ni un defensor de los “derechos” de los árboles. No hablo de ese tipo de sofisticaciones ideológicas, no, sino de un mero ser y estar en un territorio donde lo humano es una llama sutil y la naturaleza sigue siendo la matriz de todos los sueños.

En esa zona difusa entre la conciencia y la naturaleza se gestan los milagros.

Bonnemaison, el geógrafo francés que yo tanto nombro y que me enseñó el valor de las huellas de hombre en la arena, habla del territorio como un mapa vivo en el que lo humano se condensa en voces, prácticas, artefactos y gestos culturales; por razones propias de mi oficio, lo que a mí me interesan son las historias. Nada más. Esencialista como soy, creo que en ellas se concentran las verdades humanas, que por ser verdades son siempre paradojales e inestables, inasibles para la razón aunque del todo comprensibles para el espíritu.

Entre el aullido y el silogismo hay una amplia gama de matices que van del delirio al apotegma: estas variaciones son las que me interesan. Dejo a los naturalistas el primero y a los filósofos lo segundo. Es otra mi verdadera historia, la historia de la poesía, que es mi madre y que busca colocarse entre la precisión y el espejismo; esta zona de opuestos que pactan en un prodigioso instante es mi única razón de ser. No quiero hacer otra cosa el resto de mis días que perseguir mariposas.

¿Qué es lo que dicen las voces del monte?

¿Qué es lo que dicen las voces del monte? Bueno, son voces que por ser próximas a la tierra se encuentran todavía empapadas de mitologías y leyendas; esto es precisamente lo que más me atrapa, el valor social y aun existencial de la mentira que desprovista de su mala prensa se convierte en ficción viva, en palabra que interviene en el seno de la comunidad para darle un raison d’être al grupo. Esto es muy importante y es algo que para muchos es incomprensible porque son unos necios y porque no ven más allá de sus narices. Los académicos no pueden con sus instrumentales teóricos acercarse siquiera al valor de verdad que poseen las historias en su estado natural, valor que ha de vivirse en la convivencia desprejuiciada con la gente del mundo rural; no pueden porque su papel social es el del observador que toma nota de todo lo que ve desde su sitio de privilegio, del que se encarga de quemar uno a uno todos los puentes que lo unen al mundo. Utilizan estrategias de científicos naturales para acercarse al contemplación del milagro, y esto es como llevar un babuino a la Capilla Sixtina y luego exigirle que comprenda algo. Ridículo.

En el mundo rural sobrevive con estupenda salud el arte de la mentira. Todavía hay esperanzas cuando la gente se congrega para diseminar una pura invención, una historia imposible que nadie cuestiona por la sencilla razón de que es una locura criticar lo evidente: eso se sabe. Los sabios entienden muy bien que los fantasmas y los monstruos legendarios vienen a comunicarnos algo que de otro modo sería imposible saber: por boca de los poetas hablan los dioses. Lo divino no cabe en el mundo terrenal sino encriptado en las máscaras y los juegos de artificio de un teatro de vida y muerte, de partidas y retornos, de luces y sombras que se alternan en sucesión infinita.

En la cultura rural no cabe el demonio de la ideología. La persona abraza su fisiología y desde ella construye su mundo, que es particular y comunitario; sabe que la vida es cuestión de tiempo, que las noches suceden al día, que los inviernos llevan por corazón una semilla de esperanza. En la cultura rural la persona se sabe encarnada y existente, lo que es un verdadero prodigio y una imposibilidad en las grandes ciudades, donde la gente es pieza de recambio en una sociedad movilizada por los lineamientos del lucro. Nadie vive tan plenamente como aquel que se sabe vivo para la comunidad a la que pertenece.

A mí me gusta mucho sentarme a escuchar las voces que vienen en el viento y que dicen puras sabias tonterías y que me hablan de una poesía que vive al aire libre. Esto es increíble, date cuenta: estamos hablando de una mitología en acción, de una reinvención infinita de lo humano. Si queremos saber quiénes somos, de dónde vinimos y hacia dónde vamos debemos poner menos atención a lo que producimos y mucha más a lo que soñamos.

Quien no escucha las voces de la tierra es una pobre alma que anda a tientas por el mundo, y tarde o temprano habrá de caer en un pozo sin fondo.

En la cultura rural las historias no son artificios del lenguaje sino parte natural del universo cotidiano. Se cuenta para sobrevivir, para educar, para entretener y para saber que somos parte de una tribu que no muere nunca: la humanidad.

Cuando me he alejado de esas voces que vienen del monte me he vuelto una falsificación de mí mismo, una profunda y dolorosa negación de mi propio destino.

 

Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com

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