miércoles, octubre 23, 2024
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El color de las amapas: Reflexiones actuales

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Por Ignacio Lagarda Lagarda
Hoy en día, la sociedad está profundamente despersonalizada, los individuos ya no son reconocidos como personas sino según el rol que juegan en la misma, clientes, pacientes, contribuyentes, conductores, peatones, consumidores, televidentes, electores, etc.

Es necesario crear ámbitos públicos en los que podamos actuar en nombre propio y ser reconocidos como personas.

La función pública debe de tener un rostro humano para que pueda abarcar a toda la sociedad. De lo contrario, las personas se alejan de sus gobiernos y participan muy poco de las decisiones que les atañen.

Por eso, la democracia plantea la urgente necesidad de una regeneración comunitaria de las instituciones y la recuperación de verdaderos ideales políticos.

Una excesiva autoridad despótica y corrupta y el anonimato y la despersonalización social, traen como consecuencia una ausencia de la responsabilidad por los problemas públicos, manifestada en una absoluta pérdida de interés en la toma de decisiones.

Las personas renuncian a ejercer su libertad pública y se contentan en ejercer su libertad en el ámbito privado. Se empieza entonces en la búsqueda de la felicidad individual y no la comunitaria, es entonces que las instituciones públicas y privadas se desvinculan de la comunidad, porque se entiende que los valores pertenecen solamente al ámbito privado y ya no son necesarias las instituciones que los protegen y promueven.

Es entonces cuando los valores y los ideales son sustituidos por el consumo y los bienes materiales.




Como consecuencia de lo anterior, nuestra sociedad es materialista, carente de convicciones y en consecuencia brutal y violenta, abocada únicamente al consumismo, a la búsqueda de bienestar y a evitar todo lo que le resulte incómodo.

La Moral tiene su base social, es un conjunto de normas establecidas en el seno de una sociedad, y como tal, ejerce una influencia muy poderosa en la conducta de cada uno de sus integrantes.

En cambio la Ética surge como tal en el interior de una persona, como resultado de su propia reflexión y su propia elección.

El cohecho, el fraude, el fanatismo religioso, el chantaje emocional, la propaganda engañosa, el abuso político, la manipulación dolosa, etc., son conductas que suceden regularmente en ciertos ambientes de nuestra sociedad, pero no constituyen lo que éticamente debería suceder.




Cuando se actúa haciendo lo correcto, se ha actuado de un modo ético, conforme al bien y demás valores proclamados por esta ciencia.

El proceso de desconfianza en nuestra sociedad está ganando terreno cada minuto y todo ello porque los sistemas de control, tanto internos, como externos, han fallado estrepitosamente durante décadas.

Es lógico que se genere un clima de desafección, de preocupante cinismo, pero ello no puede, ni debe generalizarse y, menos aún, proyectarse a todas las entidades de la vida social, cultural, política y educativa y ello tendrá graves consecuencias de futuro si no somos capaces de frenarlo y dar motivos para recuperarla de nuevo.

La confianza no es la fe ciega, ni un brindis al sol. Se gana a pulso, exige competencia, rigor, rectitud y honestidad.




La confianza, es la base del sistema social. Al vivir, hacemos constantemente actos de confianza. Sólo cuando tenemos motivos para retirarla, la retiramos, pero, de entrada, confiamos en los maestros, en los médicos, en los ingenieros, en los técnicos del hogar. Sin confianza, no es posible vivir, pero un exceso de confianza tiene como consecuencia la relajación de los sistemas de control y ello abre la puerta a todo tipo de corrupciones.

La sospecha se ha convertido en el pan nuestro de cada día y ello aborta la lógica de la donación, amputa el latir del altruismo social, la filantropía. Al final uno se limita a pagar impuestos y porque no le queda otra posibilidad.

Para recuperar la confianza resulta esencial recuperar la credibilidad y ello sólo es posible si se da una constelación de valores como el rigor, la competencia, la eficiencia, la fidelidad y la transparencia en la gestión.

En los últimos tiempos, muchas instituciones públicas han desarrollado Códigos de ética y Manuales de Buena Conducta. Todo ello es una expresión de la voluntad de hacer bien las cosas y de crear una cultura de organización fundada en la competencia técnica y ética.




Frente a la desconfianza, no vale la cosmética, esto es, la ética de fachada, tampoco nos sirve el juego retórico de palabras, pues, al final, acrecienta la indiferencia.

Sólo vale el trabajo bien hecho, hacer lo correcto, la coherencia y la transparencia reiteradamente probados.

