miércoles, abril 24, 2024
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Die Woestyn: La evolución (y muerte) de Anthony James Sly

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Por Alí Zamora
Tendría yo 14 o 15 años a lo mucho, cuando escuché los 8 golpes de batería (4 de tarola y 4 en los tambores) introductorios a la canción Why doesn’t anybody like me?, interpretada por la banda No Use For A Name (NUFAN o No Use).

No recuerdo de manera exacta como fue que la canción llego al estéreo de mi habitación. Sé que corrían los finales de la década de los 90’s, así que si la memoria no me falla, una quemadora de discos compactos debió estar involucrada, y quizás también uno de esos servicios donde podías compartir música (fotografías, documentos Word y camisetas tambor) con tus amigos, libre de costo. Cosa que no le agradaba mucho a Lars Ulrich, baterista de Metallica, digo, el hombre tiene arte moderna que comprar para su mansión ¡carajo!

Lo que sí sé es que No Use For A Name fue una banda de punk americano, nativa de San Jose, California. Creadora de esas canciones de punk que no eran ni anarco-punk ni bubblegum-punk, pero punk al fin, que hacían a las personas del norte de California sentir que vivían en el sur de California, y a las personas del sur de California sentir que todo el estado es una fotocopia de los escenarios suburbanos mostrados en los dos primeros videojuegos que portaban el nombre Tony Hawk: repleto de skate parks, tablas de patinar Hook Ups por Jeremy Klein y aretes en las orejas calibre 0 o 00, aunque no necesariamente sea así la realidad (ejemplos claros: Fresno, California; Bakersfield, California. No se diga más).

 

En noviembre de 1970 sucedió que nació el hombre que sería conocido a futuro simplemente como Tony Sly; oriundo de algún lugar de la Unión Americana y proveniente del seno de alguna familia: los Sly, hipotéticamente.

En teoría, y con base en las investigaciones del material publicado por The Arizona Rancher’s Journal y la enciclopedia de Orbis Tertius (versiones inclusivas y no inclusivas), los Sly son aparentes descendientes de Argus Kyriakos Slydiastatopulos, general acaecido en el Mar Egeo. Historia por demás trágica la de Slydiastatopulos, quien falleció en un intentó de recitar prosa en verso en la popa de su barca durante una tormenta (Oh ira, oh diosa).

En algún momento de su vida, Anthony James, Tony, llegó a San Jose; no puedo afirmar la fecha con certeza quirúrgica, pero me supongo que fue en algún momento de los 80’s, ya que para 1989 el entonces joven Sly se unió a la banda NUFAN y permaneció en ella por el resto de su existencia.

Cuentan los anales de la historia que la banda fue formada por ahí de 1987: ya transpirado el mundial de futbol en México el año anterior, los 4 miembros adolescentes originales, al darse cuenta que había expirado un año desde que Argentina se coronara campeona, se propusieron matar los tres años restantes para Italia 90 de una manera productiva.

Al no encontrar nada productivo, se desviaron al punk y a las patinetas.

Los inicios sónicos de NUFAN como banda tenían tintes de hardcore y anarco-punk, mismos que continuaron a través de los 90’s con ayuda del apogeo que tuvieron las vertientes de música punk en los Estados Unidos de 1994 en adelante; gracias, en primera instancia, al programa 120 minutes en MTV americano, y en segunda, al vacío emocional que creció en los jóvenes después del mundial en los Estados Unidos ese mismo año. Tanta rabia, ira y angustia tenían que encontrar un desemboque, artístico o físico.

De tal manera que en 1995 No Use sacó el que sería su álbum más popular hasta el momento: ¡Leche con carne!, disco que los catapultó a una fama nacional e internacional, con giras por los Estados Unidos, Canadá y Japón, país donde por razones que sólo los nipones conocen obtuvieron fama descomunal durante los mediados/finales de la misma década.

