Imágenes urbanas: Pedro el político

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Por José Luis Barragán Martínez
José Luis Barragán
Abajo las nubes, arriba el infinito azul y a un costado el señor Sol que regiamente enviaba su luz, el escenario perfecto para pensamientos de grandeza, una bella azafata interrumpió su imaginación diciéndole que pronto servirían la comida ofreciéndole algún aperitivo, cerveza o vermut, inclinándose por este último nada más por lo elegante que le resultó la palabra.

El avión seguía cruzando la distancia, le resultaba increíble que fueran a una velocidad mayor que el sonido y a once kilómetros de altura, pronto la misma hermosa joven puso sobre la mesita empotrada en el asiento de enfrente un platillo a base de pierna de puerco y ensalada.




No pudo evitar la comparación de aquella experiencia con sus eternos viajes en ruletero, cruzando Hermosillo de un extremo a otro para ir a su trabajo desde Pueblitos al norte hasta el destazadero de puercos en el sureste Zona Industrial; el ayer con botas de plástico embarrado hasta las rodillas de sangre y sebo y el hoy de traje y corbata; ayer hediondo a rastro y hoy a loción “Michael Jordan”.

No había duda que a veces la presión de la mujer es necesaria, recordó la discusión inolvidable con su esposa donde ésta le reclamó que si se hubiera casado con un “tirabichis” le hubiera ido mejor, “¡de perdida métete a la política, allí ganan mucho dinero!”.

Por eso dos años atrás se había inscrito en el Partido Democracia en el Desierto, P.D.D., un partido de reciente creación y en verdad le había ido muy bien haciendo plantones frente a los palacios del Estado y Municipal o llamando a la radio protestando por todo lo que hacía el gobierno. Ya traía su carro ONAPAFA y hasta había llevado a su esposa y a sus niños a Galerías donde se atarragaron de hamburguesas y entraron al cine.




Su mujer feliz, más cuando apareció en la prensa sección de sociales con motivo de una cena de beneficencia. Lo máximo, un día Pueblitos amaneció sorprendido cuando “Pedro el Político”, como se le empezó a llamar, anunció vía telefónica en un noticiero de radio matutino que viajaría hasta la capital del país ¡¡¡En avión!!! Para asuntos relacionados con el Comité Nacional del P.D.D.

La verdad es que era un viaje relámpago de un día para otro, solo para entregar documentos, así que la posibilidad de una “canita al aire”… estaba en el aire.

Aquella noche en la Ciudad de México y después de su visita a las oficinas del P.D.D., entre queriendo y no, luchando con su conciencia, salió a caminar de su hotel cerca de la Torre Latinoamericana rumbo a la Plaza Garibaldi, pronto se topó con el cabaret “King Kong” donde le cobraban 300 pesos por entrar, una joven de buen ver lo animó: “Ándele, pásele, le prometo la diversión de su vida”.




Media hora más tarde decidió conocer la Plaza Garibaldi, así que pidió la cuenta y por poco se cae de espaldas cuando miró: ¡Dos mil pesos!, “por las copas y la compañía de la muchacha”, le dijo el mesero, luego en la puerta le cobraron otros mil pesos “por salir, si no llamamos a una patrulla para arreglarnos en la Delegación”.

Como quien dice salió cajeado en su primera experiencia política da carácter nacional, pero no quería echar a perder el momento, así que se abrochó el cinturón cuando el avión tomó posición para aterrizar de regreso en la gran Ciudad del Sol, al mirar por la ventanilla su corazón saltó de gusto al mirar allá abajo a su querida colonia al norte de Hermosillo.

En eso todo el pasaje guardó silencio y un ambiente frío, sepulcral, lo inundó todo al escucharse por las bocinas la voz del capitán:

“¡Señores pasajeros; prepárense para un aterrizaje de emergencia porque las llantas del avión no responden, el riesgo de explotar al tocar tierra es mínimo porque ya tiramos el combustible, por favor tomen posición de cubito dorsal, suerte para todos!”.




*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador


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