El líder obrero Vicente LOMBARDO TOLEDANO afirmaba:

Vivimos en el cieno: la mordida, el atraco, el cohecho, el embute, el chupito, una serie de nombres que se han inventado para calificar esta práctica inmoral [la corrupción]. La justicia hay que comprarla. Primero al gendarme, luego al ministerio público luego al alcalde, luego al diputado, luego al gobernador, luego al ministro, luego al Secretario de Estado…

El escritor Gabriel ZAID escribía:

En México, las autoridades pueden actuar como asaltantes, y con mayor impunidad, precisamente por ser autoridades. Pueden robar, humillar, someter y seguir en su cargo. Ni todas, ni siempre, lo hacen, lo cual le da eficacia al abuso: es selectivo, queda al arbitrio de la autoridad. No vivimos en una dictadura, sino en un régimen de Derecho sujeto a excepciones selectivas. No vivimos en un Estado de excepción, pero tampoco en un Estado de Derecho sin excepción. En esto, pero no en aquello; aquí, pero no allá; con éste, pero no con aquél; esta vez, pero no todas; rige la arbitrariedad, disfrazada de cumplimiento de la ley.




La corrupción no se trata de una práctica circunscrita a ciertos sectores sociales: en México, como bien sabemos, la «mordida» es una práctica difundida entre los más pobres y entre los más ricos. Soborno y extorsión son males que involucran a funcionarios y ciudadanos de todos los niveles y (al menos casi) en todas partes.

En los fenómenos de corrupción es necesaria la presencia de una autoridad, entendiendo por tal todo agente con capacidad para tomar decisiones y cuya actividad esté sujeta a determinados tipos de deberes. Éstos se adquieren a través de un acto voluntario por el que alguien acepta asumir un papel dentro del sistema de reglas vigente. Lo característico de la corrupción es que implica la violación de algún deber por parte de un decisor, y por tanto un acto de deslealtad o hasta de traición con respecto al sistema de reglas que tal decisor asumió voluntariamente. Por supuesto, el reproche que merezca tal deslealtad dependerá de la calidad moral del sistema de reglas vigentes.

Todo acto corrupto requiere, además de una autoridad, la intervención de una o más personas. Es un delito participativo en el que una de las partes intenta influir en el comportamiento de la otra a través de promesas, amenazas o prestaciones prohibidas por el sistema de reglas vigente.




Hay dos tipos fundamentales de corrupción: el soborno y la extorsión.

Soborno: Se soborna a una autoridad cuando se le otorga un beneficio para que viole su obligación.

Extorsión: Se es extorsionado cuando se otorga a una autoridad un beneficio para que cumpla con su obligación.

Las causas posibles de la existencia de corrupción son de orden social, político, económico y administrativo y de tipo ético.

La corrupción se da única y exclusivamente porque un individuo, sea cual sea su entorno, toma la decisión de realizar una acción determinada, la acción corrupta.

Y ésta es la razón por la que siempre existirá la corrupción: no hay ningún sistema de control posible ni ningún antídoto tan eficaz como para impedir totalmente una opción individual de este tipo. En todo caso ese sistema o ese antídoto tendrán mucha más fuerza si son internos al individuo como lo son su educación, sus convicciones, etc.




Si se realizan acciones corruptas es porque, finalmente, un individuo decide realizar una conducta deshonesta: no se nace corrupto, se elige ser corrupto.

La responsabilidad tiene que ver con la libertad o autonomía del individuo así como con su capacidad de comprometerse consigo mismo y, sobre todo, con otros hasta el punto de tener que responder de sus acciones. Esa relación de compromiso, de expectativas o exigencias hace que la responsabilidad sea una actitud esencialmente interna del individuo.

La autonomía personal constituye, entonces, una condición necesaria de la responsabilidad, de la capacidad de comprometerse consigo mismo y con los demás, es decir, la exigencia de responsabilidades supone compromisos claros y fuertes.

La práctica de la publicidad de los actos de gobierno es una de las exigencias internas más relevantes de un Estado de Derecho. La delimitación pública entre lo justo y lo injusto, de lo permitido y lo prohibido, es el fundamento de la misma seguridad jurídica, ya que es ella la que permite prever las consecuencias deónticas de sus acciones a los ciudadanos.

Por ello, en un Estado democrático de Derecho, todo ciudadano debe tener acceso a la información que le permita ejercer el derecho de control de los funcionarios públicos y participar en el gobierno como verdadero elector.




 

*Ignacio Lagarda Lagarda. Geólogo, maestro en ingeniería y en administración púbica. Historiador y escritor aficionado, ex presidente de la Sociedad Sonorense de Historia.


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