Hay que comprender que la vida de una banda punk es muy peculiar, se analiza en su propio microcosmos donde el público te juzga de manera cortante y están dispuestos a abandonarte en cuanto comienzas a tocar acordes de Sol Mayor y bajas el tempo de las canciones a menos de 145 bpm’s (beats per minute = golpes por minuto). Si una banda llegase a suscitar esos cambios, se mira una procesión de mohawks de diversos colores, chalecos de mezclilla con remaches en los hombros y pantalones de tela rojos con rayas negras, con sus debidos parches tapando cualquier orificio sobre la tela cocidos con hilo bicolor adornados con insignias donde es posible leer “Dead Kennedys”, “The Adicts” o, simplemente, “Oi!”.

Tomando en cuenta este ciclo de vida de una banda punk, resulta muy interesante la siguiente decisión tomada por NUFAN: la grabación, producción y publicación, en 1999, del álbum More Betterness!

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¿Qué lleva a una banda que encontró éxito con el punk agresivo y rápido de 3 acordes a transformar completamente su sonido y contenido emocional?

Todos tenemos hipótesis sobre lo mismo, por lo menos yo tengo las mías. Pero lo que es cierto, sin importar la existencia de una razón explicita o no, es que NUFAN cambió su sonido, cosa que no puede ser negada después de escuchar la canción Let It Slide, del mismo álbum: un trío de voz, guitarra acústica y un violín acompañando las estrofas después del primer coro. Una combinación muy punk.

Y quizás tal canción servía como un mensaje profético, conciente o inconsciente, respecto a lo que vendría en la vida de Tony al entrar el año (y la década) 2000.

Viviendo yo en el sur de California desde mediados de esa misma década, me di cuenta que la sombra de abandono a No Use se sentía en la sección de “Rock” en las tiendas de discos: disco compacto sobre disco compacto apilado en los estantes, More Betterness! y ¡Leche con Carne!, versiones deluxe u originales, en venta también copias usadas. En fin, un exceso de mercancía sin comprar. Todo apuntando a un público abandonando las efigies que durante toda una adolescencia cargaron en sus tablas de patinar y en sus oídos.

Pero… momento: algo distinto.

Ahí, entre las mujeres esquiando en pirámide (More Betternes!) y el punker terrible comiendo dentro de un refrigerador (¡Leche con Carne!), fue que encontré el cambio. Un álbum con una guitarra acústica en la portada, los nombres Joey Cape y Tony Sly en la esquina superior izquierda de la portada y, debajo de ellos, apenas perceptible, “acoustic”.

El impulso de comprar el disco fue instantáneo.

Tony Sly, de NUFAN, y Joey Cape, vocalista de Lagwagon, otro legendaddy (Legend sumado con Daddy = legendaddy) del happy-punk Californiano.

Juntos, órale.

Acústico, íngasu.

Escuché el disco y no era lo que esperaba, puesto que no sabía que esperar. Pero mis incipientes experiencias del momento (estudiante que recién ingresaba a la escuela de música), aunado a las críticas desfavorables de quienes escuchaban el disco: “es música de viejitos” y, finalmente, combinado con el conocimiento de otros diez años de vida (mi vida de 2006 a 2016 para ser exactos) y siento que puedo comprender lo sucedido.

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Pocos son los músicos y/o artistas (en el sentido bohemio de la palabra) que encuentran una identidad artística dentro de la cual puedan evolucionar como humanos, músicos (artistas) e individuos. Dentro de los contados ejemplos me vienen a la cabeza Queen, el artista Prince, la banda Pink Floyd (menos el baterista Nick Mason: ese nunca aprendió nada) y, posiblemente, la mejor banda creada por seres humanos en los últimos 576 años: Rammstein.

Mientras que otros “artistas”, sin importar su doctrina musical, usualmente terminan encadenándose a una imagen con la cual concluyen en riñas o con un descontento palpable que, a falta de evolución, los hace entrar en conflicto entonces con su audiencia. Pongamos los ejemplos de la banda Iron Maiden o de Usher Terry Raymond IV (conocido de manera monónima como Usher). Los primeros, siendo reconocidísimos pioneros del buen metal, quienes ya entrados en sus 50’s (o 60’s) continúan ejecutando los mismos temas sin distinción de tempo, intensidad o edad de quienes los interpretan (ya que a falta de agilidad táctil o en las articulaciones, quienes sufren son las notas y la pureza de las mismas); y el segundo, el Don Juan de la música R&B, quien al vender su imagen de galán y mujeriego, no supo enfrentar ni la vida ni a su público cuando contrajo nupcias (tanto su primer matrimonio como el segundo), y terminó en medio de una pelea contra cuatro bandos: su familia, su público, los medios y sus esposas.

