Espejo desenterrado: ¿Trabajas o estudias?

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Por Karla Valenzuela
Según el INEGI, estudios del 2012 señalan que –en el mundo- 168 millones de niños de 5 a 17 años se encontraban en situación de trabajo infantil, cifra que representó 11% del total de la población para este grupo de edad.

En México, en 2013, 2.5 millones de niños, niñas y adolescentes ya trabajaban; los más, en una actividad agropecuaria, o en comercios y servicios.

Como si fuera poco, cinco de cada 10 niños no recibe ningún ingreso y el 29.3 por ciento laboran 35 horas o más a la semana. En consecuencia, de los niños que trabajan, la tasa de inasistencia escolar aumenta a 36 de cada 100.

Aunque la infancia plena es fundamental para una vida adulta sana física, mental y emocionalmente, este tipo de prácticas persisten en nuestra sociedad, en muchos de los casos, por la precaria situación en la que permanecen familias enteras que no podrían subsistir sin el trabajo de todos los que la conforman y, tristemente, también se da – en mayores proporciones de las que quisiéramos- por la explotación infantil.

El próximo 12 de junio es el Día Mundial contra el Trabajo Infantil y ya sabemos que éste es un problema arraigado, pero también sabemos todos que unidos podemos siempre impulsar políticas públicas para erradicarlo.

El apoyo a las familias jornaleras, la insistencia en que los hijos de éstas no dejen la escuela, dándoles el debido respaldo económico a los estudiantes de escasos recursos, sin duda ayuda mucho a que los pequeños de la casa no lleven desde temprana hora esa carga en sus espaldas.

El trabajo infantil es algo que verdaderamente debe preocuparnos, y más, porque ya lo vemos de manera natural, en las calles, en los centros comerciales, en cualquier parte y cada vez más, sin pensar en que –de ninguna manera- es natural y que si así es ahora la situación de un niño, es muy probable que, en su madurez, no logre desarrollar todas las aptitudes que hubiera podido tener y, más aún, en la adultez, será un señor cansado que ve rotundamente el trabajo como una obligación y es poco probable que algún día le guste lo que hace.

Todos tenemos etapas y todos reaccionamos distinto a lo que nos sucede, pero el trabajo infantil –como muchas otras formas de explotación- nos afecta más temprano que tarde, a nosotros y a nuestra descendencia.

Hay que proponer, entonces, estrategias para que los niños se dediquen cada vez más a las aulas y a los juegos propios de su edad que a cualquier actividad económica, que para eso ya tendrán su tiempo.

Impulsemos, pues, apoyo desde nuestras trincheras para ellos.

 

 

*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.


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