Reseña: Adiós a los padres (2015) de Héctor Aguilar Camín
Por: Álex Ramírez-Arballo
Una reseña es apenas un atisbo crítico, una reacción verbal que concentra en unas cuantas palabras una percepción de conjunto frente a un texto que de algún modo nos interpela; si el texto que hemos leído nos produce bostezos difícilmente será motivo de reseña alguna: pasará a engrosar los patrimonios del olvido. Reseñar un libro, pues, es buscar transmitir un estado de ánimo apenas vivido, invitar a los demás para que experimenten lo que nosotros hemos sentido y que el gozo sea entonces una cuestión de todos.
¿Qué emoción ha hecho nacer estas cuantas palabras?, pues bien, tras la lectura de Adiós a los padres de Héctor Aguilar Camín (1946 Chetumal) me he quedado con la sensación de haber contemplado una portentosa expresión de lo cotidiano, lo hermoso y lo terrible; creo estar frente a un intento de recuperación autobiográfica de una historia familiar marcada por la división, la mala fortuna y la falta de carácter. Ciertamente el texto no es arborescente sino que se focaliza en el linaje Aguilar Camín, en la sucesión familiar que deviene a lo largo de los años hasta la concepción del propio hablante, el autor mexicano que escribe todas estas cosas, el hombre real según la definición de Lejeune: “Prosa retrospectiva escrita por una persona real”. Diría incluso que esta novela es esencialmente un pretexto para buscar al padre, Héctor Aguilar Marrufo, empequeñecido hasta la insignificancia por sus malas decisiones que son el fruto de un carácter gris, pusilánime; la estrategia consiste en escribir la crónica de la dinastía marcada por la autoridad masculina y el desastre. Como contraparte, la madre, Emma, quien saca adelante la familia cuando el padre se larga, abatido y ciego por sus propias incompetencias.
Lejos de la gloria o la aventura, el padre de Aguilar Camín, al menos como es representado por el autor de La guerra de Galio, es la natural consecuencia de las omisiones y las cobardías: hacia el final de la obra se muestra reducido a un estado de disolución física y mental, viviendo en un cuartucho mugriento, olvidado de todos y cercado por sus propios delirios; el narrador nos explica de un modo tajante la derrota: “Quien renuncia al poder que tiene acaba devorado por el poder que no ejerció”. Esto es lo terrible, la tragedia de un hombre que ha labrado afanosamente su propio anonimato, el hombre que no pudo liberarse de su propio padre, el hombre que renunció a asumir los riesgos de la libertad. En su capitulación no hay dignidad porque nunca hubo lucha. El padre es tan referencial e inasible que el narrador, tras reencontrarlo décadas después, decide llamarlo Godot.
Por otra parte, la figura de la madre, Emma Camín, es humanísima, entrañable incluso: mujer que canta siempre, que no deja de luchar la vida, ese “extraño sube y baja” en el que se requiere, como diría Camus, más valor para quedarse que para irse por voluntad propia. Si el padre huye cobardemente, la madre permanece -asociada con su hermana, la porfiada y paternal Luisa Camín- para hacer causa común de lo cotidiano y lo hermoso del vivir siguiendo acorde a un rumbo, el que uno ha elegido.
El padre y la madre son los dos lados de una misma moneda: la renuncia y la voluntad. En medio el autor, la voz enmascarada de Aguilar Camín que se embarca en esta muy rulfiana aventura de salir corriendo tras el hombre del que confiesa al recordarlo como parte de su infancia: “Héctor no puede protegerme”. De la madre, en cambio, rematará casi al terminar esta larga crónica: “Si las parejas son también un torneo, o lo acaban siendo, en la deriva darwinista de la vida, Emma ha ganado de calle su torneo no elegido, el torneo que la eligió a ella, hija del obstinado Camín, para enfrentarla a Héctor, hijo del enorme don Lupe. Al paso de los años, Emma ha construido un mundo, Héctor ha desaparecido del suyo”.
Por último, me gustaría acotar algo sobre el punto de vista que Aguilar Camín ha elegido, que dista mucho del panegírico y de la diatriba, que más bien oscila entre ambos buscando una distancia crítica que permita mostrar en la medida de lo posible una recuperación factual de lo vivido. No cede jamás a la conmiseración, la idealización o el ajuste de cuentas carnicero, se atreve incluso a la práctica de una honestidad radicalísima, que orea trapos sucios en la plaza pública, que abre las puertas y ventanas de lo privado para que nosotros los lectores husmeemos a placer; yo disto mucho de ser voyerista, por eso me costó trabajo continuar la lectura durante algunos trabos del libro en los que la miseria humana era mostrada a plena luz, sin maquillajes retóricos. Hube de continuar y tal vez por eso, al finalizar el libro me he quedado con esa emoción de signos contrarios que hace coincidir luces y sombras, lágrimas y carcajadas y que a falta de otro nombre tendré que llamar simplemente melancolía. Recordemos: la vida es un lento, largo desprendimiento.
Prosa elaborada e imaginativa, estructura rica y compleja, testimonio humano que nos concierne a todos y que a todos nos aprieta el corazón con la fuerza amarga que tienen las despedidas, esto es Adiós a los padres.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com