No debe ser sorpresa que algunos artistas cambien de esa manera y otros no. Es algo completamente humano. ¿Cuántas personas con quienes hemos cruzado caminos en nuestras vidas no podemos, con la facilidad subjetiva de la memoria, adjudicar a uno u otro lado de este pasillo de evolución personal?

No tiene que ser un cambio drástico, como lo dice Jay-Z (…you think I worked this hard to stay the same…), muchos son imperceptibles y suceden dentro de las personas. Y no quiero sonar como que nomás estoy echando humo, pero esta evolución o madurez emocional fue notoria en el señor Sly. Punto para la premisa, la canción Justified Black Eye.

Su versión original fue grabada para el álbum ¡Leche con Carne! Y esa misma versión, sin importar el mensaje de la misma, hasta podría ser catalogada como una canción de agropunk (punk agresivo pues) mediocre. Pero con el peso de los años sobre sus hombros, el señor Sly visitó la misma canción y las mismas emociones, pero esta vez acompañado solamente de su guitarra acústica, y el resultado es una oda triste a la mujer golpeada. Quizás, solamente en el hipotético quizás, esa era la intención de lo que el señor Sly de 25 años trató de crear, pero que solamente el mismo Sly, pero ahora de 34 años, pudo entender y perfeccionar.

Entender que no todo en la vida se resolverá con la agresión sin respuesta de la juventud. Y perfeccionar la manera en la que un mensaje puede ser expuesto, ya que muchas veces, no es que el mensaje haya estado mal, sino que el público no espera oír tal mensaje de una persona de tal o cual edad, y/o dicho de tal o cual manera.

sly

Esa es mi hipótesis: que con el conocimiento de los años, el estrés de la vida en las muñecas y las articulaciones, el retumbar de los amplificadores en los tímpanos ya gastados, le hicieron entender al ahora hombre Tony Sly, que quizás no era necesario el continuar por la misma ruta que tomó a los 19, con un estuche de guitarra lleno más de angustia que de acordes, pero que tampoco era necesario colgar los tenis Vans por completo.

Contó, quizás, con la sapiencia suficiente que lo hizo capaz de retroceder el tempo de la música, cambiar los bemoles por un Sol menor no lúgubre, pero agridulce, que indicaba que sí, la vida continúa sin detenerse, pero el cambio es constante.

Mutatis mutandis, me comentó el dictador Trevor Goodchild una vez, mientras lo entrevistaba respecto a la guerrillera Aeon Flux.

Y hago hincapié en que es sólo una hipótesis, por lo siguiente: no puedo preguntarle nada al señor Sly.

No lo conozco, ni lo puedo conocer.

Después de cambiar la guitarra eléctrica Gibson por una acústica, repleta de calcomanías (hay que ser fieles a las raíces, pues) y de acrecentar o establecer su lugar en el panteón de los músicos que evolucionaron más allá de lo que inicialmente se creía, la sorpresa nos llegó a todos.

En el verano del 2012, en julio, para ser exactos, mientras dormía, soñando quizás con ese San Jose, California, en el cual le tocó crecer y el cual ya no existe gracias al paso implacable del Titán Cronos, fue que Anthony James Sly falleció.

Le fue concedida esa gracia y esa aparente dignidad de quienes mueren en sueños y en silencio, sin tener que enfrentar la verdad de la neblina que acompaña la muerte biológica, sin tener que sufrir en silencio y en terror, como muchos de nosotros lo haremos.

El consuelo, para quienes no lo conocimos ni podremos conocerlo ya, es el regalo que nos dio al momento de decir (a través de su guitarra): “envejecer, o madurar, no es un cambio sin sentido, no para mí, hoy que he entendido eso, entre otras cosas, puedo interpretar lo que sentí y juntos encontraremos esa gran solución”.

Y es quizás justo que entre sueños se haya perdido a uno de esos seres que no tuvo el miedo de hacer eso que a muchos nos asusta: crecer.

 

 

 

El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.


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2 comentarios en "Die Woestyn: La evolución (y muerte) de Anthony James Sly"

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